N/A:
¡Un
beso! ¡Jareth le ha dado un beso a nuestra irascible Sarah! Bravo
por nuestro querido rey, quien nunca desaprovecha una oportunidad,
aunque sea mediante esas triquiñuelas que tanto le caracterizan. Si no
hiciera trampas o cambiase las reglas a su antojo y conveniencia no
sería él, ¿verdad? Estoy segura que más de uno estaría esperando
este momento desde el principio de este relato, al igual que yo.
Ahora solo queda por ver como continuará la historia, porque este
beso puede marcar un antes y un después o puede que no cambie nada
en el corazón de Sarah (aunque lo dudo XD). Solo nos queda esperar y
ver que ocurre, pues ni yo misma sé a dónde me llevarán estos entrañables
personajes.
Una
vez más deseo que este nuevo capítulo llegue a gustaros tanto como
los anteriores y que me podáis mandar algún que otro comentario con vuestras opiniones y críticas constructivas.
Hasta los de ahora me encantan y me animan, de modo que… ¡estaré
esperando por más!
Disclamer:
Los
personajes de esta historia no son mías, sino de la película
Labyrinth, aparte de Irina, Matt y su ahora ex novia, que por ahora
no volverán a aparecer, aunque quien sabe si en el futuro sí. Es
una pena que Jareth no sea mío, qué sino… no estoy muy segura de
que hubiera dicho las palabras adecuadas al final de la historia,
como lo hizo Sarah. Es que, teniendo a semejante villano ofreciéndome
todo lo que le ofrece a su cosa preciosa… Pufff.
Y
que conste, no lo hago con fines lucrativos, simplemente por el
placer de emprender un bonito camino junto a los personajes de esta
magnífica película que tanto marco mi infancia, y lo que no es la
infancia XD (sigo teniendo las canciones de la película en mi móvil,
¡me encantan!).
Capítulo
12: El beneficio de la duda
-
¡Sí! ¡lo conseguí!
Por
un tiempo fue lo único que se lograba oír en el solitario comedor.
Un grito triunfal tras otro. No era para menos. Había conseguido lo
que durante tanto tiempo había deseado, pero que había sido tan
inalcanzable, como lo es la luna para el lobo que aúlla su pena cada
noche por esa imposibilidad. Había logrado robarle un beso a la
bella Sarah, un beso que, todo hay que decir, ella me devolvió con
un fervor que había quemado su mismísima alma. El primero de muchos
besos que vendrían en el futuro, estaba seguro de ello.
Es
posible que no hubiese jugado limpio para lograr esa victoria, lo
admito. Aunque tampoco es que me arrepienta de ello. Ni mucho menos.
Al fin al cabo era el Rey de los Goblins, no era conocido por jugar
limpio. No solo eso, si tuviese la oportunidad de volver en el tiempo
para rehacer las cosas, ese momento se quedaría inalterable, grabado
en el tiempo. De la misma forma que quedaría grabado en su mente y
su corazón, por muchos eones que transcurriesen.
¿Cómo
lo había conseguido? Era malditamente sencillo. Me había enterado que
Sarah no había comido ninguna de los deliciosos platos que había
hecho preparar a los goblins cocineros, exclusivamente para y por
ella. Habían sido platillos elaborados a partir de exquisitas
recetas de su mundo. Pero como siempre pasaba con ella, mis esfuerzos
no se habían visto recompensado ni por la más pequeña muestra de
agradecimiento. Los sirvientes que fueron a llevarle los manjares,
volvieron a mi diciéndome que no había probado bocado alguno de la
inmensa gama de alimentos que le llevaron. Era consciente de que lo
hacía por miedo a que la volviese a hechizar, que desconfiaba de mi
persona tanto como para intentar matarse de hambre. Cosa que no había
hecho con su comida ni su desayuno, habían sido completamente
inofensivos, pero esa suspicacia por parte de ella me aportó una
grandiosa idea. Esa información consiguió mover los engranajes de
mi esplendido celebro, ideando un deslumbrante plan, que no dudé ni
un instante en llevar a cabo en la mayor brevedad posible. Tan
ansioso como estaba por recoger sus frutos.
Momento
antes de la cena, hechicé mi propia comida. No fue un gran hechizo,
ni mucho menos que mi mejor encantamiento, aún seguía falto de
poder para ello. Fue algo simple, algo que hasta un niño del
Underground, con unos conocimientos básicos de magia, podría llegar
a hacer con los ojos vendados. El sortilegio consistía en un
inhibidor, por llamar de alguna manera a lo que había hecho. Una
magia cuyo objetivo era hacer desaparecer la vergüenza y el pudor,
junto con cualquier barrera que el sujeto hechizado podía haber
erguido a su alrededor, y desatando de esa forma lo que uno tiene
escondido dentro de sí mismo. La versión mágica de un afrodisíaco,
vamos. Así que, cuando llegó el momento, solo tuve que jugar bien
mis cartas. Fingí comer, realmente se lo tiraba con gran maestría a
la boca a uno de mis goblins que se encontraban escondido bajo la
mesa, para luego intercambiar con ella mi plato hechizado por la
suya, la cual era una comida normal y corriente, en un alarde de
"compresión" hacia su miedo. Así había conseguido
atrapar a Sarah bajo mi pequeño embrujo, sin ella percatarse en
ningún momento.
Que
inteligente que era. No es que sea arrogante por decirlo, no es de
arrogantes el recalcar la pura verdad.
Y
la guinda del pastel era que había descubierto que Sarah, muy en el
fondo. aunque intentase negar ese hecho con todas sus fuerzas, me deseaba.
Hasta entonces no había sido más que una suposición, una conjetura, un deseo que
ansiaba que fuese cierto, pero de la que no podía estar
completamente seguro. Menos aún tras su último rechazo hace ocho
largos años atrás. Ahora en cambio, gracias a mi pequeño pero
admirable sortilegio, había confirmado aquella suposición. Ella
poseía sentimientos hacia mí.
Eso
me quitaba un peso de encima, ya que traía cierta esperanza hacia mi
futuro y al de mi reino.
De
no haberme correspondido a mi beso como lo hizo, tendría que haberla
matado en el acto por mucho dolor que me hubiese causado tal acto.
Desperdiciar a una cosa preciosa como ella no era una tontería. Qué
lástima de situación hubiese sido esa. Intentaba no imaginarme con
la sangre de mi hermosa Sarah tiñendo mis enguantadas manos. Era
doloroso. Pero, pese a la aflicción que hubiese acarreado tener que
llevar a cabo semejante sangrienta acción, no habría tenido otra
opción. Mi mano no hubiese temblado a la hora de apagar para siempre
la luz de sus ojos. Era la única forma de salvar a mi pueblo y a mí
mismo de la desgracia que, a pasos agigantados, nos acechaba desde
hacía años. Y, ante todo, un rey se debe a su pueblo. Por lo tanto,
como monarca del Labyrinth que era, habría cogido ese oscuro camino
por mi pueblo. Aunque no lo pareciese muchas veces, y otros lo
negasen, como seguramente Sarah lo hacía, yo era un buen rey, un
gran monarca. Dispuesto a hacer lo necesario por ellos.
Durante
estos ocho años de decadencia, estudie distintas formas de enderezar
nuestra lamentable situación. Leí todos los libros que encontré,
consulté a cada sabio de cada uno de los reinos mágicos, probé
todo los sortilegios que estaban al alcance de mis limitadas fuerzas,
hasta que, un día no mucho tiempo atrás, di con algo que podría
funcionar en un polvoriento pergamino más antiguo que mi propia
existencia. En él se decía que solo había tres formas de hacer que
el Labyrinth volviese a su antiguo resplandor. Una de ellas no
pensaba llevar a cabo bajo ningún concepto. Una cosa es ser un buen
rey y otra estúpido. Otra, el matar a Sarah para arrebatar aquello
que me había sido robado. Esta segunda opción se había quedado
descartada a favor de la tercera opción en vista de sus sentimientos
hacia mi maravillosa persona. Mi favorita. Y es que, la última
opción que quedaba consistía en que la hiciese mía, para siempre.
Convertirla en mi reina. Solo así se sanaría el Labyrinth y
volvería a tener mi antiguo poder en todo su magnífico esplendor.
Ahora
solo quedaba que Sarah me aceptase, que quisiera ser mía por
voluntad propia.
Sé
que esa empresa no sería fácil. La conocía muy bien y, teniendo en
cuenta su fuerte carácter, fiel testigo de ello el mobiliario de su
habitación los cuales tuve que hacer cambiar tras su último ataque
de ira, tendría que pelear por cada paso hacia la realización de
esa tercera opción. Pero, ¿qué es la vida sin un buen reto? Algo
que no merecería la pena vivir, eso por descontado. Además, a mi me
encantan los retos, cuanto más grandes mejor. Me divertía ver las
incontables dificultades del camino y superarlos con mis grandes
habilidades.
En
el horizonte podía atisbar un camino pedregoso, que merecería la
pena sortear con tal de conseguir alcanzar mi ansiada meta. El
futuro. Un futuro que nunca había tenido tan claro como hoy que
llegaría a realizarse, tras el beso compartido.
-
Aún no lo sabes, mi querida Sara, pero ya eres mía.
Mientras
mi mente volvía a comenzar a esbozar nuevos planes y estratagemas,
salí de aquel lugar a por lo que pronto sería mío. A por Sarah.
Teníamos una conversación pendiente y ya tenía claro qué táctica
emplearía en ese nuevo enfrentamiento. Le ofrecería sinceridad. O
más bien unas cuantas verdades a medias, lo suficientemente bien
dichas como para hacerse pasar por verdaderas palabras sinceras.
Tendría que sacar a relucir mis grandes dotes de actor para, una vez
más, ganarme la confianza de mi querida por ese camino.
Puede
que no pudiese mentir teniendo en cuenta mi naturaleza, pero los años
me habían enseñado a evadirme de la verdad, sin tener que llegar a
mentir. Y, como dicen los humanos, la verdad es el camino para
conseguir el corazón de una mujer, aunque estas sean medias
verdades.
oOoOoOoOoOoOoOo
oOoOoOoOo
¡Me
había besado y yo se lo devolví! ¿En qué debía de haber estado
pensando para hacer semejante locura? En nada. Porque era imposible
que con la mente lúcida hubiese llegado hacer algo semejante con ÉL,
mi secuestrador, mi carcelero, la persona que me arrancó de mi mundo
en contra de mi voluntad. ¿Acaso padecía el síndrome de Estocolmo,
aquel que hace que el prisionero se enamore de su raptor? Imposible.
¿Enamorarme yo? ¿Con ese despreciable y arrogante rey? Imposible.
Entonces, ¿qué había sido lo que había pasado en aquel comedor?
¿Cómo había llegado a ocurrir una locura así?
Me
encontraba en el jardín trasero del castillo, más allá de la
ciudad de los goblins, tirada entre la verde hierba que allí crecía,
con la cabeza hecha un lío. No sé cómo llegué allí, no sé cuando
llegué allí. Perdida la noción del tiempo y el espacio en algún
momento de la escapada. Mi mente estaba tan confusa, que no podía
pensar en nada que no fuese en ese beso, intentando encontrar una
razón tras ello. Mi mente estaba saturado con ese pensamiento. Bien
podría haber estado en el Pantano de Eterno Hedor, que ni siquiera
me habría percatado. Tal era mi estado de estupor.
Y,
cómo siempre que pasa algo que tenga alguna relación con él,
pronto llegó la suspicacia y la desconfianza. Como fantasmas
empezaron a susurrarme a la oreja sus ideas y teorías, intentando
atravesar ese antinatural estado letárgico para llenar mi corazón
de oscuro escepticismo. ¿Había tenido algo que ver él con todo
esto? ¿Acaso lo que realmente estaba envenenado había sido su
comida y no la mía? ¿Habría sido capaz de hacer algo tan
brillantemente malvado y meditado? Por supuesto que sí, esa era su
especialidad, su forma de ser. Hacer trampas, jugar sucio. No sabía
hacer las cosas de otra manera que no fuera empleando asquerosas
triquiñuelas. No había más que ver cómo me engañó una y otra
vez en el pasado. Ya sea para hacerme decir palabras de las que sabía
luego me arrepentiría o hacerme comer alimentos embrujados.
Eso
es. Eso explicaba por qué le había besado. No era porque yo lo
desease, cosa que no lo hacía, sino por uno de sus sucios trucos.
¡Sí! Eso lo explicaba todo. Sería desgraciado el muy…
-
Por tu cara, algo me dice que me culpas por lo que acaba de pasar
hace un rato.
Di
un salto en mi lugar, incorporándome a una posición sentada, al oír
aquella familiar y no tan bienvenida voz, con ese toque de diversión
que tanto me irritaba. Me levanté dignamente para encarar al Rey
Goblin en persona, con toda la furia que pude hacer acopio
repiqueteando en mis ojos, haciéndolos brillas como ascuas.
-
Por supuesto que sí. ¿Acaso niegas que has envenenado tu comida
para que pasase justamente lo que ha acontecido? La persona que hizo
eso no era yo. Me sentía mareada, como la última vez que me
envenenaste – le reté, tanto con mi mirada como con mis palabras,
cruzando las manos ante mi pecho en una pose tanto desafiante como
defensiva –. Por lo menos, ten la valentía de admitirlo, para que
pueda propinarte un buen guantazo.
-
¿Me ves capaz de hacer algo semejante? – estaba dispuesta a
contestarle afirmativamente cuando levantó una mano para refrenarme
– No me contestes, sé que es así. Lo veo en tus y eso me duele,
Sarah. Me duele que tengas tan bajo concepto de mí – bajó los
ojos y pude ver autentico dolor en su rostro, como si mi desconfianza
hacia su persona realmente lo lastimase profundamente. Di un paso
atrás, no había esperado esa reacción –. ¿No te has planteado
la posibilidad de que las copas de vino que bebiste pudieron ayudar a
que llegases a ese estado o que simplemente me deseas muy dentro de
ti? ¿Es tan difícil de creer en alguna de esas dos posibilidades,
Sarah, antes de crucificarme como lo haces siempre? ¿Te matará
acaso el darme el beneficio de la duda aunque sea una vez?
Mi
determinación flaqueó. Ni siquiera se me había pasado por la
cabeza que el culpable podría haber sido la bebida, porque la
segunda opción ni me lo planteaba, ¿yo deseándole? Tonterías. Es
cierto que, durante aquella cena, bebí unos cuantos tragos, pero
¿eran los suficientes para hacerme besar a aquel rey? No lo creo. Al
fin y al cabo, aunque no soy una gran bebedora, no tengo un aguante
tan minúsculo para la bebida. Le dirigí una mirada cargada con
sospechas y reproches.
-
¡Por todo lo apestoso! – maldijo el monarca, dándose un golpe en
la frente con fuerza – No había pensado que, al no ser de este
mundo, al ser una humana, puede que nuestra bebida te afectase más
de la cuenta. Supongo que suele pasar, vuestro organismo es
ligeramente diferente al nuestro, pero… no se me ocurrió. No es
que tenga muchos invitados humanos en el castillo, y, los pocos que
vienen, no suelen quedarse a compartir una copa de vino conmigo tan
ocupados que están recorriendo mi Labyrinth – respondió
cabizbajo, sin mirarme a los ojos, avergonzado por su errata. Algo
fuera de lo común de él. Parecía… ¿qué? ¿arrepentido? –.
Yo… desearía poder decirte, esto... que siento el resultado. Ese
beso que compartimos, Sarah, pero no puedo, no puedo mentirte. Nunca
lo he hecho, lo sabes, y no pienso empezar a hacerlo ahora – siguió
hablando mientras levantaba su mirada bicolor, atrapando el mío –.
Puede que del medio por el que compartimos el beso sí me arrepienta,
pero nunca del resultado. De eso nunca.
-
¿Cómo?
No
hay por qué decir que estaba más que confusa. No esperaba esto, ni
mucho menos. Me había imaginado que me enfadaría con él, le
lanzándole todo tipo de cosas a la cabeza, mientras él se jactaba
de su logro y se vanagloriaba de la forma que había conseguido
robarme aquel beso. No esto. Nunca imaginé verlo así, arrepentido
por el desliz cometido y de la forma que consiguió el beso. Además,
eso que acababa de decir era… ¿Qué? ¿Una declaración? ¿La
afirmación de un hecho? ¿O acaso lo había entendido mal?
Todo
era tan confuso…
Me
llevé las manos a la cabeza, tapándome el rostro con ellos. Jugando
a ese juego que los niños juegan de: "si no te veo, no estás".
Y es que, necesitaba pensar. Necesitaba estar sola para procesar todo
lo acontecido hasta entonces, como era debido. Necesitaba aclarar las
ideas en soledad, para poder encontrarle algún tipo de sentido.
Necesitaba tantas cosas que se encontraban tan fuera de mi alcance,
que era difícil enumerarlas todas.
Sentí
unas fuertes manos apartando las mías con extrema delicadeza, de
forma amorosa. Y sentí más que vi, como una de sus manos acarició
mi mejilla con ternura, alzándome la cabeza poco a poco para que
mirase a su dueño, quien no apartaba su ardiente mirada de mí.
-
Sarah… Soy consciente que mis métodos para traerte aquí no han
sido de tu agrado, ni tampoco mi forma de tratarte anteriormente,
como si fueras una más de mis súbditos, y que me odias por ello. Lo
sé e intento asimilar ese echo, por más que me duela en el alma.
Pero has de saber que, aunque a mi retorcida manera, lo he hecho
también por ti. No todo ha nacido del egoísmo de mi corazón – me
aseguró seriamente –. Siempre te veía, gracias a mis dones,
sufrir en tu mundo y aborrecía eso. Solo deseaba darte todo lo que
mereces, todo lo que está en mis manos darte. Quería alejarte de
aquellos que te dañaban y ofrecerte un mundo nuevo donde poder ser
feliz. ¿Soy malvado por ello, Sarah? ¿Soy un monstruo por haber
querido siempre lo mejor para ti, por siempre querer hacer realidad
todos tus sueños, hasta aquellos que ni siquiera tú misma sabes que
habitan en tu interior? ¿Es eso lo que me convierte en el villano de
tu historia? ¿Es el amor un pecado tan imperdonable a tus ojos, mi
cosa preciosa? – sus ojos suplicaban una respuesta a los míos,
esperando una reacción, unas palabras, cualesquiera que fueran.
-
Yo… no sé… no sé qué decir… - con cada palabra que salía de
sus tan bien esculpidos labios, más y más me desconcertaba y
descolocada.
Durante
mucho tiempo, más del que me acuerdo, siempre lo había visto como
el villano sin corazón de mis sueños. El mismo que me había
arrebatado a mi hermanito para jugar conmigo como más le placía en
ese mundo de locos. El malvado monstruo que se aprovechaba de mi
ingenuidad para su propio entretenimiento. Nunca creí que podría no
ser así, que, como el dijo antaño, solo había intentado ser
generoso conmigo, dándome lo que quería sin dudarlo. Siempre
pensando que era una más de sus jugarretas para apropiarse de mi
hermano y hacerme perder en su juego, como monstruo desalmado que
era.
Hasta
ahora el rey de los goblins nunca me había mentido, cosa que hacía
que sus palabras y los sentimientos que veía reflejados en sus ojos
se volviesen reales, verdaderos. Pero ahora, tras escuchar aquellas
palabras tan sentidas, empecé a cuestionarme todo lo que hasta
entonces había dado por sentado… ¿Qué era cierto y qué mentira?
¿Era el villano del cuento o acaso no?
Era
cierto que fui yo quien le había rogado que alejase a Toby de mi
lado. Era yo la que había deseado una aventura en mi vida, como el
de los libros que tanto solía leer en aquella época. Y, como toda
historia, precisaba de un malvado para darle un poco de encanto a la
aventura, el papel que él no dudó en interpretar por mi bien. Eso
significaba que... Todo lo que antes había dado por cierto, empezó
a tambalearse bajo esta nueva luz, dejándome totalmente
desorientada.
-
No digas nada aún, Sarah. Solo espero que te lo pienses y, aunque es
posible que no me lo merezca, que me perdones o que, por lo menos, me
ofrezcas el beneficio de la duda, para volver a empezar de nuevo. Te
pido tan poco, Sarah… ¿te lo pensarás siquiera?
-
Esto… ¿sí?
-
¿De verdad? – su mirada se iluminó con una nueva luz al oírme
decir aquellas vacilantes palabras – No te arrepentirás, me
aseguraré de ello – y, en un acto impulsivo, sentí como sus
labios depositaban un suave beso en mi frente, antes de alejarse
sonriente – Hasta pronto entonces, Sarah.
Y
yo, estúpida de mí, me quedé como una tonta plantada ahí por Dios
sabe cuánto tiempo, con una de las manos en el lugar donde se
posaron sus labios momentos antes, y mirando el lugar por donde había
desaparecido él, más confusa que cuando nos besamos.
¿Qué
demonios acababa de pasar?
oOoOoOoOoOoOoOo
oOoOoOoOo
Un
éxito. Había sido un rotundo éxito.
Había
utilizado la carta de la “sinceridad”, la carta triunfal, con tal
maestría. De tal forma que, de seguro, Sarah dejaría de odiarme
para permitirme entrar en su joven y cálido corazón, tal y como era
mi deseo. Y pensar que para ello solo necesité hacer uso de mis
grandes dotes de actor, que no es por alardear (lo cierto es que sí)
pero sobresalen de la media, y emplear respuestas ambiguas
acompañadas de pequeñas verdades para enmascararlas y hacerlos
parecer creíbles.
Solo
aquellos que son como yo, aquellos que no nacimos con la capacidad de
poder mentir a causa de nuestra naturaleza, saben apreciar los
matices de las palabras. Solo ellos verían la grandiosidad de
términos como "quizá" "puede" o "es
posible". Expresiones que muestran posibilidades, no certezas.
Al mismo tiempo puedes afirman que negar un hecho. Todas las
posibilidades yacen en su interior. Posibilidades que solo un oyente
hábil y avispado sería capaz de percatarse de la sutil diferencia
entre eso y la verdad. Como, por poner un ejemplo, cuando dices:
quizá llueva mañana. En esa simple frase, para un oído experto,
estás diciendo que puede que llueva o no el día de mañana. Dejaba
ambas posibilidades abiertas, permitiendo creer lo que más quisiera
o lo creía haber escuchado. Y, en el supuesto de que al día
siguiente despuntase un radiante sol en vez de oscuros nubarrones,
las palabras dichas jamás serían mentira, pues en ningún momentos
habías afirmado que no cabía esa eventualidad.
Eso
es lo que había utilizado a mi favor en mi pequeña charla
"sincera". Eso y el puro e inocente corazón de Sarah. Era
demasiado joven e inexperta aún como para darse cuenta de los juegos
de palabras que hacemos los de mi clase, con tal de no incurrir en la
mentira. Demasiado confiada como para sospechar de alguien más, aún
de su antaño archienemigo, es decir yo.
Realmente
mi Sarah no tenía corazón de abogado o político, pese a que
estuviese estudiando abogacía en esa Universidad humana, y lo
agradecía. Solo así había conseguido convencerla para que brindase
la posibilidad de acercarme a su corazón. Porque ningún abogado o
político habría caído en semejante trampa, tan acostumbrado que
están a buscar lagunas en las palabras ajenas. Daba gracias de
corazón a que no había heredado eso de su abogado padre.
Ahora,
solo quedaba que quisiera ser mía y todo se arreglaría por fin.
Para
ello, ¿qué mejor que cortejarla a la antigua usanza? Si mal no
recordaba, de joven solía gustarle sentirse como una princesa de
cuento de hada, que la tratasen como tal. Si hasta se hacía pasar
por una siempre que interpretaba sus papeles en el parque, con
vaporosos vestidos de época incluidos.
Lo
dicho, que si eso era lo que a ella le gusta y desea de un hombre, lo
haría realidad. Al fin y al cabo, sus deseos son órdenes para mí.