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viernes, 31 de julio de 2015

Capítulo 12: El beneficio de la duda

N/A: ¡Un beso! ¡Jareth le ha dado un beso a nuestra irascible Sarah! Bravo por nuestro querido rey, quien nunca desaprovecha una oportunidad, aunque sea mediante esas triquiñuelas que tanto le caracterizan. Si no hiciera trampas o cambiase las reglas a su antojo y conveniencia no sería él, ¿verdad? Estoy segura que más de uno estaría esperando este momento desde el principio de este relato, al igual que yo. Ahora solo queda por ver como continuará la historia, porque este beso puede marcar un antes y un después o puede que no cambie nada en el corazón de Sarah (aunque lo dudo XD). Solo nos queda esperar y ver que ocurre, pues ni yo misma sé a dónde me llevarán estos entrañables personajes.

Una vez más deseo que este nuevo capítulo llegue a gustaros tanto como los anteriores y que me podáis mandar algún que otro comentario con vuestras opiniones y críticas constructivas. Hasta los de ahora me encantan y me animan, de modo que… ¡estaré esperando por más!

Disclamer: Los personajes de esta historia no son mías, sino de la película Labyrinth, aparte de Irina, Matt y su ahora ex novia, que por ahora no volverán a aparecer, aunque quien sabe si en el futuro sí. Es una pena que Jareth no sea mío, qué sino… no estoy muy segura de que hubiera dicho las palabras adecuadas al final de la historia, como lo hizo Sarah. Es que, teniendo a semejante villano ofreciéndome todo lo que le ofrece a su cosa preciosa… Pufff.

Y que conste, no lo hago con fines lucrativos, simplemente por el placer de emprender un bonito camino junto a los personajes de esta magnífica película que tanto marco mi infancia, y lo que no es la infancia XD (sigo teniendo las canciones de la película en mi móvil, ¡me encantan!).


Capítulo 12: El beneficio de la duda

- ¡Sí! ¡lo conseguí!

Por un tiempo fue lo único que se lograba oír en el solitario comedor. Un grito triunfal tras otro. No era para menos. Había conseguido lo que durante tanto tiempo había deseado, pero que había sido tan inalcanzable, como lo es la luna para el lobo que aúlla su pena cada noche por esa imposibilidad. Había logrado robarle un beso a la bella Sarah, un beso que, todo hay que decir, ella me devolvió con un fervor que había quemado su mismísima alma. El primero de muchos besos que vendrían en el futuro, estaba seguro de ello.

Es posible que no hubiese jugado limpio para lograr esa victoria, lo admito. Aunque tampoco es que me arrepienta de ello. Ni mucho menos. Al fin al cabo era el Rey de los Goblins, no era conocido por jugar limpio. No solo eso, si tuviese la oportunidad de volver en el tiempo para rehacer las cosas, ese momento se quedaría inalterable, grabado en el tiempo. De la misma forma que quedaría grabado en su mente y su corazón, por muchos eones que transcurriesen.

¿Cómo lo había conseguido? Era malditamente sencillo. Me había enterado que Sarah no había comido ninguna de los deliciosos platos que había hecho preparar a los goblins cocineros, exclusivamente para y por ella. Habían sido platillos elaborados a partir de exquisitas recetas de su mundo. Pero como siempre pasaba con ella, mis esfuerzos no se habían visto recompensado ni por la más pequeña muestra de agradecimiento. Los sirvientes que fueron a llevarle los manjares, volvieron a mi diciéndome que no había probado bocado alguno de la inmensa gama de alimentos que le llevaron. Era consciente de que lo hacía por miedo a que la volviese a hechizar, que desconfiaba de mi persona tanto como para intentar matarse de hambre. Cosa que no había hecho con su comida ni su desayuno, habían sido completamente inofensivos, pero esa suspicacia por parte de ella me aportó una grandiosa idea. Esa información consiguió mover los engranajes de mi esplendido celebro, ideando un deslumbrante plan, que no dudé ni un instante en llevar a cabo en la mayor brevedad posible. Tan ansioso como estaba por recoger sus frutos.

Momento antes de la cena, hechicé mi propia comida. No fue un gran hechizo, ni mucho menos que mi mejor encantamiento, aún seguía falto de poder para ello. Fue algo simple, algo que hasta un niño del Underground, con unos conocimientos básicos de magia, podría llegar a hacer con los ojos vendados. El sortilegio consistía en un inhibidor, por llamar de alguna manera a lo que había hecho. Una magia cuyo objetivo era hacer desaparecer la vergüenza y el pudor, junto con cualquier barrera que el sujeto hechizado podía haber erguido a su alrededor, y desatando de esa forma lo que uno tiene escondido dentro de sí mismo. La versión mágica de un afrodisíaco, vamos. Así que, cuando llegó el momento, solo tuve que jugar bien mis cartas. Fingí comer, realmente se lo tiraba con gran maestría a la boca a uno de mis goblins que se encontraban escondido bajo la mesa, para luego intercambiar con ella mi plato hechizado por la suya, la cual era una comida normal y corriente, en un alarde de "compresión" hacia su miedo. Así había conseguido atrapar a Sarah bajo mi pequeño embrujo, sin ella percatarse en ningún momento.

Que inteligente que era. No es que sea arrogante por decirlo, no es de arrogantes el recalcar la pura verdad.

Y la guinda del pastel era que había descubierto que Sarah, muy en el fondo. aunque intentase negar ese hecho con todas sus fuerzas, me deseaba. Hasta entonces no había sido más que una suposición, una conjetura, un deseo que ansiaba que fuese cierto, pero de la que no podía estar completamente seguro. Menos aún tras su último rechazo hace ocho largos años atrás. Ahora en cambio, gracias a mi pequeño pero admirable sortilegio, había confirmado aquella suposición. Ella poseía sentimientos hacia mí.

Eso me quitaba un peso de encima, ya que traía cierta esperanza hacia mi futuro y al de mi reino.

De no haberme correspondido a mi beso como lo hizo, tendría que haberla matado en el acto por mucho dolor que me hubiese causado tal acto. Desperdiciar a una cosa preciosa como ella no era una tontería. Qué lástima de situación hubiese sido esa. Intentaba no imaginarme con la sangre de mi hermosa Sarah tiñendo mis enguantadas manos. Era doloroso. Pero, pese a la aflicción que hubiese acarreado tener que llevar a cabo semejante sangrienta acción, no habría tenido otra opción. Mi mano no hubiese temblado a la hora de apagar para siempre la luz de sus ojos. Era la única forma de salvar a mi pueblo y a mí mismo de la desgracia que, a pasos agigantados, nos acechaba desde hacía años. Y, ante todo, un rey se debe a su pueblo. Por lo tanto, como monarca del Labyrinth que era, habría cogido ese oscuro camino por mi pueblo. Aunque no lo pareciese muchas veces, y otros lo negasen, como seguramente Sarah lo hacía, yo era un buen rey, un gran monarca. Dispuesto a hacer lo necesario por ellos.

Durante estos ocho años de decadencia, estudie distintas formas de enderezar nuestra lamentable situación. Leí todos los libros que encontré, consulté a cada sabio de cada uno de los reinos mágicos, probé todo los sortilegios que estaban al alcance de mis limitadas fuerzas, hasta que, un día no mucho tiempo atrás, di con algo que podría funcionar en un polvoriento pergamino más antiguo que mi propia existencia. En él se decía que solo había tres formas de hacer que el Labyrinth volviese a su antiguo resplandor. Una de ellas no pensaba llevar a cabo bajo ningún concepto. Una cosa es ser un buen rey y otra estúpido. Otra, el matar a Sarah para arrebatar aquello que me había sido robado. Esta segunda opción se había quedado descartada a favor de la tercera opción en vista de sus sentimientos hacia mi maravillosa persona. Mi favorita. Y es que, la última opción que quedaba consistía en que la hiciese mía, para siempre. Convertirla en mi reina. Solo así se sanaría el Labyrinth y volvería a tener mi antiguo poder en todo su magnífico esplendor.

Ahora solo quedaba que Sarah me aceptase, que quisiera ser mía por voluntad propia.

Sé que esa empresa no sería fácil. La conocía muy bien y, teniendo en cuenta su fuerte carácter, fiel testigo de ello el mobiliario de su habitación los cuales tuve que hacer cambiar tras su último ataque de ira, tendría que pelear por cada paso hacia la realización de esa tercera opción. Pero, ¿qué es la vida sin un buen reto? Algo que no merecería la pena vivir, eso por descontado. Además, a mi me encantan los retos, cuanto más grandes mejor. Me divertía ver las incontables dificultades del camino y superarlos con mis grandes habilidades.

En el horizonte podía atisbar un camino pedregoso, que merecería la pena sortear con tal de conseguir alcanzar mi ansiada meta. El futuro. Un futuro que nunca había tenido tan claro como hoy que llegaría a realizarse, tras el beso compartido.

- Aún no lo sabes, mi querida Sara, pero ya eres mía.

Mientras mi mente volvía a comenzar a esbozar nuevos planes y estratagemas, salí de aquel lugar a por lo que pronto sería mío. A por Sarah. Teníamos una conversación pendiente y ya tenía claro qué táctica emplearía en ese nuevo enfrentamiento. Le ofrecería sinceridad. O más bien unas cuantas verdades a medias, lo suficientemente bien dichas como para hacerse pasar por verdaderas palabras sinceras. Tendría que sacar a relucir mis grandes dotes de actor para, una vez más, ganarme la confianza de mi querida por ese camino.

Puede que no pudiese mentir teniendo en cuenta mi naturaleza, pero los años me habían enseñado a evadirme de la verdad, sin tener que llegar a mentir. Y, como dicen los humanos, la verdad es el camino para conseguir el corazón de una mujer, aunque estas sean medias verdades.

oOoOoOoOoOoOoOo
oOoOoOoOo

¡Me había besado y yo se lo devolví! ¿En qué debía de haber estado pensando para hacer semejante locura? En nada. Porque era imposible que con la mente lúcida hubiese llegado hacer algo semejante con ÉL, mi secuestrador, mi carcelero, la persona que me arrancó de mi mundo en contra de mi voluntad. ¿Acaso padecía el síndrome de Estocolmo, aquel que hace que el prisionero se enamore de su raptor? Imposible. ¿Enamorarme yo? ¿Con ese despreciable y arrogante rey? Imposible. Entonces, ¿qué había sido lo que había pasado en aquel comedor? ¿Cómo había llegado a ocurrir una locura así?

Me encontraba en el jardín trasero del castillo, más allá de la ciudad de los goblins, tirada entre la verde hierba que allí crecía, con la cabeza hecha un lío. No sé cómo llegué allí, no sé cuando llegué allí. Perdida la noción del tiempo y el espacio en algún momento de la escapada. Mi mente estaba tan confusa, que no podía pensar en nada que no fuese en ese beso, intentando encontrar una razón tras ello. Mi mente estaba saturado con ese pensamiento. Bien podría haber estado en el Pantano de Eterno Hedor, que ni siquiera me habría percatado. Tal era mi estado de estupor.
Y, cómo siempre que pasa algo que tenga alguna relación con él, pronto llegó la suspicacia y la desconfianza. Como fantasmas empezaron a susurrarme a la oreja sus ideas y teorías, intentando atravesar ese antinatural estado letárgico para llenar mi corazón de oscuro escepticismo. ¿Había tenido algo que ver él con todo esto? ¿Acaso lo que realmente estaba envenenado había sido su comida y no la mía? ¿Habría sido capaz de hacer algo tan brillantemente malvado y meditado? Por supuesto que sí, esa era su especialidad, su forma de ser. Hacer trampas, jugar sucio. No sabía hacer las cosas de otra manera que no fuera empleando asquerosas triquiñuelas. No había más que ver cómo me engañó una y otra vez en el pasado. Ya sea para hacerme decir palabras de las que sabía luego me arrepentiría o hacerme comer alimentos embrujados.

Eso es. Eso explicaba por qué le había besado. No era porque yo lo desease, cosa que no lo hacía, sino por uno de sus sucios trucos. ¡Sí! Eso lo explicaba todo. Sería desgraciado el muy…

- Por tu cara, algo me dice que me culpas por lo que acaba de pasar hace un rato.

Di un salto en mi lugar, incorporándome a una posición sentada, al oír aquella familiar y no tan bienvenida voz, con ese toque de diversión que tanto me irritaba. Me levanté dignamente para encarar al Rey Goblin en persona, con toda la furia que pude hacer acopio repiqueteando en mis ojos, haciéndolos brillas como ascuas.

- Por supuesto que sí. ¿Acaso niegas que has envenenado tu comida para que pasase justamente lo que ha acontecido? La persona que hizo eso no era yo. Me sentía mareada, como la última vez que me envenenaste – le reté, tanto con mi mirada como con mis palabras, cruzando las manos ante mi pecho en una pose tanto desafiante como defensiva –. Por lo menos, ten la valentía de admitirlo, para que pueda propinarte un buen guantazo.

- ¿Me ves capaz de hacer algo semejante? – estaba dispuesta a contestarle afirmativamente cuando levantó una mano para refrenarme – No me contestes, sé que es así. Lo veo en tus y eso me duele, Sarah. Me duele que tengas tan bajo concepto de mí – bajó los ojos y pude ver autentico dolor en su rostro, como si mi desconfianza hacia su persona realmente lo lastimase profundamente. Di un paso atrás, no había esperado esa reacción –. ¿No te has planteado la posibilidad de que las copas de vino que bebiste pudieron ayudar a que llegases a ese estado o que simplemente me deseas muy dentro de ti? ¿Es tan difícil de creer en alguna de esas dos posibilidades, Sarah, antes de crucificarme como lo haces siempre? ¿Te matará acaso el darme el beneficio de la duda aunque sea una vez?

Mi determinación flaqueó. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza que el culpable podría haber sido la bebida, porque la segunda opción ni me lo planteaba, ¿yo deseándole? Tonterías. Es cierto que, durante aquella cena, bebí unos cuantos tragos, pero ¿eran los suficientes para hacerme besar a aquel rey? No lo creo. Al fin y al cabo, aunque no soy una gran bebedora, no tengo un aguante tan minúsculo para la bebida. Le dirigí una mirada cargada con sospechas y reproches.

- ¡Por todo lo apestoso! – maldijo el monarca, dándose un golpe en la frente con fuerza – No había pensado que, al no ser de este mundo, al ser una humana, puede que nuestra bebida te afectase más de la cuenta. Supongo que suele pasar, vuestro organismo es ligeramente diferente al nuestro, pero… no se me ocurrió. No es que tenga muchos invitados humanos en el castillo, y, los pocos que vienen, no suelen quedarse a compartir una copa de vino conmigo tan ocupados que están recorriendo mi Labyrinth – respondió cabizbajo, sin mirarme a los ojos, avergonzado por su errata. Algo fuera de lo común de él. Parecía… ¿qué? ¿arrepentido? –. Yo… desearía poder decirte, esto... que siento el resultado. Ese beso que compartimos, Sarah, pero no puedo, no puedo mentirte. Nunca lo he hecho, lo sabes, y no pienso empezar a hacerlo ahora – siguió hablando mientras levantaba su mirada bicolor, atrapando el mío –. Puede que del medio por el que compartimos el beso sí me arrepienta, pero nunca del resultado. De eso nunca.

- ¿Cómo?

No hay por qué decir que estaba más que confusa. No esperaba esto, ni mucho menos. Me había imaginado que me enfadaría con él, le lanzándole todo tipo de cosas a la cabeza, mientras él se jactaba de su logro y se vanagloriaba de la forma que había conseguido robarme aquel beso. No esto. Nunca imaginé verlo así, arrepentido por el desliz cometido y de la forma que consiguió el beso. Además, eso que acababa de decir era… ¿Qué? ¿Una declaración? ¿La afirmación de un hecho? ¿O acaso lo había entendido mal?

Todo era tan confuso…

Me llevé las manos a la cabeza, tapándome el rostro con ellos. Jugando a ese juego que los niños juegan de: "si no te veo, no estás". Y es que, necesitaba pensar. Necesitaba estar sola para procesar todo lo acontecido hasta entonces, como era debido. Necesitaba aclarar las ideas en soledad, para poder encontrarle algún tipo de sentido. Necesitaba tantas cosas que se encontraban tan fuera de mi alcance, que era difícil enumerarlas todas.

Sentí unas fuertes manos apartando las mías con extrema delicadeza, de forma amorosa. Y sentí más que vi, como una de sus manos acarició mi mejilla con ternura, alzándome la cabeza poco a poco para que mirase a su dueño, quien no apartaba su ardiente mirada de mí.

- Sarah… Soy consciente que mis métodos para traerte aquí no han sido de tu agrado, ni tampoco mi forma de tratarte anteriormente, como si fueras una más de mis súbditos, y que me odias por ello. Lo sé e intento asimilar ese echo, por más que me duela en el alma. Pero has de saber que, aunque a mi retorcida manera, lo he hecho también por ti. No todo ha nacido del egoísmo de mi corazón – me aseguró seriamente –. Siempre te veía, gracias a mis dones, sufrir en tu mundo y aborrecía eso. Solo deseaba darte todo lo que mereces, todo lo que está en mis manos darte. Quería alejarte de aquellos que te dañaban y ofrecerte un mundo nuevo donde poder ser feliz. ¿Soy malvado por ello, Sarah? ¿Soy un monstruo por haber querido siempre lo mejor para ti, por siempre querer hacer realidad todos tus sueños, hasta aquellos que ni siquiera tú misma sabes que habitan en tu interior? ¿Es eso lo que me convierte en el villano de tu historia? ¿Es el amor un pecado tan imperdonable a tus ojos, mi cosa preciosa? – sus ojos suplicaban una respuesta a los míos, esperando una reacción, unas palabras, cualesquiera que fueran.

- Yo… no sé… no sé qué decir… - con cada palabra que salía de sus tan bien esculpidos labios, más y más me desconcertaba y descolocada.

Durante mucho tiempo, más del que me acuerdo, siempre lo había visto como el villano sin corazón de mis sueños. El mismo que me había arrebatado a mi hermanito para jugar conmigo como más le placía en ese mundo de locos. El malvado monstruo que se aprovechaba de mi ingenuidad para su propio entretenimiento. Nunca creí que podría no ser así, que, como el dijo antaño, solo había intentado ser generoso conmigo, dándome lo que quería sin dudarlo. Siempre pensando que era una más de sus jugarretas para apropiarse de mi hermano y hacerme perder en su juego, como monstruo desalmado que era.

Hasta ahora el rey de los goblins nunca me había mentido, cosa que hacía que sus palabras y los sentimientos que veía reflejados en sus ojos se volviesen reales, verdaderos. Pero ahora, tras escuchar aquellas palabras tan sentidas, empecé a cuestionarme todo lo que hasta entonces había dado por sentado… ¿Qué era cierto y qué mentira? ¿Era el villano del cuento o acaso no?

Era cierto que fui yo quien le había rogado que alejase a Toby de mi lado. Era yo la que había deseado una aventura en mi vida, como el de los libros que tanto solía leer en aquella época. Y, como toda historia, precisaba de un malvado para darle un poco de encanto a la aventura, el papel que él no dudó en interpretar por mi bien. Eso significaba que... Todo lo que antes había dado por cierto, empezó a tambalearse bajo esta nueva luz, dejándome totalmente desorientada.

- No digas nada aún, Sarah. Solo espero que te lo pienses y, aunque es posible que no me lo merezca, que me perdones o que, por lo menos, me ofrezcas el beneficio de la duda, para volver a empezar de nuevo. Te pido tan poco, Sarah… ¿te lo pensarás siquiera?

- Esto… ¿sí?

- ¿De verdad? – su mirada se iluminó con una nueva luz al oírme decir aquellas vacilantes palabras – No te arrepentirás, me aseguraré de ello – y, en un acto impulsivo, sentí como sus labios depositaban un suave beso en mi frente, antes de alejarse sonriente – Hasta pronto entonces, Sarah.

Y yo, estúpida de mí, me quedé como una tonta plantada ahí por Dios sabe cuánto tiempo, con una de las manos en el lugar donde se posaron sus labios momentos antes, y mirando el lugar por donde había desaparecido él, más confusa que cuando nos besamos.

¿Qué demonios acababa de pasar?

oOoOoOoOoOoOoOo
oOoOoOoOo

Un éxito. Había sido un rotundo éxito.

Había utilizado la carta de la “sinceridad”, la carta triunfal, con tal maestría. De tal forma que, de seguro, Sarah dejaría de odiarme para permitirme entrar en su joven y cálido corazón, tal y como era mi deseo. Y pensar que para ello solo necesité hacer uso de mis grandes dotes de actor, que no es por alardear (lo cierto es que sí) pero sobresalen de la media, y emplear respuestas ambiguas acompañadas de pequeñas verdades para enmascararlas y hacerlos parecer creíbles.

Solo aquellos que son como yo, aquellos que no nacimos con la capacidad de poder mentir a causa de nuestra naturaleza, saben apreciar los matices de las palabras. Solo ellos verían la grandiosidad de términos como "quizá" "puede" o "es posible". Expresiones que muestran posibilidades, no certezas. Al mismo tiempo puedes afirman que negar un hecho. Todas las posibilidades yacen en su interior. Posibilidades que solo un oyente hábil y avispado sería capaz de percatarse de la sutil diferencia entre eso y la verdad. Como, por poner un ejemplo, cuando dices: quizá llueva mañana. En esa simple frase, para un oído experto, estás diciendo que puede que llueva o no el día de mañana. Dejaba ambas posibilidades abiertas, permitiendo creer lo que más quisiera o lo creía haber escuchado. Y, en el supuesto de que al día siguiente despuntase un radiante sol en vez de oscuros nubarrones, las palabras dichas jamás serían mentira, pues en ningún momentos habías afirmado que no cabía esa eventualidad.

Eso es lo que había utilizado a mi favor en mi pequeña charla "sincera". Eso y el puro e inocente corazón de Sarah. Era demasiado joven e inexperta aún como para darse cuenta de los juegos de palabras que hacemos los de mi clase, con tal de no incurrir en la mentira. Demasiado confiada como para sospechar de alguien más, aún de su antaño archienemigo, es decir yo.

Realmente mi Sarah no tenía corazón de abogado o político, pese a que estuviese estudiando abogacía en esa Universidad humana, y lo agradecía. Solo así había conseguido convencerla para que brindase la posibilidad de acercarme a su corazón. Porque ningún abogado o político habría caído en semejante trampa, tan acostumbrado que están a buscar lagunas en las palabras ajenas. Daba gracias de corazón a que no había heredado eso de su abogado padre.

Ahora, solo quedaba que quisiera ser mía y todo se arreglaría por fin.

Para ello, ¿qué mejor que cortejarla a la antigua usanza? Si mal no recordaba, de joven solía gustarle sentirse como una princesa de cuento de hada, que la tratasen como tal. Si hasta se hacía pasar por una siempre que interpretaba sus papeles en el parque, con vaporosos vestidos de época incluidos.


Lo dicho, que si eso era lo que a ella le gusta y desea de un hombre, lo haría realidad. Al fin y al cabo, sus deseos son órdenes para mí.

sábado, 25 de julio de 2015

Capítulo 11: Tierra Trágame

N/A: Como todos habías supuesto el "caballero de brillante armadura" era Jareth, aunque caballero lo que se dice caballero no sea jeje. ¿Quién más podría haber sido? Pero, aunque Sarah por ahora ha fracasado en su huida hemos descubierto algo importante. ¡Parte del Labyrinth ha desaparecido! ¿Qué estará pasando? Según Sarah es cosa de Jareth, siempre creyendo lo peor de él. A cada rato vamos consiguiendo una pieza más del puzle que va explicándonos la situación actual del Labyrinth. Veamos lo que nos lleva. Aunque por ahora a donde nos lleva es a una cena entre nuestros dos queridos protagonistas, a la que "tan buenamente" Jareth ha "invitado" a Sarah. XD

Alexia me ha encantado el dibujo del link. Me ha sorprendido, pues refleja exactamente la forma que me había imaginado que habría sido la escena. Algo verdaderamente cómico, en especial para nosotros y para Jareth. No creo que Sarah comparta nuestra opinión al respecto, siendo para ella un momento tan vergonzoso.

Anónimo, es cierto que esta misma historia lo tengo comenzado en otra parte y sí, mi historia es continuar por ahí si la gente quiere. También se admiten sugerencias e ideas para ayudar en este proceso creativo. La ayuda nunca viene mal la verdad sea dicha.


Por último, solo me queda desearos que este nuevo capítulo llegue a gustaros tanto como los anteriores y que me podáis mandar algún comentario con vuestras opiniones y críticas constructivas. Hasta los de ahora me encantan y me animan, de modo que… ¡estaré esperando por más!

Aclaración: Los personajes de esta historia no son mías, sino de la película Labyrinth, aparte de Irina, Matt y su ahora ex novia. Es una pena que Jareth no sea mío, qué sino… no estoy muy segura de que hubiera dicho las palabras adecuadas al final de la historia, como lo hizo Sarah. Es que, teniendo a semejante villano ofreciéndome todo lo que le ofrece a su cosa preciosa…

Y que conste, no lo hago con fines lucrativos, simplemente por el placer de emprender un bonito camino junto a los personajes de esta magnífica película que tanto marco mi infancia (sigo teniendo las canciones en mi móvil).



Capítulo 11: Tierra Trágame

Volvía a estar en aquella blanca prisión, aburrida y con la voz un poco ronca de tanto gritar maldiciendo el nombre de ese prepotente rey.

Dios, cuanto lo odiaba…

Había pasado todo el día encerrada ahí, leyendo alguno de los libro que aún seguían intactos después de mis innumerables arrebatos de furia. Algo que empecé a hacer cuando mi voz ya no dio más de sí. Y no, no había comido nada. Ni los duraznos que tan malvadamente me había traído aquel goblin a petición de su rey, ni la comida que habían puesto en la mesita al llegar al medio día. No pensaba probar bocado. Aunque tuviese que morir de inanición. ¿Quién comería algo viniendo de la persona que, la última vez que estuvo en el Underground, le ofreció un fruto envenenado que lo hizo olvidarse de todo y de todos? ¿Quién podía asegurarle que esos platos, aunque con una apariencia más que apetecibles, no estuvieran envenenados asimismo, pese a que él afirmase lo contrario en su carta? Nadie. De modo que, mientras no tuviese la certeza absoluta, no pensaba correr el riesgo de caer en su malvado juego. Además, no es que tuviese tanta hambre tampoco.

Su estómago gruñó con tanto ímpetu ante ese último pensamiento, como si se encontrase mostrando su protesta y disconformidad. Algo que la sobresaltó. Aquel sonido más se asemejaba a un león famélico que a un estómago humano. Me llevé la mano a la tripa, para apaciguar los sonidos involuntarios que salían de allí sin mucho éxito.

Vale, lo admito, era mentira cierto, realmente tenía mucha hambre. Tanta que hubiese comido hasta un plato de verduras. Tanta que hubiese comido hasta las pezuñas de un buey. Aún así, prefería morir de hambre a comer cualquier cosa que él me ofreciese. No me fiaba de él ni un pelo. Quien sabía lo que contenían o qué efectos podía producir en mí. Por lo poco que sabía, podía volverme en uno de sus goblins. Dios no lo quiera. Esa sería peor que cualquier pesadilla que me hubiese acosado alguna vez, pues no podría volver jamás con esa horrible apariencia a mi antigua vida. No sin que las autoridades me atrapasen para hacer extraños experimentos con mi persona. Algo que me gustaría evitar tanto como pudiese, más que nada porque no me agradaba la idea de que me diseccionasen. Aunque fuese en nombre de la ciencia y el conocimiento.

No, estaba decidido, no comería nada de aquello.

Así pasaron las horas. Yo leyendo un libro mientras intentaba hacer oídos sordos a las súplicas de mi lastimero estómago, esperando que nunca llegase la hora de la cena. Pero, aunque hay muchas cosas que podemos controlar en nuestra vida, lo que haremos, lo que comeremos… el tiempo no es uno de ellos. El tiempo sigue avanzando a grandes zancadas e imperturbable como siempre, sin hacer caso a tus estúpidas súplicas.

No quería ir. Se me ocurrían otras mil cosas que prefería hacer antes que pasar una velada junto a él. Entre otras cosas, tirarme de cabeza en el Pantano del Hedor Eterno. Quien sabe, de esa forma, a causa de mi repugnante olor, puede que me dejase marchar. Pero no tenía alternativa. Debía ir. Me encontraba obligaba a ir. No es como si su nota me hubiese dado la oportunidad de rechazar el susodicho evento. Había sido una orden tajante que, de no cumplirlo, me hacía saber que lo pagaría con creces. Cosa que quería evitar en la medida de lo posible, pues perdería toda oportunidad de huir cuando llegase el momento indicado. Pero eso no quería decir que no prestaría batalla esa misma noche, ni mucho menos. Andaba claro si pensaba que me mostraría dócil después de hacerme soportar su presencia. Ya le quitaría yo las ganas de volver a cenar conmigo. Le demostraría quien era la verdadera Sarah Williams. Sí señor.

Y, con esos pensamientos, me dirigí al armario en busca de algo que ponerme, algo que aún no hubiese arruinado cuando escapé empleando vestidos como cuerdas.

Me puse un vestido, color negro azulado hecha con tela de gasa tan fina al tacto como las plumas, que susurró suavemente cuando me lo enfundé. Me quedaba como un guate. Se ceñía a mi curvilínea figura, resaltando todo lo que tenía que ofrecer. Era precioso. Aunque me costase admitir a mí misma, me encantaba el exquisito trabajo hecho por los goblins del monarca. Era un vestido simple, pero elegante, que dejaba al descubierto los hombros, con un escote corazón sin tirantes, y parte de su espalda. Además, poseía un corte en la falda del vestido que mostraba parte de su pierna. Creando una imagen condenadamente sexy, aunque esté mal decirlo por mí misma. El conjunto completo me aportaba una apariencia elegante, pero inalcanzable. Como lo era ella para él. Algo que nunca sería suya, algo que nunca doblegaría, pese a mantenerla encerrada en aquella prisión. Sería como mostrarle el caramelo que jamás sería capaz de degustar. Que sufriese. Esa sería mi jugada. La única pequeña venganza que podía llevar a cabo por ahora.

A continuación, decidí hacerme un recogido en el pelo, adornándolo con algunos zafiros que encontró en su tocador, porque nada de ello era mio. Los cuales me quedaban perfectos, porque mentir. Con cada movimiento de mi cabeza brillaban como pequeñas estrellas atrapados en mi cabellera, como en una tela de araña oscura. También me pinté los labios, me puse un poco de colorete y delineé mis ojos. ¿Quería que estuviese preparada para la cena? Pues lo estaría. No soy de las que se arreglan en exceso, pero cuando lo hago soy capaz de quitar el hipo al sexo opuesto.

Cuando terminé de prepararme, pude oír con facilidad por detrás de la puerta el tranquilo deslizar de unos zapatos por el pasillo. Venían a por mí, para llevarme a la cena. Bien, era la hora de la función. Era hora de sacar a la Reina de Hielo que llevaba dentro, de poner en práctica todas las horas que empleé de pequeña como actriz, ensayando para funciones imaginarias en el parque junto con mi perro Merlín. Este no sabía a quién se enfrentaba.

La puerta se abrió justo en cuanto finalizaron las pisadas. Me encaminé hacia allí, encontrándome con que no sería uno de sus siervos quien me escoltaría hacia el comedor, sino el mismísimo rey. No dejé que en mi cara se reflejase la sorpresa que sentí. En vez de eso, le mostré mi mejor cara de póquer, acompañado de una indiferente mirada. Eso debió de desconcertarle momentáneamente, esperando como estaba a una monumental rabieta que no ocurrió. Estoy segura que esperaba palabras malsonantes hacia su persona, junto con iracundas miradas que lo querían fulminar. No, había decido no darle ese regocijo, había decidido no demostrarle lo que causaba en mi, el daño que me hacía. O puede que lo que le sorprendió fuese mi inmejorable apariencia. No lo sabía decir, aunque tampoco me importase descubrir la razón de aquella expresión. Pero supo sobreponerse rápidamente a la sorpresa inicial.

Se inclinó ante mí por la cintura, ofreciéndome una elegante reverencia.

- Estas deslumbrante, cosa preciosa, me alegra que vayamos a cenar juntos – sus ojos brillaban sin poder evitar recorrer todo mi cuerpo. Que lo hiciera, sería lo único que haría. Mirar.

- Diría que siento lo mismo, pero no me gusta mentir – le dediqué una fría sonrisa. Toma ahí, una golpe bajo hacia su gran ego empleando las mismas palabras que utilizó contra Matt.

No le gustó, como yo bien sabía, pese a no decir nada. El único indicio de su disgusto ante esas palabras fue el casi imperceptible tensión en su fuerte mandíbula. Algo que hubiese pasado por alto de no ser que hubieses estado observándolo a conciencia, esperando cualquier tipo de reacción.

Se limitó a guiarme por el pasillo con un mutismo total. Mejor para mí, no quería entablar una conversación con él. Por no querer no quería estar en su presencia, pero eso era algo sobre el que no tenía ningún poder de decición. Por ahora. Si mis planes funcionaban, para cuando terminásemos de cenar me mandaría a mi celda y no sabría más de ese reyezuelo de pacotilla. Hasta puede que, harto de mí, me devolviese con los míos. Quién sabe. Soñar es libre.

Entré tras él, con la cabeza bien alta, en un elegante comedor donde la pieza reinante era una inmensa mesa con docenas de sillas y candelabros. ¿Para qué necesitaba él una mesa tan grande cuando, a buen seguro, no compartía su mesa con nadie más, a excepción de mí el día de hoy? Me parecía un desperdicio de dinero y madera, estaba claro su función era hacer alarde de las riquezas y poderío de su dueño. Qué más me daba a mí. Esto me permitía poner cierta distancia entre los dos. Como de seguro él comería en la cabecera de la mesa, yo podría situarme en el otro extremo, evitando estar con él más de lo necesario.

Era una gran idea, pero él debió de notar mis intenciones o suponer por lo menos lo que estaba pensando, pues me retiró la silla que se encontraba a la derecha de su asiento, en un supuesto intento de caballerosidad. Aunque bien sabía yo, que de caballero tenía lo mismo que yo de monja. Es decir nada. Todo lo que hacía, cada gesto, cada movimiento, estaba cuidadosamente premeditado. Siempre llevando a cabo por alguna razón. En este caso el dejarme claro quien ostentaba el poder aquí. Así como para controlarme.

- Sarah.

Como no, era una orden. Me ordenaba sentarme junto a él. Despreciable e inmunda rata… Levanté aún más la frente y, sin dirigir ni una sola mirada ni una palabra de agradecimiento, cosa que debía de estar esperando, me senté en el sitio que había escogido para mí.

Pronto llegaron nuestros platos. A los cuales no les presté ninguna atención. Ni siquiera hice el amago de coger los cubiertos que estaban ante mí o bebí del vaso que él me sirvió.

- Sarah – llegó su voz a mi lado –. Deberías comer algo. No lo has hecho en todo el día. Debes estar famélica.

- Gracias, pero no tengo hambre – fue ese el momento que empleó mi estómago para revelarse ante mis palabras.

Una sonrisa divertida apareció en sus labios.

- Pues esos ruidos me indican lo contrario, cosa preciosa.

- No voy a comer nada de lo que me ofrezcas – sentencié, firme.

- ¿Por qué no? ¿Acaso no te gusta? Si quieres puedo hacer que traigan algo que sea más de tu agrado. Solo dilo y lo tendrás – dijo solícito mientras acercaba una de sus manos a las mías, el cual aparté con un manotazo contundente, lo que lo sorprendió - ¿Qué pasa, Sarah?

- ¿Crees que soy estúpida? – bien, a la porra con la fachada de reina de hielo, había aguantado demasiado y necesitaba dejarle claro a ese rey un par de cosas – ¿Crees que confiaría en la comida que me ofrece alguien que ya me envenenó previamente?

- Encantado. Era un fruto encantado – intentó defenderse en vano. No hice caso a sus palabras.

- Y para colmo, después de encerrarme en una prisión, porque eso es lo que es y no te atrevas a decir lo contrario, me obligas a venir en contra de mi voluntad a cenar contigo.

- Podías negarte.

- Ya claro, y terminar en un olvidadero para siempre. Sí, que grandiosa alternativa la que me ofreces. No sé por qué no la escogí – le contesté sarcástica.

Nuestras miradas se cruzaron, dando lugar a una batalla de voluntades. Ninguno de los dos dio marcha atrás en un buen rato, ninguno de los dos pensaba rendirse, pero a terca no me gana nadie a mí. Si algo se me metía entre ceja y ceja, no había quien me parase. En esta ocasión me había propuesto no perder aquella batalla de miradas. Así pues, fue él quien apartó primero su mirada pasado un buen rato. Se encontraba pensativo, mientras ideaba algo.

Su gran, gran idea fue intercambiar nuestros platos y vasos.

- ¿Qué crees que haces?

- Crees que he "envenenado" tu comida. Por lo tanto, he cambiado nuestros platos, pues, como supondrás, en caso que fuera cierto tu acusación, que no lo es, no sería tan estúpido como para envenenar el mío propio, ¿verdad?

- Esto… supongo – me había pillado con la guardia baja, no me había esperado aquello.

- Pues está todo dicho.

La cena, después de aquello, siguió siendo tan incomodo como el trayecto hasta allí. Aunque él intentaba aligerar el ambiente reinante proponiendo temas de conversación o jugueteando con una bola de cristal en sus manos, yo me mantenía en mis trece, dispuesta a ignorarlo deliberadamente mientras comía de mi plato. Debía admitir algo, aunque sea solo para mí misma, estaba excelente. Para chuparse los dedos. Todo estaba más que sobresaliente. Lo único que cambiaría habría sido la compañía, pero qué se le iba a hacer.

Ni habíamos acabado de tomar nuestros respectivos postres, cuando aparecieron unos cuantos goblins con instrumentos de música a sus espaldas. Y, situándose en una diminuta plataforma que se encontraba alejada de nuestro lugar, a una orden de su majestad empezaron a tocaron. Pero no cualquier canción, sino La Canción. Con mayúsculas. La misma que se escuchaba en el Ballroom cuando bailé por vez primera con él. La canción As The World Falls Down.

Se levantó tendiéndome galantemente una mano, con un brillo de diversión en la mirada.

- ¿Me harías el honor de bailar nuestra canción, querida?

- No.

- ¿No? – arqueó una ceja en mi dirección.

- No me gusta bailar – fue la primera escusa que se me vino a la mente.

- Mientes. Ayer por la noche y hasta hoy a la madrugada, si mal no recuerdo y mi memoria es excelente, antes de traerte aquí cumpliendo tus deseos – esto último lo dijo haciendo especial hincapié en las últimas dos palabras –, has estado bailando como nunca. Sé que te gusta, que te encanta. No mientas, Sarah, y ven conmigo – volvió a ofrecerme su mano.

- Bien, me gusta bailar, pero no lo haré contigo.

- Qué lástima – una malvada sonrisa empezó a expandirse en su rostro –, porque no tienes otra que obedecerme como tu rey – mientras hablaba se iba acercando a mí hasta que sus labios se quedaron a escasos centímetros de mi oreja – o sino…

Un escalofrío me recorrió la columna vertebral cuando sentí su fresco aliento en mi oreja, prometiendo cumplir con sus amenazas que sabía que sería capaz de cumplir. De modo que, resignándome por el momento a mi destino, cogí la mano que me ofrecía y me dejé llevar por él.

Empezamos a dar vueltas por la sala en los brazos de Jareth. Sus ojos, que transmitían triunfo, en ningún momento se apartaban de mí mientras bailábamos. Podía sentir el roce de su mano sobre mi cuerpo. Y, pese a mí, debo admitir que bailar con él hacía que cualquier movimiento pareciera sencillo y natural. Por un momento me vi trasladada a otro lugar y otra época en la que una vez sonó esa misma música. Era como si estuviera de vuelta a ese sueño, como si todo lo que me rodeara no fuera real. Cuantas más vueltas dábamos, mayor era esa sensación de irrealidad. Lo único auténtico en esa bruma era él, tan brillante y fabuloso como la primera vez que lo vi. No solo eso, como aquella última vez, había algo en su rostro que indicaba que estaba disfrutando sinceramente aquel momento. Sin la burla o el secretismo que había visto en tantas ocasiones allí presentes. Y esa sonrisa, era como el canto de una sirena, que roba cualquier atisbo de razón con su hechizante voz.

Era todo tan extraño y tan…

- Me siento… me siento como… no… no sé lo que siento.

Eso al parecer le hizo cierta gracia.

- ¿No lo sabes? – negué con la cabeza despacio, pues el mareo empezaba a hacer acto de presencia en mi mente, desorientándome, haciendo que todo pareciera tan poco real – Tranquila, lo sabrás pronto. De la misma forma que pronto descubrirás tu papel en todo esto. Y cuando lo sepas, quédate conmigo, hazle frente junto a mí, mi querida Sarah – los ojos del monarca miraban directamente a los míos, como si quisiera decirme algo más, pero no pudiera. Su rostro se encontraba serio – Créeme. Si quieres ser libre de verdad, completamente tu misma… Porque es lo que quieres, ¿no?

Asentí. Tenía razón, eso era lo que quería, ¿verdad?

- Entonces, encontrarás lo que buscas solo si permaneces en tus sueños, si permaneces aquí, conmigo. Si vuelves a abandonarlo, a abandonarme, volverás a estar a merced de malvadas personas y sus injusticias. Harán de nuevo contigo lo que quieran. Arrebatándote los últimos atisbo de tus esperanzas, sueños y deseos. Algo que yo nunca permitiría – me apretó más vigorosamente con uno de sus fuertes brazos, a la par que, con la otra, acariciaba mi mentón con infinita ternura –. Olvidalos, Sarah. Confía tus sueños y deseos, tu corazón mismo, a mí. Tu rey, tu esclavo.

Y, aunque parezca extraño, me encontraba embelesada de su pequeño monologo. Olvidado ya todo, mi enfado, mi secuestro, mi familia y amigos… solo estaban él y sus dulces palabras. ¿Sería a causa de alguno de sus encantamientos o es posible que su comida fuese el que realmente estaba envenenada y no la mía? No lo sabía, ni me importaba en aquellos momentos.

- Confía en mí, cosa preciosa – dijo mientras acercaba su cara a la mía - ¿Puedes hacerlo?

Debía de haber caído en alguna especie de retorcido hechizo, pues me vi a mí misma asintiendo y levantando la vista hacia él con expectación. Iba a besarme, lo podía ver por su mirada, por la inclinación de su cabeza, por como sus apetitosos labios se acercaban peligrosamente a los míos. Y, mientras que en cualquier otro momento seguramente le hubiese cruzado la cara de un guantazo, hice lo impensable. Cerré los ojos, esperándolo, ansiando incluso ese contacto tan íntimo.

Y así fue como sus labios se encontraron con los míos por primera vez. Un contacto que no había sido consciente de haberlo ansiado tanto. Fue un beso dulce y cariñoso que habría logrado derretir a cualquiera, capaz de causar el calentamiento global licuando los polos. Si mi raciocinio había comenzado a evaporarse poco a poco cuanto más bailábamos, en ese momento desapareció por completo. Fue como si en mi mente hubiese habido un cortocircuito, apagando todo el su sistema con él. Solo estábamos él, yo y ese tremendo beso.

Su lengua comenzó a acariciar mis labios con adoración, como si me pidiese permiso para entrar. Primero pasó por el labio de arriba, luego el de abajo, un mordisquito juguetón y… mi cuerpo reaccionó por iniciativa propia dejándole vía libre para explorar como más le placiese mi boca. Era toda suya.

Nuestros cuerpos empezaron a acercarse más y más, hasta que fue imposible decir donde empezaba el suyo y terminaba el mío. No había espacio ni para el aire. Para ese momento nos habíamos dejado llevar por nuestros instintos más bajos. Solo éramos brazos que no paraban de moverse de arriba y abajo, cuerpos que se retorcían para encontrar la manera de estar más cerca el uno del otro, y lenguas que luchaban una encarnizada batalla en nuestras bocas donde ambos bandos salían venciendo.

En definitiva, todo un espectáculo apasionado que, de no parar pronto, algo que a ninguno de los dos se le había pasado por la mente en ningún momento, parecía que pronto se volvería en no apto para menores.

No sé lo que fue, puede que el hecho de enterarme que la música hacía mucho que había cesado o que mi cerebro hubiese decidido por fin hacer acto de presencia después de sus largas vacaciones, pero pronto fui consciente de lo que estaba haciendo y con quien lo estaba haciendo, algo más importante aún. Los colores subieron a mi cara, no sé si de vergüenza o ira. Lo aparté bruscamente de mí, propinándole un fuerte empujón en el pecho.

Tierra trágame. Tierra trágame. Era lo único que era capaz de pensar mientras intentaba calmar mi agitada respiración después de semejante beso, que, aunque había comenzado como algo tierna pronto se tornó en algo salvaje. Él, mientras tanto, hacía lo mismo. Aunque la diferencia radicaba en la sonrisa orgullosa y para nada avergonzada que se dibujaba en aquel rostro. Sería…

No podía estar más tiempo ahí. El solo ver sus hinchados y húmedos labios me hacía recordar lo que habíamos compartido, lo nos habíamos hecho el uno al otro, lo que pudo haber pasado de no haber parado a tiempo. Era vergonzoso. Tenía que irme de allí. Dándome la vuelta empecé a huir de aquel lugar. ¿A dónde? No sé, solo sé que no podía permanecer más tiempo junto a él, junto a la persona que más odiaba en el mundo y al que le acababa de besar. ¿Qué demonios estaba mal conmigo?

Antes de desaparecer por la puerta, sin mirar en ningún momento en su dirección, pude oír la voz del monarca.


- Puedes huir de este comedor, Sarah, pero no puedes escapar de mí, de lo que ocurrido aquí o de cómo lo has disfrutado mientras ha durado. Lo sabes tan bien como yo – pude oír su risa, tan pagado estaba consigo mismo por aquel logro, mientras corría como alma llevada por el diablo por el interminable pasillo recitando mi nuevo mantra: Tierra trágame.