N/A:
¡Hola
de nuevo a tod@s! Ahora comienza el verdadero reto de Jareth, la verdadera historia.
Al fin ha conseguido traer a Sarah a su mundo otra vez, pero nuestra
protagonista no le pondrá las cosas fáciles, como supondréis.
Deseo
que este nuevo capitulo llegue a gustaros, estoy segura que sentireis
una especia de deja vú como a mi me sucedía mientras lo escribía,
y que me podáis mandar algún que otro comentario con
vuestras opiniones y críticas constructivas. ¡Los estaré
esperando!
Aclaración: Los
personajes de esta historia no son mías, sino de la película
Labyrinth, aparte de Irina, Matt y su ahora ex novia. Es una pena que
Jareth no sea mío, qué sino… no estoy muy segura de que hubiera
dicho las palabras adecuadas al final de la historia, como lo hizo
Sarah. Es que, teniendo a semejante villano ofreciéndome todo lo que
le ofrece a su cosa preciosa…
Y
que conste, no lo hago con fines lucrativos, simplemente por el
placer de emprender un bonito camino junto a los personajes de esta
magnífica película que tanto marco mi infancia (sigo teniendo las
canciones en mi móvil).
Capitulo
8: Lo Dicho, Dicho Está
Dejé
el cuerpo dormido de la bella Sarah en su nueva cama. Arropándola
con las perfumadas sábanas de seda blanca de más alta calidad.
Como
toda la habitación, lo había mandado hacer especialmente pensando
en ella, en este preciso momento, en el momento en el que mi plan
llegase a ser un éxito y la tuviese en mi castillo, para siempre. En
ningún momento dudé de mí. Sabía que la derrota era imposible. Yo
no era como esos estúpidos seres inferiores, llamados humanos, que
cometían el mismo error dos veces. Por lo que ni siquiera contemplé
la posibilidad de que mi plan pudiese fracasar.
Allá
donde mirases podías ver que el color predominante era el blanco,
aunque también podías apreciar pequeñas cinceladas de negro
azabache o alguna que otra piedra preciosa de algún deslumbrante
color oscuro y de infinito valor incrustados en el mobiliario. Me
gustaba pensar que, dichos colores, reflejaban la pureza de su alma,
que poseía la capacidad de una gran crueldad escondida en su
interior si lo desease. Además, para que se sintiese más a gusto en
su nuevo entorno, también había pensado en sus gustos, no solo en
el lujo. La habitación contaba con estanterías llenas de todo tipo
de libros con los que poder entretenerse y un ropero lleno de más
vestidos de los que jamás pudiera llevar, fieles representaciones y
variantes de los que solía vestir cuando era más joven en el parque
para representar el libro Labyrinth. Era una hermosa jaula de oro,
para una más que hermosa paloma.
Al
igual que la última vez que puso un pie en mi reino, ya había
comenzado a darle todo aquello que desease o pudiese llegar a desear.
No podría quejarse. Aunque, conociéndola, seguro que lo haría.
Nada era suficiente para ella, me acordé con una mueca. Por esa
insatisfacción fui rechazado la vez anterior.
Pero,
esta vez, haría que todo el esfuerzo no fuera en vano. No dejaría
que me volviese a vencer en mi propio juego y luego marcharse como si
nada, sin siquiera dar las gracias por todo lo hecho. No. Esta vez no
había perdido ni perdería. Puede que la vez anterior hubiese
menospreciado su voluntad y su fuerte determinación de conseguir a
su hermano, así como su ingenio para salir de las situaciones más
desesperadas. Pero no esta vez. Esta vez sabía contra quien me
enfrentaba. Y, por ello, me había asegurado de que, en esta ocasión,
no contase con el apoyo de esos irritantes traidores que ella llamaba
amigos.
Esta
vez sí, esta vez yo sería el vencedor del juego.
oOoOoOoOoOoOoOo
oOoOoOoOo
Me
encontraba en una mullida cama, arropada hasta arriba. Se estaba tan
a gusto, tan bien, que aún no había abierto los ojos, ni siquiera
hice el intento. No quería romper ese bello hechizo, no quería
despertar. Hoy era sábado, por lo que no tenía por qué ir a la
universidad. Además, mi cama nunca se había sentido tan cálido y
sueave. Era como estar tumbada sobre una nube de algodón.
No
tuve que esperar mucho para que esa sensación se viniese al traste
con los primeros indicios de lo que podía ser la resaca del siglo.
Ya comenzaba a sentir la boca pastosa y a martillear la cabeza, como
si unos cuantos elefantes estuvieran bailando claqué dentro de mi
cabeza. Realmente debía de haber pillado una gran borrachera, de
esas que pasan a la historia, para no acordarme de cómo había
llegado a la cama. Seguramente, Irina o Jareth, o los dos juntos,
debieron de traerme hasta aquí y meterme en la cama, a causa de mi
lamentable estado. Debía de acordarme de darle las gracias más
tarde por ello.
Intenté
evocar de algo de la noche anterior, aunque solo conseguí rescatar
algunos fragmentos sueltos e inconexos que no estuviesen contaminados
o emborronados por todo el alcohol ingerido. Me acordaba de cómo
habíamos entrado en el establecimiento, haber hablado sobre algo,
aunque no me acordaba de qué exactamente, con Jareth, el
encontronazo que tuve con Matt… Y luego nada, o por lo menos nada
real, pues estaba segura que el siguiente recuerdo que poseía no
podía ser más que una mala pasada de mi mente ebria. Porque era
imposible que le hubiese confesado a Jareth el deseo que se escondía
en el más oscuro recoveco de mi corazón, bajo mil puertas cerrados
a cal y canto, y el cual jamás le había confesado a nadie. Ni
siquiera a mi terapeuta o a Irina. Como tampoco era factible que él
hubiese materializado, como por arte de mágia, en la punta de sus
dedos una bola de cristal que lanzó contra mí, haciendo que el
mundo brillase a mi alrededor. En este último recuerdo, mi mente
debía de haber fusionado al Jareth real, el que era mi compañero de
piso y amigo, con el Jareth del sueño, el que era el despiadado pero
muy caliente monarca de los goblins, por su gran semejanza.
Eso
debía de ser todo.
Cuando
unas inhumanas ganas de beber agua se adueñaron de mí, me obligué
a mí misma a abrir los ojos en busca de un vaso de agua. La sorpresa
agrandó mis ojos como platos.
-
¿Qué demonios…?
Aquella
no era mi habitación, ni siquiera se le parecía remotamente.
Mientras que el mío era pequeño y práctico, con apuntes y libros
de derecho esparcidos por doquier en ese caos ordenado, este era
grande y suntuoso, como sacado de una revista de decoración donde
mostrasen una habitación señorial al estilo del siglo XVII.
¿Cómo
demonios, si se podía saber, había llegado yo aquí? ¿Y dónde era
aquí exactamente?
La
sed quedó relegada en un segundo plano mientras me devanaba los
sesos por acordarme de algo, por pequeña que fuera, que pudiese
explicarme por qué me encontraba en aquel extraño lugar. Pero, por
más que lo intentase, no conseguía nada, o casi. En mi mente no
paraba de repetirse la escena de Jareth con el cristal. Una imagen
que, en un principio, había tachado de irreal, pero que ahora…
Una
terrible sensación me oprimió el pecho al pensar en ello. No podía
ser…
-
Veo que has despertado, mi bella durmiente. Ya creía que tendría
que besarte para que despertases de tu letargo.
Me
levanté de un salto de la cama, con el corazón en la boca, para
encarar al portador de aquella familiar voz que tan bien conocía.
Ahí estaba él, apoyado contra el marco de la única ventana del
lugar, por donde se apreciaban las primeras lluvias que pronto
terminaría por convertir en una tormenta, como si poseyera todo el
tiempo del mundo. Por un momento fui a sonreírle, a abrazarlo entre
mis brazos, pero me lo pensé mejor. Algo en mi interior me estaba
advirtiendo que, esa persona que se alzaba imponente ante mí, no era
la persona que yo creía que era, sino algo peor, mucho peor. Ese no
era mi compañero de piso, no completamente.
Me
aclaré mi reseca garganta, súbitamente asustada.
-
¿Quién eres tú?
-
¿No lo sabes? – su voz era calmada, casi amable.
Los
relámpagos trazaron venas en el cielo e iluminaron su cara. No
estaba sonriendo, como cabría esperar en un saludo entre compañeros,
ni tampoco era torva como entre enemigos. Tenía los ojos clavados
en mi persona con una intensidad que cautivaba, a pesar de que
procurase que no me afectase. Cuando dio un paso adelante, hacia la
luz que se filtraba por la ventana, no retrocedí. No le pensaba
demostrar cuanto me estaba intimidando.
Entonces,
cuando se acercó más a la luz, pude verlo mejor. Aquella persona
que tanto se parecía a mi compañero de piso y amigo, llevaba una
camisa color crema, abierta por delante, con unas mangas holgadas y
puños de seda en las muñecas. Encima tenía un ceñido chaleco de
color negro. Iba calzado con unas botas negras, sobre unas mallas
grises, y unos guantes negros le cubrían las manos. En una de ellas
sujetaba la empuñadura decorada con joyas de un curioso bastón, que
en la punta tenía la forma de la cola de pez. Pero lo que hubiese
llamado mi atención, de no estar tan hipnotizada por esa intensa
mirada bicolor, habría sido el colgante de oro con forma de oz que
colgaba al cuello y que brillaba muy débilmente.
-
Yo… Yo… - fue lo único que atiné a decir. Por un momento, me
había quedado sin habla. Cosa muy extraña en mí.
Aquel
hombre sonrió al oír mis titubeos. Y fue aquella sonrisa, junto con
su extraña vestimenta, los que disiparon cualquier duda que pudiese
tener sobre su identidad.
-
Eres… él, ¿no? El rey de los Goblins.
¿Cómo
había sido tan idiota? Por supuesto que era él, no había más que
verlo. Su porte real, sus ojos, su forma de vestir… Además, el
nombre que me había dado cuando nos "conocimos por primera vez"
debía de haberme alertado sobre ello. Jareth G. King. Jareth Goblin
King. Solo le había faltado poner un cartel de neón para anunciar
quien era. Pero, pese a todas las pistas que me había ofrecido, no
había sido capaz de adivinarlo. Obcecada como estaba en que todo fue
producto de una mente infantil con exceso de imaginación. Tan
empeñada como estaba con que nada de lo que aconteció era real,
como habían insistido tantas veces mis psicólogos, que no fui capaz
de ver la verdad cuando lo tuve delante. De no haberles hecho caso,
no me encontraría en esta situación. Malditos sean todos ellos y
maldita fuera yo.
Como
toda respuesta, me dedicó una reverencia burlona, una reverencia que
ni le devolví ni tenía intención devolvérselo.
-
Te he salvado – dijo al cabo de un momento –. Te he liberado de
las ataduras que te angustiaban y te asustaban. Otra vez. Ahora eres
libre, Sarah.
-
Oh, no. No quiero ser libre – respondí –. Bueno, sí, pero no de
esta forma. Quiero volver a mi piso. Ahora mismo.
Jareth
cruzó las manos sobre la punta del bastón.
-
Lo dicho, dicho está.
-
Pero si no lo he dicho en serio – repliqué enseguida –. Estaba
borracha, y eso no cuenta, lo sabes muy bien.
-
No me digas.
-
Por favor. Quiero volver – Un especie de “déjà vu” me
embargó. Una conversación similar me vino a la mente, una que tenía
ocho años de antigüedad. Este diálogo se parecía misteriosamente
a otro que recordaba haber mantenido con él, pero lo descarté al
instante. Debía centrarme en volver a casa.
Jareth
se rió, una risa malvada, que hizo eco en aquel lugar.
-
Sabes muy bien que no es posible.
-
Por favor, devuélveme, por favor – supliqué. Me oí a mí misma
hablando con una pequeña voz, como la última vez que le pedí algo
similar. Siendo consciente, para este momento que el sueño no había
sido tal, que todo había ocurrido realmente. – ¡Por favor!
-
Sarah… - Jareth frunció el entrecejo y negó con la cabeza. Su
rostro mostraba preocupación por mí, o eso es lo que parecía –.
Quédate en este cuarto. Lee los libros que he traído para ti. Ponte
los vestidos que he hecho confeccionar pensando en tu persona. Esta
es ahora tu auténtica vida. Olvídate de tu mundo.
-
No, no puedo, ¿es que no lo entiendes?
Durante
un momento nos contemplamos, como adversarios intentando medirse al
comienzo de una larga y dura contienda. Al igual que la primera vez.
Todo era como lo recordaba, salvo por el pequeño detalle de que esta
vez no quería que me devolviese mi hermanito, sino a mí misma. Era
casi como volver a revivir aquel recuerdo. Y, si lo estábamos
recreando, eso significaba…
Me
planté en el lugar, con los brazos cruzados en actitud desafiante y
dirigiéndole una mirada determinada.
- Y
bien, ¿cuál es la prueba esta vez? Si mal no recuerdo, ahora viene
la parte de los deseos. Cosa que prefiero saltar porque me volveré a
negar a cogerlo, para a continuación ofrecerme un reto que tendré
que superar para conseguir escapar de tus garras. De modo que, ¿qué
tengo que hacer? ¿Tendré que volver a recorrer el Labyrinth o
tienes algo más en mente? Si lo conseguí una vez, lo volveré a
hacer nuevamente.
-
Qué voluntad – dijo con un atisbo de admiración –. Casi había
olvidado esa parte de tu personalidad, pero, por desgracia para ti,
esta vez no hay ningún tipo de reto esperándote – rió por lo
bajo –. Esta vez no hay forma de escapar. Ya has perdido el juego,
Sarah. Será mejor que empieces a hacerte a la idea cuanto antes.
-
¡No es justo! – le grité llena de frustración, dándole una
patada al suelo - ¡Yo no era consciente de que estábamos jugando,
ni lo que estábamos jugando!
-
No importa cuánto tiempo haya pasado, sigues diciendo lo mismo. Me
pregunto en qué te basarás.
No
podía ser. No podía estar atrapada para siempre aquí, en el
Underground. Porque supongo que esta era una de las muchas
habitaciones de su inmenso castillo. Yo tenía una vida, aunque no
fuese perfecta, allí en la Tierra. Tenía amigos que merecían la
pena, unos estudios que se me daban bien, un futuro como abogada,
hasta una familia, pese a los muchos altibajos por las que pasaba
nuestra relación desde hace mucho tiempo. Debía volver. Debía
volver para recuperarlo todo, pero ¿cómo? ¿Cómo podría hacerlo
si no me daba una oportunidad de vencerlo en su propio juego? Tenía
que hacer algo. Tenía que haber algún vacío legal que no estaba
viendo y el que pudiese explotar a mi favor. Solo debía pensar…
La
mirada se me iluminó al caer en la cuenta de algo.
-
No tienes poder sobre mí – si esas palabras habían funcionado una
vez, volverían a funcionar en esta ocasión también. Mi sonrisa se
fue ensanchando a cada segundo que pasaba. Segura de mi inminente
victoria –. Ni lo tuviste en su momento ni lo tendrás nunca. De
modo que, no tienes la potestad de retenerme aquí por más tiempo.
Devuélveme a mi mundo. Ahora mismo.
Cerré
mis ojos, creyendo que, al volver a abrirlos me encontraría de
vuelta en mi cama pensando que todo esto había sido un mal sueño
ocasionado por el consumo de alcohol. Cuan errada estaba... Al volver
a abrirlos nada había cambiado. Seguía estando en la misma
habitación, estancada en el mismo lugar, vestida con las ropas del
día anterior, siendo observada por la divertida mirada del monarca
de los Goblins.
¡No
había funcionado! ¿Cómo era eso siquiera posible?
-
Te equivocas, mi bella Sarah. Puede que esas malditas palabras
ocasionasen en el pasado mi caída y, por ende, me impidiesen
retenerte aquí en su momento o que, después de aquello, pudiese
ejercer algún poder sobre ti. Pero eso ha cambiado. Tus dos deseos
han hecho posible este momento. El primero, el que me permitía estar
cerca de ti. Y el segundo, el que me suplicaba que te trajese conmigo
a mi reino, para siempre. Volviéndote así en uno de mis súbditos
y, como bien sabes, un rey tiene absoluto poder sobre los suyos –
su sonrisa era de suficiencia, realmente estaba muy orgulloso de sí
mismo por haber conseguido engañarme de aquella forma.
El
horror se apoderó de cada fibra de mi cuerpo. Esto no podía estar
pasándome a mí. Debía de ser un sueño, un mal sueño, de la que
saldría de un momento a otro sobresaltada por el timbre del
despertador, ¿verdad? Porque me era imposible creer que realmente
estaría atrapada aquí por el resto de mis días siendo tu súbdita.
Me negaba a creerlo.
Volví
a cerrar los ojos y llevé una de mis manos a mis mejillas,
pellizcándolo fuertemente para despertarme. Era la técnica
universal que toda madre enseña a sus hijos en algún momento de su
infancia, después de haberse despertado asustada por una terrible
pesadilla. Esperaba que esto funcionase por lo menos, era mi última
opción.
-
Esto es un sueño – murmuré por lo bajo, mientras incrementaba la
fuerza que le imprimía a los pellizcos. No me importaba que se me
quedase una marca. Todo sea por escapar –. Dentro de poco
despertaré con una resaca monumental en mi cama y no me acordaré de
nada de esta pesadilla.
Abrí
los ojos muy, pero que muy lentamente. Temiendo ver lo que se
encontraba al otro lado de mis párpados. Nada. No había cambiado
nada. Todo seguía igual, por desgracia para mí y fortuna para él.
-
Siento decepcionarte, mi Sarah, pero no soy un sueño.
La
realidad me golpeó como un balde de agua fría, o como un tren en su
máxima velocidad, dejándome sin aliento y en estado de shock.
Realmente estaba atrapada en el Underground, más exactamente en el
Castillo más allá de la ciudad de los goblins, con su despiadado
monarca. Los recuerdos que, por tantos años había creído que no
eran verdaderos, ahora se descubrían cruelmente reales. Y… ¿había
dicho que estaba atrapado aquí con un malvado rey para siempre?
Esto
era más de lo que nadie podía soportar.
El
horror por mi recientemente adquirido estatus de cautiva, dejó paso
a una intensa ira. Ira hacia esta situación, hacia esta habitación
que no era más que una jaula de oro, pero, por encima de todo, hacia
el causante de todo esto. La persona que había movido los hilos tan
astutamente, orquestando este maquiavelismo plan, para conseguirme
así, como un pájaro en una jaula.
No
pensé en lo poderoso que era, en la magia que poseía o que tenía
unos miles de soldados goblins a sus órdenes. No me encontraba en
condiciones de pensar más allá de cuanto lo despreciaba por hacerme
aquello.
Empecé
a lanzar, con todas mis fuerzas, cualquier cosa que se encontrase al
alcance de mi mano. No importaba que fuese grande o pequeño, ligero
o pesado, con o sin joyas, todo valía para mi objetivo, hacerle
tanto daño como él me había ocasionado a mí con este secuestro.
Los objetos pronto empezaron a volar por la habitación a gran
velocidad.
Mientras
tanto, entre proyectil y proyectil, intentaba retener las lágrimas
de ira, frustración y dolor que intentaban asomarse a las comisuras
de mis ojos por todo lo perdido. Y ¿por qué? Por haber formulado un
estúpido deseo mientras me encontraba con la moral por los suelos
por el ataque verbal de mi ex novio y a causa de los efectos del
alcohol. No pensaba volver a beber más, nunca. Aunque, pensándolo
más detenidamente, si iba pasar el resto de mis días retenida aquí
necesitaría beber para sobrellevarlo sin volverme loca. Realmente
odiaba esta situación y lo odiaba a él.
El
rey, mientras tanto, esquivaba ágilmente cualquier cosa que le
lanzase por muy veloz que fuera, sin perder en ningún momento su
elegancia o su sonrisa de superioridad. Malditos reflejos
sobrenaturales… ¿No podía dejarse golpear aunque sea una vez para
apaciguar mi ira?
-
¿Por qué me haces esto a mí? ¿Qué te he hecho yo? ¿Qué quieres
de mí? – le pregunté si parar de lanzar cosas.
-
Todo será descubierto a su debido tiempo, mi cosa preciosa. Ahora
descansa, aún debes de estar agotada después de la fiesta de ayer.
-
¡Te odio! ¡Te odio con toda mi alma, Rey Goblin!
-
Ya sabes lo que dicen los humanos, mi Sarah, del odio al amor a un
pequeño paso – podía notarse la risa en sus palabras. Ese
desgraciado…
Le
arrogué una mirada asesina, acompañado con un libro de tapa dura
que encontré por ahí y que lo dirigí hacia su cabeza, sin
conseguir darle esta vez tampoco. Esa era una mirada que haría
retroceder a los valientes y asustar hasta la muerte a los cobardes.
Por desgracia, a él no pareció afectarle lo más mínimo mi
fulminante mirada. Todo lo contrario, solo valió para agrandar su ya
de por sí inmensa sonrisa.
-
Yo nunca sentiría tal cosa por alguien como… como… - de lo
furioso que estaba no era capaz ni de hablar apropiadamente.
-
¿Por alguien como un ardiente y encantador rey? – me facilitó,
divertido.
-
Por alguien como un despreciable, manipulador y malvado rey.
Se
llevó una mano al pecho teatralmente, como si mis palabras hubiesen
herido su corazón. Ja. Para eso primero tendría que tener un
corazón.
-
Había olvidado también lo crueles que pueden ser tus ojos, al igual
que yo – no había terminado de hablar cuando sentí unas manos que
retenían las mías a mis costados. ¿Cuándo y cómo se había
situado detrás de mí? No me había dado tiempo ni de reaccionar.
Sentí su aliento juguetear en mi cuello, creando todo tipo de
escalofríos por todo mi cuerpo. Estaba tan cerca… – Ahora eres
uno de nosotros, mi Sarah, eres uno de los míos. Cuanto antes lo
asumas, antes podrás pasar página y ser feliz aquí. Para siempre.
Me
obligué a no dejarme atrapar por el hechizo de su seductora voz, y
concentrarme en el problema que tenía entre manos.
-
Nunca me rendiré. Encontraré la forma de huir de aquí, de ti –
mi voz salió un poco ronca por toda la fuerza de concentración que
necesité para concentrarme en algo más que no fuera el hecho de que
estaba demasiado cerca de mí.
-
Qué lástima… - susurró en mi oreja.
Y
sin decir nada más se desvaneció en el aire, dejando en el lugar en
el que momentos antes había estado plantado, un puñado de
brillantinas que volaban libremente por el aire.
me encantaaaa :D
ResponderEliminarLo adorooooo!!! :D
ResponderEliminarcuando subiras el siguiente, lo amee!
ResponderEliminarMe alegro que te gustase, tanto a ti como a los otros.
EliminarEl siguiente capitulo lo tendréis seguramente para el sábado o así seguramente. Así que toca esperar
jeje valdrá la pena esperar, esperare por el siguiente
Eliminarsaludos n,n