Traductor

Páginas

lunes, 29 de junio de 2015

Capitulo 7: Tus Deseos Son Mis Órdenes

N/A: Hoy  aprovecho para subiros el nuevo capítulo. Se que lo estoy publicando antes de tiempo, pero es que tengo un buen día. Además, será un regalo por el primer comentario y los primeros seguidores que consigo. Eso anima alguien a adelantar capítulos.

Sarah y sus compañeros van a ir de fiesta, la que, según Jareth, será su última fiesta de nuestra querida protagonista, su gran fiesta de despedida. ¿Será Sarah capaz de ver las oscuras intenciones que Jareth esconde tras su máscara de cordialidad antes de que sea demasiado tarde para ella o se saldrá con la suya por primera vez nuestro monarca? Solo tenéis que continuar leyendo para descubrir lo que ocurre.

Deseo que sea de su agrado, permitiéndoos pasar un buen rato, y que, como siempre digo, me podáis mandar algún que otro comentario con vuestras opiniones y críticas constructivas para mejorar mi desempeño. ¡Los estaré esperando!

Aclaración: Los personajes de esta historia no son mías, sino de la película Labyrinth, aparte de Irina, Matt y su ahora ex novia. Es una pena que Jareth no sea mío, que sino… no estoy muy segura de que hubiera dicho las palabras adecuadas al final de la historia, como lo hizo Sarah. Es que, teniendo a semejante villano ofreciéndome todo lo que le ofrece a su cosa preciosa…

Y que conste, no lo hago con fines lucrativos, simplemente por el placer de emprender en bonito camino junto a los personajes de esta magnífica película.


Capitulo 7: Tus Deseos Son Mis Órdenes

Mi conversación con mi madrastra no había conseguido más que empujarme a intentar más duramente olvidarme de Matt, endureciendo mi determinación de dejar esa parte de mi pasado atrás. No es verdad, me corrijo. Lo que había endurecido las frías pero venenosas palabras de mi madre, era mi determinación de dar carpetazo a todo mi pasado. Incluyéndola a ella misma, especialmente ella. Borrón y cuenta nueva.

Cuando salí de mi habitación, les informé a mis compañeros de piso que estaba preparada para esa fiesta, que momentos antes me habían propuesto y yo me había negado. Sería una noche para olvidar los dolores del corazón y emprender un nuevo rumbo de vida. O eso es lo que yo deseaba dentro de mí. En definitiva, un nuevo comienzo.

- ¿Cuánto tardaremos en llegar? – preguntó Jareth.

- Eres peor que un niño pequeño de cinco años – le soltó Irina –. Ya te hemos dicho, hace apenas unos minutos, que solo quedan unos diez minutos aproximadamente para llegar a la discoteca. Ten un poco de paciencia, por el amor de Dios. Ni que te estuvieras meando encima.

Nos encontrábamos en un taxi. Habíamos preferido no coger nuestros coches. Estábamos seguros que, al final de la noche, ninguno de nosotros se encontraría en condiciones de manejar, pese a que Jareth jurase y perjurase una y mil veces que él nunca se emborrachaba con lo que ofrecerían en la discoteca. Ni Irina ni yo lo creímos. Aunque su aguante fuese legendario, ya nos aseguraríamos de que volviese caminando dando tumbos a casa, como lo haríamos nosotras. Aún si tuviésemos que vaciar todo el alcohol del lugar. Algo bueno debía tener el provenir de una familia pudiente. De modo que, con eso en mente, hicimos una colecta para pagar al conductor. Ya sabéis que este medio de transporte en especial no es conocido por ser barato que digamos. Yo había votado por coger un autobús o el metro, pero Jareth había dicho que él nunca se subiría en ellos. Al parecer, no le gustaba mucho estar en un lugar tan cerrado con tanta gente desconocida, oliendo su sudor y siendo aplastado por el tumulto. O eso es lo que nos dijo. Así que, la única forma que quedaba, si no queríamos arriesgarnos a tener un accidente a la hora de volver a nuestro piso, era coger un taxi que nos trasladara a nuestra discoteca preferida. Luz de Luna. Así se llamaba.

Era un lugar donde tocaban buena música, reinaba el buen ambiente y las bebidas que preparaban eran tan deliciosas que no podías parar de pedir más. Hacía unos años que lo habíamos encontrado Irina y yo y, desde entonces, siempre que teníamos ganas de fiesta íbamos a esa discoteca a bailar, a beber y a ligar con apuestos chicos. Era el lugar ideal para sus propósitos.

Cuando llegamos a nuestra meta, pagamos al taxista entre los tres, después de pedir su teléfono para poder llamarle cuando tuviésemos que volver a casa. Nos encontrábamos por fin frente a Luz de Luna y por lo que se veía no éramos los únicos que habíamos decidido pasárnoslo bien aquella noche. La gente se encontraba haciendo cola para entrar en pequeños y grandes grupos de compañeros, esperando su turno pacientemente y no tan pacientemente. Podías apreciar a más de uno intentando colarse o despotricando por lo despacio que iba la cosa. Eso se debía a que la fila era lo bastante larga como para plantear a cualquiera la idea de buscar otro lugar donde pasárselo bien. No a nosotros. Nosotros teníamos un as bajo la manga. Irina.

Nos dirigimos directamente al gorila que se encontraba con los brazos cruzados y con cara de pocos amigos protegiendo la entrada. Desoyendo las quejas e insultos muy imaginativos que oíamos a nuestro paso, por no esperar nuestro turno como todos los demás.

- Hola grandullón, ¿cómo va la noche? – le saludó Irina con una sonrisa encantadora.

- Dichosos sean mis ojos, pero si es Irina. Hacía mucho que no veía ese hermoso rostro, ¿qué te trae por aquí? ¿Acaso te has replanteado lo que te dije la última vez? – contestó abrazándola.

Hace un tiempo Jack, que así se llamaba el gorila, se le había declarado a mi amiga. Y aunque ella le había rechazado, pues según ella mantener una relación le distraería de su trabajo como pintora, él no se había rendido en su intento por conseguirla. Siempre que se volvían a encontrar, Jack no dudaba en volver a preguntarle lo mismo una y otra vez. Con la esperanza de que aquella fuera la vez que Irina dijese que sí. Otra cosa no sé, pero positivo sí que era el hombre. Alguien que no claudicaba, pasase lo que pasase. Eso debía de concedérselo por lo menos.

- Es posible – Irina le guiñó el ojo juguetona –, ¿qué te parece si te contesto dentro cuando acabes el turno?

- Eso está hecho, preciosa.

Nos abrió la puerta con una sonrisa bobalicona y sin apartar su mirada soñadora de mi amiga mientras entrábamos. Realmente lo había atrapado en sus redes. No me extrañaría descubrir que había estado contando cada segundo que faltaba hasta que viniese su reemplazo. Tal era su enamoramiento o el efecto del hechizo de Irina en él.

La música nos dio la bienvenida al traspasar la puerta. Era una música envolvente que te empujaba a bailar sin remedio. Así era que, allá donde mirase, la gente se encontraba bailando solos o en compañía, con bebidas o sin ellos. Yo misma sentí la necesidad de moverme al son de esa hipnótica música que te atrapaba sin remedio, pero me resistí. Lo primero era beber algo y entonces… ¡A bailar!

No sé cuanto bebí o baile aquella noche, hacía tiempo que había perdido la cuenta de ello.
Me encontraba sentada en uno de los numerosos taburetes que había al lado de la barra. Hacía un tiempo que a Jack le habían relevado de su puesto. Ahora podías ver a aquel hombretón bailando con Irina muy pegados el uno del otro. Lo cierto es que, viendo cuan arrimados bailaban, no me extrañaría que hoy a la noche tuviera que ponerme unos tapones en los oídos para no escuchar los ruidos que invadirían, inevitablemente nuestro querido piso. A no ser que lo decidieran hacerlo en los baños de aquí, como ya había visto hacer a unas cuantas parejas desde que vinimos. Mi paz mental agradecería la segunda opción.

- Aquí tienes tu Daiquiri – Jareth posó la bebida frente a mí, mientras se sentaba al lado mío con su respectiva bebida.

- Uff – me llevé una mano a la cabeza, empezaba a sentir los efectos del alcohol -. Creo que tengo que dejar de beber.

- Tonterías, esto es una fiesta y en las fiestas, que yo sepa, se bebe, y mucho.

- Está bien – le di un trago a mi baso sin perderle de vista –. Si no te conociese, pensaría que quieres emborracharme para aprovecharte de mí o sonsacarme información confidencial.

Se llevó una mano, teatralmente, al corazón, fingiendo que le habían dolido mis palabras. Cosa que me hizo soltar una risita tonta muy a mi pesar.

Mantuvimos una agradable charla de todo y de nada en particular. No sé cómo explicarlo mejor. Solo puedo decir que poco a poco me encontraba más y más a gusto con él. Podría haber estado así por toda la noche, pero algo me impidió.

- Oh dios mío – solté de sopetón.

- ¿Qué pasa?

- Creo que tengo que ir al baño urgentemente – me levanté tambaleante del taburete. Realmente el alcohol estaba afectándome.

- ¿Quieres que te acompañe? – se ofreció caballerosamente.

- No, puedo ir sola. Tú cuida de mi bebida mientras vuelvo. Te nombro su guardián oficial, que nadie me lo robe – hice una cruz en el aire de forma torpe, por el alcohol que circulaba para ese entonces en mi sangre, como si realmente lo estuviese nombrando guardián.

Ahora voy a saltarme el hecho que me tropecé con unas cuantas personas, que hice que a un chico se le cayese la bebida o el vergonzoso momento de encontrarme, al abrir la puerta del primer baño, a una pareja haciendo… bueno, ya podéis imaginaros lo que estaban haciendo. Respecto a esto último solo diré que se encontraban tan ensimismados que ni siquiera se percataron de que les había atrapado con las manos en la masa. Algo que no hubiese ocurrido si hubiesen echado el pestillo como cualquier persona con dos dedos de frente haría. Me abrían ahorrado aquella imagen no apta para menores. Desearía tener a manos una cuchara para sacarme los ojos en aquellos momentos. Esa imagen me perseguiría para el resto de mis días. Si por lo menos hubiesen sido agradable para la vista...

Pero volviendo al tema. Al terminar de hacer mis necesidades, salí con la intención de volver con Jareth y retomar nuestra agradable conversación. Y lo habría conseguido, pues me encontraba a solo unos metros de la barra, si no fuese porque me choqué contra el torso de alguien más.

- Lo siento, yo… – al alzar la mirada cual fue mi sorpresa al encontrarme a la última persona de la faz de la Tierra que querría ver aquella noche ante mí - ¿Qué demonios haces tú aquí?

- Intentar hablar contigo, obviamente.

- ¿Cómo sabias que estaría aquí? - inquirí.

- Un amigo mío te vio entrar aquí y me llamó para informarme – hizo un intento de acariciarme la cara, pero me aparté instantáneamente, como si su contacto fuese corrosivo o venenoso. Que lo era para mí. Podía estar un poco borracha, pero no era tan tonta como para dejarle tocarme después de lo que me hizo. Sus ojos me miraron suplicantes, pidiendo perdón y comprensión, cosas que los míos le negaron por muy anegados en alcohol que estuviesen –. Sarah, se que hice mal en ponerte los cuernos y ahora me doy cuenta de ello. Puede que sea demasiado tarde, pero recuerda…

- No sigas.

- … los buenos momentos que hemos pasado juntos durante todo este tiempo – siguió como si yo no hubiese hablado en ningún momento -. Yo te sigo queriendo y sé que tú también me quie…

Sentí una mano sobre mis hombros, envolviéndolos, antes de oír una voz familiar a mi lado.

- Querida, ¿esta rata te está molestando?

Era Jareth que, como siempre, había venido a mi rescate.

Los ojos de Matt se agrandaron por la sorpresa al principio para, acto seguido, ser reemplazados por una mirada achinada por el enfado.

- ¿De modo que ya te has buscado a otro con el que retozar? Y parece que a este sí que le das bien, para estar dispuesto a meterse en medio. Parece que has dejado de ser la frígida que solías ser.

- ¿Cómo te atreves a hablarle así a una dama?

La voz de Jareth estaba cargada de oscuras promesas de dolor y sufrimiento mientras daba un paso adelante. Estoy segura que, de no haberle parado, poniéndole una mano sobre el pecho para impedirle que continuara, habría hecho algo. Y no exactamente hablar. A menos que “hablar” con los puños valiese como hablar.

- Jareth, por favor, no te metas. Esto es entre Matt y yo.

- Pero…

- Por favor, confía en mí – esto último le dije mirándole fijamente a los ojos.

Como toda respuesta, le lanzó una amenazante mirada a Matt, como diciéndole que estaría observándole y que, si veía algo que le disgustase, no viviría para ver el siguiente amanecer. Aún así, se fue a la barra, donde se sentó a mirarnos. Dispuesto a intervenir si llegara el caso de hacerlo.

- Veo que no has perdido el tiempo en olvidarme. Y yo que creía que podríamos arreglar este pequeño error que he cometido…

- ¿Pequeño error? – cada vez me estaba enfadando más y más, y creer que una vez estuve enamorada con semejante idiota. Debía de estar loca de remate o algo así.

- … pero veo que no es así. Ya verás el disgusto que pillará tu madrastra cuando se entere de esto. No me cabe duda de que te quitará los ingresos que te meten en tu cuenta cada mes. A ver si así aprendes a apreciar lo que estas dejando escapar. A mí.

- Matt… - mi voz se estaba volviendo cada vez más oscura, cosa que él seguía ignorando, pues continuaba hablando como si yo no hubiese abierto el pico.

- Difícilmente encontrarás a otro chico que soporte tu locura como yo, porque ¿le has contado a tu nueva mascota sobre tu pasado? ¿le has contado que te llamaban Sarah la chiflada o que te tuvieron que meter todas esas pastillas para que dejaras de decir que habías viajado a un mundo fantasioso? Seguro que no, porque sino ya se habría largado. Como todas las personas de tu vida que saben la verdad. Que estas como una puta regadera.

No podía más. No podía oír ni una palabra más.

No me pidáis que os diga cómo se me ocurrió, fue algo instintivo, primitivo. Eché la pierna hacia atrás y le di una patada en sus partes viriles todo lo fuerte que pude, algo que le debió de doler bastante, pues se cayó al suelo sujetándose las joyas de la corona, hecho un ovillo. Lo que sí sé, y nunca se me olvidará, es lo a gusto que me quedé después de propinarle semejante patada. Como si hubiese depurado todos esos sentimientos negativos que había estado rondando alrededor de mi corazón desde la llamada de mi madrastra. Fue liberador de alguna manera. Y no me arrepentía, se lo merecía por todo lo que me hizo, desde acostarse con otra hasta las hirientes palabras que me lanzó con la intención de dañarme.

Con la cabeza bien alta me alejé de él, pero mientras más me alejaba intentando dar una imagen de fiereza, el veneno de sus palabras empezó a lastimar mi pobre corazón, ya de por sí bastante herido.

Era cierto. En el pasado, después de ese sueño sobre el Labyrinth que tan real me pareció en su momento, fui tachada de loca. Puede que al principio a la gente le hubiese parecido entrañable mi desbordante imaginación. Les gustaba mi historia, la que supuestamente había vivido en ese mundo de fantasía, pero no duró. Nada dura eternamente. Pronto las personas empezaron a susurras detrás de mi espalda. Loca, demente, desequilibrada, chiflada, lunánita... fueron algunas de las “bellas” palabras que empleaban para referirse a la joven que seguían viendo a seres imaginarios y creían haber viajado a otro mundo donde la magia estaba en el orden de la jornada. No había día que los que una vez la llamaron amiga no se le reían a la cara, cuchicheaban a su espalda o simplemente la ignoraban, como si su demencia fuese de alguna manera contagiosa. Pronto se encontró sola en ese hostil mundo, con la única compañía de la pastillas que su psiquiatra había comenzado a recetar.

Siempre sola...

Para cuando llegué al taburete que Jareth seguía guardando para mí, así como mi bebida, mi ánimo estaba por los suelos. Puede que yo le hubiese dado una patada en su punto débil, pero él me había asestado un golpe mortal. Me conocía bien, demasiado incluso. Sabía donde se encontraba mi punto débil, mi talón de aquiles, y no había dudado en ir a por ello.

- Recuérdame no hacerte enfadar nunca, cosa preciosa.

- Ya… - contesté a su broma con desgana. No estaba de humor. El jolgorio y las risas de aquella noche habían sido empañadas por palabras envenenadas.

- ¿Te pasa algo? ¿Te ha hecho algo esa desgraciada sabandija? – parecía preocupado, realmente lo parecía, pero ¿seguiría así si supiese que había tenido que ir a numerosos especialistas porque veía a seres que no existían realmente? ¿seguiría así si le dijese que casi me mandan a un psiquiátrico mis padres? No tenía todas conmigo.

- No es nada, solo me ha hecho pensar en el pasado – suspiré, dándole un largo trago al Daiquiri, pero sin mirarle a la cara en ningún momento –. Sabes, algunas veces me gustaría irme de aquí, escapar a algún sitio lejano donde nadie pueda seguirme. Donde ni Matt ni mi familia pudieran seguirme.

- ¿Y por qué no lo haces?

- Porque el lugar al que me gustaría ir no existe – le contesté tristemente pensando en el Labyrinth.

En momentos como este, cuando mi corazón estaba tan dolorido y me sentía tan sola en el mundo, siempre deseaba que el Labyrinth y el Underground existiesen realmente, así como mis amigos imaginarios, para poder escapar de aquí. Hasta deseaba que su malvado, pero sexy rey, fuese real para concederme mi más oscuro deseo. El deseo de volver a su tierra para siempre, dejando atrás todo el dolor y sufrimiento de mi vida. Por desgracia ese lugar no fuera real, sino un sueño.

- Desear es libre, mi Sarah. ¿Qué daño puede hacer un deseo? – me dijo con una pequeña pero traviesa sonrisa, una sonrisa que se reflejaba en sus ojos bicolor. Por un momento me pareció ver algo en ellos, algo como expectación, pero no podría estar segura pues de la misma forma que vino, desapareció. No le di mayor importancia.

Pedí otra copa, la cual ventilé de un solo trago, mientras pensaba en sus palabras.
- Ninguno, creo. Yo solo deseo que ojalá… ojalá…

oOoOoOoOoOoOoOo
oOoOoOoOo

Los goblins, que invisibles correteaban de arriba y debajo en aquella atestada discoteca haciendo alguna que otra travesura, de súbito se pararon quietos, como si si el tiempo se hubiese congelado y ellos con él. Todas las puntiagudas y peludas orejas estaban atentas a las palabras de la mujer. Expectantes. Su rey iba a conseguirlo. Nadie había dudado que la brillante mente de su monarca, tan acostumbrado a elucubrar malvadas estrategias y retorcido juegos, conseguiría su propósito. Y así fue está vez tambien. La chica había picado el anzuelo por fin y se disponía a decir las palabras. Era cuestión de tiempo, muy poco tiempo, que cometiera el mismo error que la primera vez. El creer que no eran más que cuentos, que no le podían hacer nada, que un deseo era eso, un inocente deseo. No tardaría en volver a descubrir lo erróneas que eran sus creencias.

De uno en uno, todos los goblins que se encontraban en aquel lugar, empezaron a acercase a la chica. Nadie quería perderse el triunfo de su rey, y por ende, el suyo propio.

Pronto todo habría acabado. Pronto todo habría comenzado.

oOoOoOoOoOoOoOo
oOoOoOoOo

- ¿Ojalá qué, querida? – viendo que no continuaba Jareth me empujó a seguir con una sonrisa.

- Ojalá… - estaba muy borracha, muy pero que muy borracha. Puede que fuese esa la razón por la que dije esas palabras exactamente, o porque, tanto las palabras de Matt como las de Jareth, me había hecho acordarme de mis sueños. Pero lo cierto es que los dije –. Ojalá vinieran los goblins y me llevaran de aquí para siempre – respiré hondo antes de continuar –. Ahora mismo.

Oí una triunfante risa salir desde la boca de Jareth mientras que, con un elegante gesto de mano, hacía aparecer una bola de cristal en su mano derecha.

- Tus deseos son mis órdenes, mi Sarah…

Sin parar de reírse, me lanzó aquella bola de cristal, el cual impactó en mi pecho, explotando en una lluvia de brillantes purpurinas. En ese instante mis ojos empezaron a pesar cada vez más y más, como si el sueño me estuviese reclamando a su lado.

La última cosa que recuerdo, mientras el sueño empezaba poco a poco a vencerme, haciéndome inclinarme peligrosamente hacia el suelo, eran unos fuertes brazos alzándome en vilo mientras extrañas criaturas correteaban por los alrededores chillando de felicidad y dicha. Como si estuvieran celebrando una gran victoria.

Luego todo fue sumergido en la más absoluta oscuridad…

sábado, 27 de junio de 2015

Capítulo 6: El Fin Justifica Los Medios

N/A:  Aquí os dejo otro capitulo más. Un capitulo que nos acerca un poco más al final del plan de Jareth (aunque eso no significa que sea el fin del relato). No queda mucho para que nuestro querido rey muestre su verdadero rostro. En el capítulo anterior ha conseguido la confianza de nuestra ingenua protagonista con su inestimable y "desinteresada" ayuda. Un hecho que le acerca un paso más a la culminación de su objetivo, solo unas piezas más y podrá decir tranquilamente con esa sonrisa suya: Jaque Mate. 

Gracias a Ana Maria Wong por su comentario, el primero que recibo con gran alegría. Espero que te guste la película, a mi me enamoró desde pequeñita, en especial las hermosas canciones de David Bowie, como también espero que te guste mi relato. Asimismo, te dedico a ti este capítulo por ser la primera persona que me comenta en el blog. 

Y sin más que decir, espero que disfrutéis de la lectura. ¡Espero vuestros comentarios! Sé que estáis ahí, manifestaros jeje.

Aclaración: Vuelvo a repetir una vez más que no me pertenece nada de lo que aparezca aquí (salvo a Irina y demás) y que solo escribo esto por puro placer de poder crear mi propia continuación de esta bella historia. No gano nada de dinero con esto (aunque tampoco estaría mal XD ).


Capítulo 6: El Fin Justifica Los Medios

Las semanas pasaron y, para mi asombro y agrado, me encontré olvidándome de Matt y de lo que me hizo. No es como si no lo viera cada día en clase con su nueva novia, haciendo demostraciones públicas de su amor, pero no estaba sola. Ahí estaba Jareth siempre que lo necesitase. Era como si leyese mi estado de ánimo o mi mente, pues siempre encontraba la manera de mejorar mi humor o distraerme cuando lo necesitaba. Y debo admitir que se había convertido en un gran y querido amigo. Si me hubieran dicho hace unas semanas, cuando Irina le permitió vivir con nosotras, que me agradaría el estar junto a él lo habría tomado por loco, pero ahora…

- De verdad que no tienes que venir conmigo. Esta semana no te toca a ti hacer la compra.

Nos encontrábamos de camino al supermercado. La convivencia precisa de unas reglas. Por ello, hace tiempo que establecimos, en nuestra cocina, un calendario donde figuraban los deberes de cada uno de nosotros para cada semana. Lavar los platos, hacer la colada, limpiar la casa… había mucho que hacer en un piso estudiantil. Por eso propuse este sistema de deberes rotatorios. Cada uno tenía un trabajo, un trabajo que cada semana se iban intercambiando. Así nadie estaría encadenado de por vida a ninguna función. Esta semana, por ejemplo, me tocaba a mí el deber de llenar la nevera de alimentos. Aún así, Jareth se había empeñado en acompañarme. Según él, para ayudarme a llevar las pesadas bolsas.

- Pero quiero ayudarte – contestó obstinadamente por enésima vez.

En estas semanas había aprendido que, al igual que mi compañera de piso, si se le metía algo entre ceja y ceja no había quien lo convenciese para lo contrario. De modo que claudiqué, permitiendo que viniese conmigo.

Una vez dentro del establecimiento él se hizo cargo del carro y yo de mirar la lista de la compra que había ideado y meter todo lo que ponía en él.

- Y dime, cosa preciosa, ¿qué nos prepararas hoy para cenar?

- ¿Por qué me llamas siempre así? – le pregunté extrañada. Siempre me llamaba así, desde el primer día que nos conocimos.

- ¿Así cómo? – podía notar la confusión en su voz.

- Quiero decir, ¿por qué me llamas siempre cosa preciosa?

- ¿No te gusta? Si quieres puedo llamarte como más te guste.

- No, no, está bien, solo que es extraño nada más. Me hace recordar… – me callé. Había estado a punto de decir que me recordaba a cierta canción que cierto Rey Goblin me había cantado en cierto castillo, que me recordaba al apodo cariñoso que cierto monarca secuestra niños me susurraba al oído. Por fortuna, pude refrenarme a tiempo. No necesitaba que otra persona más se alejase de mi vida por mis episodios de locura, y menos alguien que tanto bien me estaba haciendo en aquellos tiempos – Olvídalo.

Y, tal como se lo dije, no escavó más en el tema. Aunque por el brillo fugaz en sus ojos, pude intuir que lo estaba deseando. Pero, ateniendo una vez más a mis deseos, desistió. De allí en adelante, se podría decir que tuvimos un agradable tiempo de compras, en la que pudimos hablar de todo y de nada.

Una vez de vuelta a nuestro piso, me ayudó a meter cada cosa en su sitio, mientras charlábamos sobre si el profesor Sánchez, nuestro profesor de Derecho Civil, llevaba o no peluca. El decía que sí, que ese pelo que, más que cabellera real parecía un armadillo al que han masticado y escupido sobre su cabeza, no podía ser natural. Y me reí, me reí realmente por primera vez en unas cuantas semanas. Una verdadera risa que venía desde lo más hondo de mí.

- ¿Qué son esas risas? ¿Qué me acabo de perder? – preguntó mi amiga mientras entraba en la cocina con manchas de pintura, tanto en su cara como en sus brazos y ropas. Se notaba que había estado trabajando.

Hace unos días, Irina me había comentado que una profesora le había preguntado si podría preparar unos cuantos nuevos cuadros para una galería de arte que estaba preparando. Al parecer, vendría algún que otro pez gordo a verlos, lo que podría aportar un gran empujón en su carrera como artista. Además de que le aseguraría un aprobado en la asignatura si a la profesora le agradaba su obra. Desde entonces, no había momento en la que no estuviese trabajando en ello en cuerpo y alma, encerrada en su estudio. Según ella, para crear su obra más perfecta y deslumbrante. Una obra que, pese a mis numerosos esfuerzos, no me permitía ver hasta tenerlo acabado por completo.

- Nada, solo me estaba imaginando qué aspecto tendría un armadillo masticado y me ha venido la risa – le contesté –. ¿Y tú qué tal vas con lo tuyo?

- Está casi terminado – su sonrisa era radiante, no cabía en si de gozo – Un par de toques más y listo. Pero a lo que venía, chicos, – dijo centrándose un poco – se me ha ocurrido que, como hoy es viernes, y ninguno de nosotros tiene ningún plan que yo sepa. Vayamos a celebrar mi oportunidad de éxito y la soltería de Sarah por todo lo alto. Hasta puede que caces alguna buena pieza. ¿Qué me decís?

- ¿Tan pronto? No sé, apenas han pasado unas semanas y…

- Más razón entonces para salir – me cortó sin darme la oportunidad de finalizar mi negativa –. De esa forma, le demostraras a ese engreído infeliz, que ya te has olvidado completamente de él, que has pasado página. ¿Y qué mejor forma de hacerlo que celebrar que ya no se encuentra en nuestras vidas? – me lanzó una de sus miradas que decían: "más te vale rendirte, si es preciso te llevo a rastras".

- Está bien – me rendí con un suspiro teatral –. Iremos a celebrarlo.

- ¡Bien! – me envolvió en un abrazo entusiasta – Veras qué bien nos lo pasaremos todos juntos.

En ese momento oí mi teléfono móvil sonar, o debería decir mi nuevo móvil. Después de haber roto el anterior tuve que hacerme con otro. Efectos secundarios de una ruptura. Lo cogí de mi bolso y miré la pantalla. Era Karen. Me disculpé con ellos y me dirigí a mi cuarto, cerrando la puerta tras de mí. ¿Qué es lo que querría mi madrastra esta vez? No es como si nos llamásemos entre nosotros como hacían otras familias. Si pasaba algo o hacían algún plan que me incluía, era el trabajo de mi padre el informarme, no el de Karen. Ella nunca antes me había llamado. ¿Qué habría cambiado? ¿Le había ocurrido algo malo a mi padre o a Toby? Con los nervios a flor de piel y cruzando los dedos para que no fuese nada grave, pulsé el botón verde para contestar la llamada.

- ¿Sí? Sarah al habla.

- Soy Karen – iba a saludarla, pero sus siguientes palabras cortaron mi protocolario saludo de raíz - ¿Qué crees que estás haciendo jovencita?

- ¿Perdón? – ciertamente no entendía de lo que me hablaba.

- Me he tenido que enterar por Matt que has roto con él. ¿Acaso quieres morir soltera cuando tenías en tus manos semejante apuesto joven? El pobre me acaba de llamar para explicarme lo que pasó y decirme que, pese que ha intentado olvidarte viéndose con otra chica, no ha podido y que te echa mucho de menos. De modo que ya te estoy viendo llamándole en respuesta tan pronto como terminemos de hablar, ¿me comprendes jovencita?

- ¡¿De qué diablos hablas?! – grité yo enfadada – Fue él quien me puso los cuernos, ¿acaso no te ha dicho eso?

- Por supuesto que me lo ha confesado. Como también me ha dicho que está tremendamente arrepentido por su error, que solo espera que le llegues a perdonar. Cosa que lo harás. Es un hombre, y los hombres a veces cometen estupideces que, nosotras, las mujeres debemos perdonar. Yo sé lo que es bueno para ti, créeme, y él lo es. De modo que, como tu madre, te digo…

- ¡Tú no eres mi madre! ¡Solo eres la mujer de mi padre y madre de mi hermano, nada más! – le contesté, cortando en seco su monólogo sobre lo que me convenía o lo que no – No te atrevas a meterte en mí vida para controlarlo a tu antojo. No tienes derecho a hacerlo. Y ahora, se me perdonas, hay una fiesta que me espera. Adiós, Karen.

Corté la comunicación, sin permitirle soltar más de su veneno por el audífono, mientras contenía las ganas de lanzar este nuevo teléfono también contra la pared o estrujarlo entre mis dedos hasta ser un amasijo irreconocible. Las lágrimas acudieron a mis ojos sin yo pedirlo. ¿Cómo se había atrevido a decirme todas aquellas cosas? ¿Cómo se había atrevido a ponerse en mi contra? ¿Qué le había hecho yo para que me odiase tanto como para querer volver a emparejarme con semejante cerdo desleal? Estaba segura que mi padre estaba enterado de todo esto también, no había nada que no se dijeran entre ellos, entonces… ¿Por qué le había permitido decirme semejantes cosas? ¿Es que acaso él también estaba del lado de Matt y, en consecuencia, en mi contra?

¿Por qué todos los que me rodean terminan decepcionándome? Primero mamá cuando me dejó por su carrera, luego mi padre y Karen por tratar de controlar mi vida, luego Matt con su engaño…

Me encontraba tan sola…

Parpadeé fuertemente para hacer retroceder mis lágrimas. No lloraría más, no les permitiría ver mi dolor nuevamente. No, en vez de eso me iría a divertir y a olvidarme de todo esto. Ahora sí que estaba motivada para salir de marcha.

oOoOoOoOoOoOoOo
oOoOoOoOo

Se encerró en su cuarto para poder hablar en privado, aunque yo bien sabía quien era la persona que la llamaba. Hay pocas cosas que se escapan de la vista de un búho majestuoso como yo.

- Bien, he estado esperando el momento de hablar los dos solos desde hace mucho – soltó de repente la humana, cruzándose de manos y borrando de su cara la sonrisa que le había mostrado a Sarah antes – No pienses de no sé de qué vas. Puede que Sarah no lo vea, pero yo no soy tan inocente como ella.

- No sé de lo que me hablas – abrí los ojos fingiendo sorpresa como el mejor de los actores.

- Oh, yo creo que sí – me contestó –. Puedo ver la forma en la que la miras cuando ella no te está observando o la manera en la que hablas con Sarah cuando crees que estáis solos. Como he dicho, no estoy ciega ni soy sorda. Y, como su mejor amiga, me veo en la obligación de decirte que, si por tu culpa Sarah termina lastimada, desearás no haber nacido nunca – su tono era oscuro, peligroso. De llegar a ser yo humano, creo que me hubiese asustado. Por fortuna para mí, estaba lejos de ser tal ser inferior –. Ella es una persona muy importante para mí, una persona que ya ha pasado por mucho sin la necesidad de añadir nada más.

- Mis intenciones para con Sarah no implican dañarla, todo lo contrario. Te lo puedo asegurar.

- Eso espero por tu bien, eso espero. Solo recuerda, te estaré vigilando muy de cerca – me señaló con dos dedos extendidos, el corazón y el anular, para a continuación llevárselos a los ojos. Diciendo silenciosamente: "no te quitaré el ojo de encima en ningún momento y si veo algo sospechoso...". La amenaza estaba en el aire. Casi podía palparlo.

Sabía que este momento llegaría tarde o temprano.

Debía de haber notado mi interés por Sarah desde hace un tiempo. La amiga de mi cosa preciosa era muy protectora, pero la comprendía. Si todo lo que sabía de ella era cierto, era normal que se pusiese así. Más si cabe, teniendo en cuenta que un mortal le había roto el corazón no hace mucho tiempo. Aún así no debería preocuparse por mí. Yo no era un mortal, ni mucho menos ese despreciable humano que no apreció lo que tenía. Yo era un ser inmortal, un rey inmortal, para ser exactos. Un rey que planeaba llevársela de vuelta a su mundo donde ella realmente pertenecía. Y esta vez sería para siempre, no mucho tiempo en realidad.

Ahora que lo pensaba más detenidamente, tenía razones más que de sobra para recelar de mí. Ni siquiera yo confiaría de mí mismo si fuera ella y pudiese ver lo que tenía planeado para la fiesta.

La fiesta de despedida de Sarah.

Todas las piezas estaban colocadas apropiadamente para el momento culminante. El cual sería esta noche. Había tenido que flirtear un poco con la mujerzuela del humano para hacer que rompieran. Había mandado a algunos de mis goblins para que le susurraran desde las sombras a Mortadelo la idea de querer reconciliarse con Sarah y que, para ello, llamase a su madrastra para allanar el camino. Y ahora su madrastra estaría echándole a mi querida Sarah un buen rapapolvo por el teléfono. Puede que mis métodos fueran crueles o que no estuviese jugando limpio, pero ¡qué demonios! Era el Rey de los Goblins. No era conocido por ser justo exactamente. Además, aunque esto dañase un poco el corazón de Sarah, era lo mejor. ¿Para quién? Para mí, por supuesto. El único que realmente importaba en esta historia, ¿quién si no?


Y como dicen los humanos: el fin justifica los medios...