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sábado, 13 de junio de 2015

Capítulo 3: Deja De Actuar

N/A: Estoy un tanto aburrida mirando el reloj, mientras espero la hora para salir de fiesta. Por lo que he decidido subir un nuevo capitulo antes, para matar un poco el tiempo y ver si de esta forma alguien se anima a comentar jejeje Me gustaría saber vuestras opiniones, eso siempre anima a seguir escribiendo. Aunque sea solo para criticarme XD Animaos por lo tanto. Sino tendría que mandar a Jareth para "convenceros" jejeje

Y nada, que os dejo en paz para que leáis la continuación. Mirad por vosotros mismos la reacción de Sarah ante la repentina aparición de Jareth en su vida tras ocho largos años de ausencia. ¿Qué estará tramando esta vez?

Aclaración: Ni Jareth, ni Sarah, ni siquiera su familia me pertenece. Los que si son míos son Irina y él, ya sabréis pronto de que él me refiero.


Capitulo 3: Deja de Actuar

No podía hablar, no podía pensar. Lo único que podía hacer era verlo a la cara. Me había quedado paralizada.

- ¿Estás bien? – me preguntó con esa voz y esa traviesa sonrisa que tantas veces había visto en mis sueños.

Esa fue la señal que necesitó, tanto mi cuerpo como mi mente, para reiniciarse.

- Y-yo… s-sí… creo – atiné a tartamudear mientras libraba mi mano de su agarre, pues no lo había soltado en ningún momento. – Y-yo… tengo que irme al baño, si me disculpáis.

Necesitaba alejarme de él y los recuerdos que salían a flote. Cuanto más cerca de él estuviese, más imágenes del sueño, que con tanto ímpetu había intentado olvidar, aparecían en mi mente. Y lo peor no era eso, sino que mi mente se empezaba a cuestionar si todo: la carta, el búho... había sido una elaborada trampa del Rey Goblin para poder venir a por mí. Que había ideado lo de ese estúpida carta para hacerme pagar el haberlo derrotado en su propio juego hace tantos años. ¡El Rey Goblin estaba aquí!

Cerré de un portazo la puerta del baño, manipulando el pasador para que nadie me molestase mientras me encontraba ahí.

Abrí el grifo y con las manos me empecé a mojar un poco la cara. A ver si de esa forma me despejaba, esperando estúpidamente que con ello purificaría todos los recuerdos que se agolpaban detrás de mis cerrados ojos, o que haría retroceder a los pensamientos que me hacían pensar que el nuevo chico era el mismo Rey Goblin que tantas veces había visto en sueños robando a mi hermanito o bailando conmigo en aquella mágica sala de baile.

Definitivamente, me estaba volviendo loca. El día que tanto temía había llegado. Mi mente confundía a mi nuevo compañero de piso con "él". Había perdido el juicio definitivamente.

Cogí el bote de pastillas que mi psiquiatra me había recetado para momentos como ese. Unas pastillas que me ayudaban a relajar y creaban un fuerte muro entre la locura y yo. Era mano de santo. Desde el primer momento que me dio, hacía ya muchos años, siempre que creía ver a alguno de mis imaginarios amigos, solo debía tomar uno de ellos y desaparecían. Tendría que servir con este brote de locura también. De modo que, cogí un par de ellos y, acompañado por un vaso de agua, me los tragué sin pensar. Lo necesitaba.

El efecto fue inmediato.

Pronto me sentí más mejor, más tranquila, más… yo. No mi yo antigua y fantasiosa, sino la yo de ahora, la lógica y pragmática yo. Y entonces, en ese momento de lucidez, cuando dejé de lado aquella estúpida idea de que el hombre que se encontraba en mi sala fuese el monarca con el que había soñado, una repentina idea me invadió. ¿No podía ser esto también parte de la misma broma cruel que el de la carta? Era una respuesta plausible. Si habían llegado al extremo de entrar en mi cuarto, ¿qué les impedía encontrar un chico como el que yo describía en mis ensoñaciones infantiles y hacer que viniera a mí para atormentarme un poco más? Nada. Y ahora que lo pensaba con más frialdad veía algunos defectos que me indicaban que no podían ser la misma persona. Uno, su pelo estaba perfectamente peinado en una coleta y no rebelde-mente en punta, como yo recordaba. Dos, su ropa era normal, como el de cualquier chico que puedes encontrar en la calle aunque con un aire de rockero, y no esa vestimenta aristocrática que siempre lo había visto que llevar. Y tres, no tenía los ojos maquillados. Todas ellas eran las marcas del monarca y ni una concordaba con la persona que estaba más allá de la puerta del baño. Definitivamente no era él. No, señor.

Entonces estaba claro que su misión ahí era el martirizarme, el recordarme constantemente mi locura pasada y, seguramente, humillarme y dejarme mal. Pues bien, no le daría ese placer.

Con esa firme determinación bien arraigada dentro de mí, quité el cerrojo y abrí la puerta, con la cabeza bien alta, volviendo a donde se encontraban mis dos compañeros hablando relajadamente.

- Perdonad por asustaros, creo que algo que he comido con mis padres me ha hecho mal, pero ahora estoy mejor – les informé con mi mejor sonrisa de disculpa. El haber actuado de joven en aquel parque tantas y tantas obras había servido para algo realmente, no fueron en balde, pues mi sonrisa parecía real.

- No te preocupes, Sarah, y siéntate con nosotros. Estábamos hablando de todos los sitios en los que ha vivido Jareth. Es impresionante– me contestó Irina ilusionada, mientras me indicaba un sitio en el sofá junto a él.

- Me gustaría, pero he quedado con Matt en la cafetería de abajo dentro de diez minutos. Y sabes cuánto odio llegar tarde a los sitios.

No sé por qué, pero algo en mis palabras debió de doler al nuevo o por lo menos molestarle, ya que hizo una mueca que pasó inadvertida por mi compañera. Solo yo fui capaz de atisbarlo, y únicamente porque había estado mirándolo a la cara en ese momento, intentando convencerme que no se parecía en nada al Rey que yo conocía de mis sueños. Aún así pronto mudó de expresión, para dedicarme una media sonrisa, aunque no me pasó desapercibido el tic que se observaba sobre una de sus perfectas cejas.

- ¿Y quién es ese tal Matt?

- Oh, es verdad, tú no lo conoces. Es el novio de Sarah desde hace ya dos años – le informó Irina -. Es muy guapo, caballeroso, rico, inteligente, estudiante de abogacía en la misma clase que ella y… ¿he dicho que es tremendamente guapo? Además, está perdidamente enamorada de Sarah. No hay día que no se lo demuestre con algún que otro regalo caro que le hace llegar. Su habitación está llena de ellos. Es un verdadero sol – un suspiro soñador brotó de sus labios.

- No es para tanto, Irina – pero sí, Matt era todo eso y más. Se podría decir que me había robado el corazón con todos sus gestos gallardos. Era tan… todo. Era el novio que todas las chicas sueñan tener alguna vez y que todos los padres quieren para sus queridas hijas. Era perfecto en toda la extensión de la palabra.

- No te había creído de esas que les gustan que los chicos les cubran de regalos – esa enarcada ceja volvía al ataque.

- Hay mucho que no sabes de mí, Jareth – me limité a responder –. Pero me estoy retrasando, nos vemos después.
- Espera – yo ya me había dado la vuelta para ir cuando oí su voz y me paré en mi sitio – Yo también me voy. Tengo que coger un par de cosas aún para terminar completamente con el traslado. De modo que, te acompaño si te parece.

¿Qué si me parecía? No, no me parecía. Por apetecerme, me apetecía más el tragarme la pelota preferida de Merlín y gritar: “¡Busca Merlín!”. Eso demuestra lo mucho que me gustaría alejarme de ese sujeto, pero no quería darle el placer de reportar, a mis antiguos insufribles compañeros de escuela, que habían conseguido desquiciarme, que su sucio truco había surtido efecto en mí. No. Yo era Sarah Williams y no dejaría que nadie me pisoteara, no otra vez. Por lo tanto, me volví hacia él con una cálida sonrisa dibujada en mi rostro (realmente era buena actuando) antes de contestarle.

- Por supuesto.

Eso debió de alegrarlo, ya que una verdadera sonrisa se mostró en su cara mientras me acompañaba hacia la puerta. Tan contento estaba, que hasta me abrió la puerta, como todo un caballero, a la voz de "las damas primero". No le contesté, me limité seguir a delante y tocar el botón del ascensor. El cual parecía que estaba parado en alguno de los pisos, pues no se movió en absoluto. Maldita sea. Quería estar lo antes posible en la calle, lejos de él, pero parecía que no tendría tanta suerte.

- Sarah – su voz sonó muy cerca de mi oreja, haciendo que diese un respingo a causa del susto. Al ir a llamar el ascensor le había dado la espalda y no me percaté de cuando ni cuanto se acercó tanto a mí, de tan concentrada que estaba esperando a que las metálicas puertas se abriesen –, me alegro que por fin podamos estar solos para hablar.

- ¿Y se puede saber de qué exactamente? – me preparé para lo que fuera, dispuesta a sacar todas mis armas, mientras me daba la vuelta para encarar a aquel farsante. Había supuesto que, al darme yo la vuelta, él se apartaría de mí, para darme cierto espacio. No fue así. Su rostro estaba a menos de unos centímetros del mío. ¿Es que acaso el hombre no sabía el significado de la palabra espacio personal?

- ¿Sabes quién soy, Sarah? – mi nombre, pronunciado por él, se asemejaba a una dulce caricia, pero no me dejé engañar por esa seductora voz, ni me dejé intimidar por su cercanía. Me mantuve firme en mi lugar.

- Por supuesto que sé quién eres – sus ojos brillaron de alegría –. Eres Jareth, mi nuevo compañero de piso. ¿Es qué acaso tienes un problema de memoria? Eso explicaría por qué estas tan cerca de mí, cuando te acaban de informar que tengo un novio formal al que no le gustará saber que te encuentras tan pegado a mi persona – puse una de mis manos en su pecho para apartarlo. No funcionó, no se movió ni un ápice. Es más, utilizó aquello para agarrar mi mano sobre su pecho.

- No me refería a eso, sino a otra cosa. ¿No me recuerdas de tu pasado?

Ahí estaba, había comenzado la actuación. Había tardado mucho para comenzar a interpretar el papel del monarca que yo había vencido en el Labyrinth y para el que le habían contratado. Pues bien, yo no tenía ni ganas ni ánimos para jueguecitos.

- ¿Te refieres a ver si me acuerdo del Rey Goblin y del Laberynth? ¿Te refieres si me acuerdo que eres tú el Jareth que yo vencí en el Underground? – le contesté seria, pero dentro de mí la ira bullía como en un volcán a punto de erupcionar, pese a mis intentos de contener. Y, como todo lo que había hecho desde que lo vi, esto tampoco funcionó. Pronto mi ira salió a relucir con una gran explosión –. ¡¿Quieres hacerme parecer como una loca o qué?! ¡¿Quién te ha contratado?! ¡¿Lily, Caroline, acaso esa estúpida de Diana?! ¡¿Es que no tienen nada mejor que hacer que atormentar a la pobre loca que decía ver goblins en su cuarto, a la pobre chica que le hicieron la vida imposible y que solo intenta olvidar todo ese mal sueño?! – cogí un poco de aire para intentar calmarme, cerrando los ojos, mientras contaba hasta diez internamente antes de volver a enfrentarlo, ya controlado de alguna forma mi enfado. Era eso o estrangularlo y no creía que el mono naranja me favoreciese en absoluto –. Pues bien, ya puedes ir a quien sea que te dio este estúpido trabajo y decirle que no funcionará. Que no conseguirán que crea que me he vuelto loca, otra vez. Y, ya de paso haznos un favor, cuando te vayas no vuelvas. Da por finalizado lo que sea que te pidieron que hicieras.

Su cara, mientras yo le decía todo aquello no tenía precio. Se había quedado de piedra. Seguramente no había esperado esa reacción de mí. Pues tenía bien merecido ese tirón de oreja por confabularse contra mí. Podría haber perdido mis sueños y mi imaginación en estos tortuosos años, pero no mi espíritu luchador. Y este espíritu no permitiría que nadie la golpease de aquella forma sin responder ante la afrenta.

Fue ese el momento que decidió el ascensor para hacer acto de presencia, abriendo sus puertas mientras una alegre música escapaba de su interior. Algo que no concordaba con el tenso ambiente que nos envolvía. Entré en su interior, con la cabeza en alto. Ni siquiera le dirigí un vistazo o una palabra más a ese embustero en lo que duró el trayecto hacia la planta baja. Que aprendiese a quien se enfrentaba.

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La miré alejarse por la calle en dirección a su cita con porte regía, sin poder evitar pensar en una cosa. Por primera vez en mí larga existencia me había quedado sin palabras, ¡sin palabras! Yo, quien era el monarca del Underground, no había sabido qué decir. Sarah realmente tenía poder sobre él, más de lo que nunca admitió ni admitiría, más de lo que había creído posible.

Por años había observado desde la lejanía a la pequeña Sarah crecer. Incluso antes de que entrase en mi Labyrinth para desafiarme y conseguir recuperar a su hermano, el cual había cogido prestado indefinidamente por petición de ella en primera instancia. Desde el principio lo hice todo por ella. Le ofrecí sus deseos, sus sueños, todo lo que ella podría llegar a anhelar. Incluso mi corazón fue ofrecido. Fui tan generoso… Pero no fue suficiente para la malcriada niña que era en aquel entonces. No, tuvo que decir las palabras: "No tienes poder sobre mí". Trayendo la amargura de la derrota por primera vez a mí.

Después de haber sido vencido y rechazado tan rotundamente por aquella bella muchacha en su afán de recuperar a su hermano mortal, había sido incapaz de volver a mirar a través de mis cristales o en mi forma de búho a la causante del desgarro de mi corazón. No permitía que ni mis torpes y estúpidos súbditos se me acercaran. Mucho menos que alguien susurrase el nombre de aquella caprichosa muchacha. Me había encerrado en mí mismo, con mi corazón roto y mi ego herido, para lamentar en soledad por la perdida y el abandono sufrido. Sabía que el volver a verla, aunque sea desde la seguridad de mi trono y a través de un cristal mágico, no haría más que agravar mi lamentable situación. Por años estuve solo con mi pesar, sin ver a más personas que a mí mismo o a los goblins que únicamente entraban en mi alcoba para dejar sobre la mesilla las comidas que nadie tocaba.

No fue hasta que, hace unos pocos meses, decidí salir de mi encierro y me comencé a percatar realmente de todos los problemas que habían surgido en mi amado Labyrinth desde que no salía. Algo que podría ocasionar el final de todo y de todos, hasta el mío propio si me descuidaba. Eso debía de evitarse. ¿Qué sería del mundo sin mi brillante presencia? Un infierno, lo tenía claro, un lugar donde ya no merecería vivir.

Fue entonces que empecé a buscarla, volviendo a espiarla a través de mis cristales u observarla entre los árboles como un majestuoso búho, pese al dolor que me causaba su sola presencia, esperando el momento de actuar. Así supe de lo que había sido su vida tras vencer. Durante todos estos años la había maldecido por todo el daño que me había causado, por no poder dejar de amarla pese a lo que me hizo, sin saber que en el Aboveground ella estaba sufriendo su propio y particular calvario, sin saber que su mundo estaba derrumbándose sin que nadie estuviese allí para ella. Igual que lo hacía el mío.

Esa experiencia vivida junto a mí la había marcado de por vida. Y, aunque yo había creído que mi propia presencia en su mundo sería suficiente para hacerle ver que no todo era un sueño, que realmente había vivido esa increíble aventura y convencerla para venir conmigo (cualquiera que me haya visto sabe que mi cuerpo tiene dicho poder de convicción en las mujeres). Ahora, después de escuchar sus cortantes palabras, veía que no sería tarea fácil.

Parecía que la partida que se divisaba ante mis ojos sería algo difícil, pensé con una sonrisa maliciosa, pero yo amaba los desafíos y la dificultad, así como los juegos. Al fin y al cabo yo era el amo del Labyrinth. Además, esta vez, mi voluntad era lo suficientemente fuerte para vencerla, pues tenía mucho más que ganar de lo que tuve alguna vez. No podía estar más seguro de mi inminente victoria.

Ella quería jugar, ¿no? pues yo le daría la partida de su vida, una partida que terminaría cuando ella decidiese por propia voluntad venir a nuestro mundo para convertirse en mi reina, como debió de haberlo hace ocho años si se hubiese olvidado aquellas malditas palabras.



Y sabía cómo mover mi siguiente ficha… ¿Cómo había dicho la compañera de Sarah que se llamaba su novio mortal?

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