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jueves, 11 de junio de 2015

Capítulo 1: Que Empiece El Juego...

N/A: Este es mi primer fanfiction sobre esta gran película que consiguió marcarme desde la primera vez que lo vi, en especial desde que vi esos ojos bicolores XD como a muchas supongo. Espero que sea de su agrado, permitiéndoos pasar un buen rato, y que me podáis mandar algún que otro comentario con vuestras opiniones y críticas constructivas para así ir mejorando poco a poco la historia con vuestra ayuda. ¡Los estaré esperando ansiosa!

Aclaración: Los personajes de esta historia no son mías, sino de la película Labyrinth. Ya quisiera yo que cierto rey fuese mío... pero no tengo tanta suerte por desgracia para mí. La que si me pertenece es Irina, esa es creación mía. Y que conste, no lo hago con fines lucrativos, simplemente por el placer de emprender este bonito camino junto a los personajes de esta magnífica película.
Y dicho todo esto, solo me queda deciros que lo paséis bien y que nos leemos.


Capítulo 1: Que Empiece El Juego...


- Soy Sarah Williams y esta es mi realidad – murmuré nada más despertarme a la mañana -. No existen ni el Labyrinth, ni su estúpido, manipulador, despreciable y cruel Rey.

Como siempre, repetí tres veces esa misma mantra, palabra por palabra, antes de que, por fin, me levantase para dar comienzo al nuevo día que se extendía ante mí lleno de posibilidades. Repetir cada mañana esas mismas simples palabras se había vuelto para mí en todo un ritual, sien el cual no podía levantarme de la cama. No había despertar en la que no lo hiciese. Estuviese sana o enferma, relajada o estresada, en mi cama o en el de algún conocido... Nunca me olvidaba de murmurar las palabras nada más abrir mis ojos al nuevo día.

Y ¿por qué?, os preguntareis muchos de vosotros, por no decir todos. Como en todo, esto también escondía una verdad. Una desagradable verdad, si me permitís decirlo.

Todo comenzó hace unos ocho años, cuando yo aún era una inocente niña de catorce años. Y es que, tuve un sueño/pesadilla, aún hoy no sabría decir con exactitud en qué categoría se encuentra ese recuerdo, de lo más vívido sobre un Labyrinth y un cruel, aunque apuesto, Rey Goblin, cuyo mayor hobby era raptar a indefensos niños de sus cunas a mitad de la noche para llevarlos a su mágico y retorcido reino. En ese mundo onírico, en ese sueño/pesadilla, yo me había quedado sola en casa para cuidar del llorón de mi hermano pequeño, cosa que en aquel entonces sucedía asiduamente, para mi gran fastidio. Yo lo odiaba, lo detestaba con todo corazón. Odiaba tener que quedarme encerrada en casa, entre esas cuatro paredes llenos de ornamentos, velando por el renacuajo mientras mi padre y mi madrastra iban por ahí a cenar a un restaurante elegante y a pasárselo bien en algún espectáculo. No me acuerdo muy bien de cual, pero tampoco importaba. Lo único pertinente aquí era que otra vez me tocaba el ser la niñera de mi hermanastro.

En un momento dado, harta de oírlo llorar y comportarse como el mocoso que era a mis ojos en aquel entonces, recité las palabras mágicas que había leído en mi libro preferido. Causando así que el antes mencionado Rey apareciese para arrebatármelo, cumpliendo así mi supuesto deseo. Así fue como, arrepentida de mis crueles palabras y acciones, en el sueño me vi obligada a rescatarlo, teniendo que resolver el Labyrinth de aquel demente Rey Goblin, en un plazo de trece horas (tendríais que haber visto el loco reloj con trece números que hizo aparecer de la nada).

No fue una tarea fácil, ni mucho menos. Tuve que abrirme camino por increíbles peligros e innumerables fatigas hasta el castillo más allá de la Ciudad Goblins para recuperar a mi hermano Toby, pues, como he mencionado, me había arrepentido de haber dicho en momento de estupidez momentánea las palabras mágicas que lo alejaron de mí. No obstante, no estaba sola para llevar a cabo esta peligrosa misión. Unos extraños seres que fui conociendo por el largo camino me ayudaron y, gracias a ellos, conseguí vencer al Rey loco. Saliendo así vencedora en su retorcido juego. Así fue como, en el sueño/pesadilla, rescaté a mi hermano pequeño y volvimos a casa, sanos y salvos.

Pero de eso ya han pasado ocho años y ahora me daba cuenta de que no había sido más que un sueño, un estúpido y absurdo sueño. Nada más.

Aún así, en aquel entonces, para mi mente infantil esa aventura había ocurrido realmente. ¡Hasta pensaba ver en mi cuarto a aquellos seres que me ayudaron a completar la misión! Hablaba con ellos, jugaba con ellos, cantaba con ellos… no había nada que no hiciésemos o compartiésemos juntos. Solíamos pasarlo realmente bien. Hasta que mis padres, preocupados por mi salud mental, ya que no era normal que una chica de mi edad siguiese teniendo amigos imaginarios o que creyese que realmente había viajado a un mundo fantasioso al que yo llamaba Underground, me mandaron a un psiquiatra para que me ayudase con mi problema. De esa forma, esa entrañable mujer de apacible voz que resultó ser mi loquera, me ayudó mucho a superar esa etapa infantil y soñadora de mi vida. Lo admito. Puede que al principio no me agradase, que la mirase con reproche, pues, siempre que me llevaban a verla, me intentaba hacer creer que Hoggle y los demás no existían, que no había tal cosa como un corcel perruno ni pequeños y peludos caballeros gallardos. Por fortuna, con el tiempo la cosa cambio. Yo cambié. Poco a poco empecé a ver las cosas como los adultos me decían. Empecé a creer que todo había sido un sueño, que mis amigos no eran más que amigos imaginarios, frutos de una mente muy soñadora e infantil. Nada más. Así fue como esa aventura terminó por convertirse en un mero sueño para mí. Un bonito sueño, pero sueño al fin y al cabo.

Ahora, a mis veintiún años, ya no veo ni a mis amigos imaginarios ni a los goblins. Ahora soy una joven y corriente universitaria que iba en camino para convertirse en abogada, tal como mis padres querían, y que vivía en un pequeño piso de estudientes en la gran ciudad de New York junto con mi mejor y única verdadera amiga, Irina. Se podría decir que lo único que queda de aquella soñadora niña son mis características que, aun habiendo madurado, seguían recordando a ella. Ah… y los sueños. No había noche que no soñase con aquella aventura, que no soñase con ese Labyrinth o con su apuesto monarca de ojos bicolor. Y cada vez debía recordarme que no había sido real, que no era más que un pesado sueño que quería ser olvidado, que no me dejaba en paz. De tan vivido que era, sucedía que a veces me despertaba creyendo que estaba dentro de las caóticas paredes del Labyrinth. Era entonces, en esos momentos, que repetía mi mantra para volver a realidad y exorcizar de mi mente aquellas imágenes. No sea que todas las sesiones por las que pasé en mi adolescencia fuesen en vano. No quería volverme loca, ese era mi gran temor en la vida. Que llegase un día en que no separase la realidad con la ficción. Por eso luchaba cada mañana por desterrar ese sueño lejos de mí, con la esperanza que esa vez fuese la última, que por fin no volviese a rondarme.

- Irina llamando a la fea durmiente, contesta fea durmiente. ¿Estás despierta? Cambio y corto – se oyó una alegre voz, haciendo como si estuviese hablando a través de un walky-talky. Se abrió mi puerta para dejarse asomar la cabeza de una impresionante pelirroja de ojos verdes y traviesa sonrisa, que pronto volvió a esconderse tras la puerta para escapar de la almohada que le lancé con la esperanza darle en la cabeza, cual proyectil. Una vez pasó el peligro, volvió a asomar con esa sonrisa suya de oreja a oreja que hacía que se le achinasen los ojos. Cuando sonreía de esa forma no podía más que compararla con el gato Cheshire de Alicia. Solo le faltaba la pelambrera azul y morada. En otras palabras, si alguien me dijese que estaban emparentados de alguna manera no me hubiese sorprendido –. Has fallado – me dijo sacándome la lengua, como una pequeña niña traviesa de cinco años.

Estaba buscando algo más que lanzar a esa ufana sonrisa, pero ya se había evaporado entre risas, adivinando seguramente mis intenciones, mientras dejaba la puerta cerrada a su paso. Pude escuchar sus pasos alejarse en dirección a nuestra cocina. Irina era una gran amiga a la que le gustaba pincharme nada más empezar el día, aunque tampoco es que le hiciese ascos a picarme a cualquier hora del día tampoco. Se podría decir que era uno de sus grandes pasatiempos. La conocí hace un par de años. Ella estaba buscando una compañera de cuarto para compartir gastos en un pequeño piso que sus padres le habían dejado y yo buscaba un lugar donde vivir mientras estudiaba aquí. Nos encontramos en una cafetería del campus y, como diría ella, fue amor a primera vista. Encajamos desde el momento que nos conocimos. Desde ese entonces somos inseparables. Además de ofrecerme un techo donde alojarme durante aquellos años a un precio más que asequible, también me ofreció su amistad. No me acuerdo de todas las veces que me ayudo en el pasado y las veces que aún hoy me ayuda. Puede que a veces sea un poco insufrible con sus bromitas, pero era una gran amiga, una amiga con el corazón de una pequeña niña traviesa de cinco años.

Recuerdo la vez que le conté que Susanne, una chica insufrible de mi clase, me había humillado enfrente de todos mis compañeros al ponerme zancadilla, haciéndome caer cuan larga era en un charco mientras acarreaba mis apuntes. Ella me ofreció su hombro donde llorar al volver a nuestro piso. Unos días después, misteriosamente, aparecieron unas cuantas docenas de sapos en la taquilla de Susanne. Aunque siempre negó haber sido la causante de tal fechoría, yo se que lo hizo ella, lo hizo por vengarme. Era la mejor compañera que una chica puede desear.

Me levanté, dirigiéndome hacia la cocina para desayunar algo ligero con ella antes de ir a correr. Todas las mañanas lo suelo hacer. Me despierto bien temprano,salía a correr por el Central Park durante media hora aproximadamente y volvía a prepararme para la universidad o simplemente comenzar la mañana. Se había vuelto en una costumbre para mí, el mejor momento de mi día. Era el momento en el que se me daba la oportunidad de alejarme de todos mis problemas, de alejarme de una vida tan… corriente.

Así me encontré tarareaba una canción de David Bowie, "Heroes", mientras corría en Central Park, escuchando la canción a todo volumen por los auriculares de mi viejo mp4. Me encantaba, ese si que era un cantante de verdad y no las tonterías que sacaban ahora las discográficas. Nunca me aburría de oírlo o cantarlo. De modo que comencé a cantar en voz alta:

I, I wish you could swim

Like the dolphins, like dolphins can swim

Though nothing, nothing will keep us together

We can beat them, for ever and ever

Oh we can be Heroes, just for one day

I, I will be king

And you, you will be queen

Though nothing will drive them away

We can be Heroes, just for one day

We can be us, just for one day

I, I can remember -can remember-

Standing, by the wall -by the wall-

And the guns shot above our heads -over our heads-

And we kissed,

as though nothing could fall -nothing could fall-

And the shame was on the other side

Oh we can beat them, for ever and ever

Then we could be heroes, just for one day

We can be Heroes

We can be Heroes

We can be Heroes

Just for one day

We can be Heroes


Era una mañana despejada de sábado, ni una nube se apreciaba en el horizonte. Parecía que aquel día sería el principio de un agradable y soleado día.

Todo estaba exactamente igual a los otros días. El aroma de la hierba fresca que brotaba en el ambiente, los débiles rayos del sol que acababa de despertar de su sueño reparador, el señor mayor que, no importaba a que hora fueses, siempre se encontraba en el mismo banco con una hogaza de pan para las palomas, el empresario que hacia su ración de deporte diario mientras no paraba de berrear con algún empleado suyo desde el pinganillo que tenía pegado a la oreja... En otras palabras, nada fuera de lo ordinario.

Fue pensar en eso y ver un búho, de un blanco impoluto y mirada bicolor, posado en uno de los numerosos árboles que ahí habitaban, mirándome fijamente. Mentiría si dijese que mi corazón no saltó unos cuantos latidos al ver a aquel familiar ave plantado ante mí. Mentiría si dijese que un escalofrío no me recorrió todo el cuerpo por la impresión que me causó aquella aterradora visión. Recuerdos vinieron en tropel a mi mente. Aquellos que durante tanto tiempo había trabajado por exterminar. Y es que se parecía tanto a… "No es él", me reprimí mentalmente, dándome un coscorrón imaginario para ahuyentar ese estúpido pensamiento, "él no existe. Todo es fruto de tu imaginación, Sarah. Es solo un búho normal y corriente. Nada más ni nada menos". Pero eso no logró que me tranquilizara completamente. Por dos simples razones: 1) Los búhos son aves nocturnos y suelen dormir de día, y este estaba bien despierto por cómo me miraba con los ojos abiertos. Y 2) No era la primera vez que veía esa misma ave en ese mismo lugar. Siempre alerta, siempre observándome silenciosamente, acechándome. O esa era mi impresión por lo menos, por paranoica y estúpida que pudiese parecer a los ojos de cualquier otro.

Desde hacía un par de meses que lo venía viendo, siempre causándome cierta aprensión en mi corazón al atisbarlo en una de las ramas del árbol. Y, como siempre que mis ojos se posaban en él, no podía evitar que mi mente se preguntase una y otra vez "¿será él?" o “puede que haya venido a...”.

- Idiota – murmuré. Por supuesto que no lo era. Él no era más que el producto de un infantil sueño que no quería desprenderse de mí y yo una loca por tan siquiera cruzarme la idea de que pudiese ser real por la cabeza. Por el amor de Dios, al final resultaría que tenían razón todos aquellos que durante años dijeron que había perdido el juicio.

No hay que decir que esa visión me alteró lo suficiente para que decidiera dar por finalizada antes de tiempo mi sesión matutina de footing.

Empecé a caminar tranquilamente hacia mi piso, intentando sacar de mi mente la imagen del dichoso búho, aunque no antes de pasar por una tienda a comprarme una botella de agua. El ejercicio y la impresión de verlo nuevamente me habían dejado con la boca reseca. Necesitaba hidratarme con urgencia.

- Aquí tiene sus vueltas, señorita – me dijo el hombre alegremente-. Y que tenga un buen día.

- Eso espero… - le contesté con una pequeña sonrisa mientras salí del establecimiento, llevándome la botella a la boca tras salir de allí, y volvía a retomar mi viaje.

No sé por qué razón, pero algo en mi interior me advertía que algo estaba por cambiar. Llamadme loca, pero desde que vi al ave no podía quitarme esa sensación de mi cabeza. Que raro… ¿Por qué sería?

OoOOOOoooooOOOOooooOOOO
0OoooOOOOOoooOooooOoOooooooo oOOOoooo
OoOOOOoooooOOOOooooOOOO

- ¡Su Majestad! ¡Su Majestad! – gritó un pequeño goblin, con aquella armadura que le hacía verse como un niño que jugaba a ser mayor, entrando estrepitosamente en la sala del trono. Una estampida de elefante en una chatarrera habría montado menos jaleo que aquel pequeño ser. Justo en ese momento preciso el monarca entraba en su forma de ave por la ventana, tomando su forma una vez en la sala del trono.

- ¿Qué pasa para armar tanto alboroto?

- ¡Ha vuelto a pasar! ¡Ha vuelto a pasar! – gritó asustado otro goblin pequeño, aún más que el anterior, que había entrado junto al otro en la habitación.

- ¡¿Cómo?! ¡Si es una de sus bromas os lanzaré directamente al pozo del hedor eterno sin ninguna contemplación! – gritó a su vez girándose hacia la ventana por la que acababa de entrar, para ver sus dominios y… sí, había vuelto a pasar. Maldijo por lo bajo mientras el monarca se llevaba una de sus enguantadas manos a su frente, tapándose los ojos. Había vuelto a lo mismo. Cada vez sucedía más a menudo. Los intervalos de un suceso se reducían peligrosamente a cada año, cada mes, cada día... ¿Qué podía hacer para remediarlo, para evitarlo? Pronto levantó la frente, con una mirada decidida, como si se le hubiese ocurrido algo. Algo que hacía que sus ojos apagados durante ocho largos y fatídicos años volvieran a relucir con un peligroso brillo, consiguiendo que sus súbditos temblasen en sus lugares –. Es la hora, no nos queda mucho tiempo. Ya le he ofrecido más que suficiente tiempo para gozar de su pequeña e insignificante victoria. He sido generoso, benevolente incluso con ella al darle ocho años. Es hora de que arregle lo que hizo, es hora de que vuelva a comenzar el juego… - una malvada sonrisa se dibujo en sus facciones al decir aquellas últimas palabras. Un cristal se materializó en su mano para verla caminar tranquilamente por las calles de New York, con su chándal deportivo, sin ser consciente de lo que venía encima –. Y esta vez, Sarah, yo seré el vencedor…

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