N/A:
Este
es mi primer fanfiction sobre esta gran película que consiguió
marcarme desde la primera vez que lo vi, en especial desde que vi
esos ojos bicolores XD como a muchas supongo. Espero que sea de su
agrado, permitiéndoos pasar un buen rato, y que me podáis mandar
algún que otro comentario con vuestras opiniones y
críticas constructivas para así ir mejorando poco a poco la
historia con vuestra ayuda. ¡Los estaré esperando ansiosa!
Aclaración:
Los
personajes de esta historia no son mías, sino de la
película Labyrinth.
Ya quisiera yo que cierto rey fuese mío... pero no tengo tanta
suerte por desgracia para mí. La que si me pertenece es Irina, esa
es creación mía. Y que conste, no lo hago con fines lucrativos,
simplemente por el placer de emprender este bonito camino junto a los
personajes de esta magnífica película.
Y
dicho todo esto, solo me queda deciros que lo paséis bien y que nos
leemos.
-
Soy Sarah Williams y esta es mi realidad – murmuré nada más
despertarme a la mañana -. No existen ni el
Labyrinth,
ni su estúpido, manipulador, despreciable y cruel Rey.
Como
siempre, repetí tres veces esa misma mantra, palabra por palabra,
antes de que, por fin, me levantase para dar comienzo al nuevo día
que se extendía ante mí lleno de posibilidades. Repetir cada mañana
esas mismas simples palabras se había vuelto para mí en todo un
ritual, sien el cual no podía levantarme de la cama. No había
despertar en la que no lo hiciese. Estuviese sana o enferma, relajada
o estresada, en mi cama o en el de algún conocido... Nunca me
olvidaba de murmurar las palabras nada más abrir mis ojos al nuevo
día.
Y
¿por qué?, os preguntareis muchos de vosotros, por no decir todos.
Como en todo, esto también escondía una verdad. Una desagradable
verdad, si me permitís decirlo.
Todo
comenzó hace unos ocho años, cuando yo aún era una inocente niña
de catorce años. Y es que, tuve un sueño/pesadilla, aún hoy no
sabría decir con exactitud en qué categoría se encuentra ese
recuerdo, de lo más vívido sobre un Labyrinth
y
un cruel, aunque apuesto, Rey Goblin, cuyo mayor hobby era raptar a
indefensos niños de sus cunas a mitad de la noche para llevarlos a
su mágico y retorcido reino. En ese mundo onírico, en ese
sueño/pesadilla, yo me había quedado sola en casa para cuidar del
llorón de mi hermano pequeño, cosa que en aquel entonces sucedía
asiduamente, para mi gran fastidio. Yo lo odiaba, lo detestaba con
todo corazón. Odiaba tener que quedarme encerrada en casa, entre
esas cuatro paredes llenos de ornamentos, velando por el renacuajo
mientras mi padre y mi madrastra iban por ahí a cenar a un
restaurante elegante y a pasárselo bien en algún espectáculo. No
me acuerdo muy bien de cual, pero tampoco importaba. Lo único
pertinente aquí era que otra vez me tocaba el ser la niñera de mi
hermanastro.
En
un momento dado, harta de oírlo llorar y comportarse como el mocoso
que era a mis ojos en aquel entonces, recité las palabras mágicas
que había leído en mi libro preferido. Causando así que el antes
mencionado Rey apareciese para arrebatármelo, cumpliendo así mi
supuesto deseo. Así fue como, arrepentida de mis crueles palabras y
acciones, en el sueño me vi obligada a rescatarlo, teniendo que
resolver el Labyrinth
de
aquel demente Rey Goblin,
en
un plazo de trece horas (tendríais que haber visto el loco reloj con
trece números que hizo aparecer de la nada).
No
fue una tarea fácil, ni mucho menos. Tuve que abrirme camino por
increíbles peligros e innumerables fatigas hasta el castillo más
allá de la Ciudad Goblins para recuperar a mi hermano Toby, pues,
como he mencionado, me había arrepentido de haber dicho en momento
de estupidez momentánea las palabras mágicas que lo alejaron de mí.
No obstante, no estaba sola para llevar a cabo esta peligrosa misión.
Unos extraños seres que fui conociendo por el largo camino me
ayudaron y, gracias a ellos, conseguí vencer al Rey loco. Saliendo
así vencedora en su retorcido juego. Así fue como, en el
sueño/pesadilla, rescaté a mi hermano pequeño y volvimos a casa,
sanos y salvos.
Pero
de eso ya han pasado ocho años y ahora me daba cuenta de que no
había sido más que un sueño, un estúpido y absurdo sueño. Nada
más.
Aún
así, en aquel entonces, para mi mente infantil esa aventura había
ocurrido realmente. ¡Hasta pensaba ver en mi cuarto a aquellos seres
que me ayudaron a completar la misión! Hablaba con ellos, jugaba con
ellos, cantaba con ellos… no había nada que no hiciésemos o
compartiésemos juntos. Solíamos pasarlo realmente bien. Hasta que
mis padres, preocupados por mi salud mental, ya que no era normal que
una chica de mi edad siguiese teniendo amigos imaginarios o que
creyese que realmente había viajado a un mundo fantasioso al que yo
llamaba Underground,
me mandaron a un psiquiatra para que me ayudase con mi problema. De
esa forma, esa entrañable mujer de apacible voz que resultó ser mi
loquera, me ayudó mucho a superar esa etapa infantil y soñadora de
mi vida. Lo admito. Puede que al principio no me agradase, que la
mirase con reproche, pues, siempre que me llevaban a verla, me
intentaba hacer creer que Hoggle y los demás no existían, que no
había tal cosa como un corcel perruno ni pequeños y peludos
caballeros gallardos. Por fortuna, con el tiempo la cosa cambio. Yo
cambié. Poco a poco empecé a ver las cosas como los adultos me
decían. Empecé a creer que todo había sido un sueño, que mis
amigos no eran más que amigos imaginarios, frutos de una mente muy
soñadora e infantil. Nada más. Así fue como esa aventura terminó
por convertirse en un mero sueño para mí. Un bonito sueño, pero
sueño al fin y al cabo.
Ahora,
a mis veintiún años, ya no veo ni a mis amigos imaginarios ni a los
goblins. Ahora soy una joven y corriente universitaria que iba en
camino para convertirse en abogada, tal como mis padres querían, y
que vivía en un pequeño piso de estudientes en la gran ciudad de
New York junto con mi mejor y única verdadera amiga, Irina. Se
podría decir que lo único que queda de aquella soñadora niña son
mis características que, aun habiendo madurado, seguían recordando
a ella. Ah… y los sueños. No había noche que no soñase con
aquella aventura, que no soñase con ese Labyrinth
o
con su apuesto monarca de ojos bicolor. Y cada vez debía recordarme
que no había sido real, que no era más que un pesado sueño que
quería ser olvidado, que no me dejaba en paz. De tan vivido que era,
sucedía que a veces me despertaba creyendo que estaba dentro de las
caóticas paredes del Labyrinth.
Era entonces, en esos momentos, que repetía mi mantra para volver a
realidad y exorcizar de mi mente aquellas imágenes. No sea que todas
las sesiones por las que pasé en mi adolescencia fuesen en vano. No
quería volverme loca, ese era mi gran temor en la vida. Que llegase
un día en que no separase la realidad con la ficción. Por eso
luchaba cada mañana por desterrar ese sueño lejos de mí, con la
esperanza que esa vez fuese la última, que por fin no volviese a
rondarme.
-
Irina llamando a la fea durmiente, contesta fea durmiente. ¿Estás
despierta? Cambio y corto – se oyó una alegre voz, haciendo como
si estuviese hablando a través de un walky-talky. Se abrió mi
puerta para dejarse asomar la cabeza de una impresionante pelirroja
de ojos verdes y traviesa sonrisa, que pronto volvió a esconderse
tras la puerta para escapar de la almohada que le lancé con la
esperanza darle en la cabeza, cual proyectil. Una vez pasó el
peligro, volvió a asomar con esa sonrisa suya de oreja a oreja que
hacía que se le achinasen los ojos. Cuando sonreía de esa forma no
podía más que compararla con el gato Cheshire de Alicia. Solo le
faltaba la pelambrera azul y morada. En otras palabras, si alguien me
dijese que estaban emparentados de alguna manera no me hubiese
sorprendido –. Has fallado – me dijo sacándome la lengua, como
una pequeña niña traviesa de cinco años.
Estaba
buscando algo más que lanzar a esa ufana sonrisa, pero ya se había
evaporado entre risas, adivinando seguramente mis intenciones,
mientras dejaba la puerta cerrada a su paso. Pude escuchar sus pasos
alejarse en dirección a nuestra cocina. Irina era una gran amiga a
la que le gustaba pincharme nada más empezar el día, aunque tampoco
es que le hiciese ascos a picarme a cualquier hora del día tampoco.
Se podría decir que era uno de sus grandes pasatiempos. La conocí
hace un par de años. Ella estaba buscando una compañera de cuarto
para compartir gastos en un pequeño piso que sus padres le habían
dejado y yo buscaba un lugar donde vivir mientras estudiaba aquí.
Nos encontramos en una cafetería del campus y, como diría ella, fue
amor a primera vista. Encajamos desde el momento que nos conocimos.
Desde ese entonces somos inseparables. Además de ofrecerme un techo
donde alojarme durante aquellos años a un precio más que asequible,
también me ofreció su amistad. No me acuerdo de todas las veces que
me ayudo en el pasado y las veces que aún hoy me ayuda. Puede que a
veces sea un poco insufrible con sus bromitas, pero era una gran
amiga, una amiga con el corazón de una pequeña niña traviesa de
cinco años.
Recuerdo
la vez que le conté que Susanne, una chica insufrible de mi clase,
me había humillado enfrente de todos mis compañeros al ponerme
zancadilla, haciéndome caer cuan larga era en un charco mientras
acarreaba mis apuntes. Ella me ofreció su hombro donde llorar al
volver a nuestro piso. Unos días después, misteriosamente,
aparecieron unas cuantas docenas de sapos en la taquilla de Susanne.
Aunque siempre negó haber sido la causante de tal fechoría, yo se
que lo hizo ella, lo hizo por vengarme. Era la mejor compañera que
una chica puede desear.
Me
levanté, dirigiéndome hacia la cocina para desayunar algo ligero
con ella antes de ir a correr. Todas las mañanas lo suelo hacer. Me
despierto bien temprano,salía a correr por el Central Park durante
media hora aproximadamente y volvía a prepararme para la universidad
o simplemente comenzar la mañana. Se había vuelto en una costumbre
para mí, el mejor momento de mi día. Era el momento en el que se me
daba la oportunidad de alejarme de todos mis problemas, de alejarme
de una vida tan… corriente.
Así
me encontré tarareaba una canción de David Bowie, "Heroes",
mientras corría en Central Park, escuchando la canción a todo
volumen por los auriculares de mi viejo mp4. Me encantaba, ese si que
era un cantante de verdad y no las tonterías que sacaban ahora las
discográficas. Nunca me aburría de oírlo o cantarlo. De modo que comencé a cantar en voz alta:
I,
I wish you could swim
Like
the dolphins, like dolphins can swim
Though
nothing, nothing will keep us together
We
can beat them, for ever and ever
Oh
we can be Heroes, just for one day
I,
I will be king
And
you, you will be queen
Though
nothing will drive them away
We
can be Heroes, just for one day
We
can be us, just for one day
I,
I can remember -can remember-
Standing,
by the wall -by the wall-
And
the guns shot above our heads -over our heads-
And
we kissed,
as
though nothing could fall -nothing could fall-
And
the shame was on the other side
Oh
we can beat them, for ever and ever
Then
we could be heroes, just for one day
We
can be Heroes
We
can be Heroes
We
can be Heroes
Just
for one day
We
can be Heroes
Era
una mañana despejada de sábado, ni una nube se apreciaba en el
horizonte. Parecía que aquel día sería el principio de un
agradable y soleado día.
Todo
estaba exactamente igual a los otros días. El aroma de la hierba
fresca que brotaba en el ambiente, los débiles rayos del sol que
acababa de despertar de su sueño reparador, el señor mayor que, no
importaba a que hora fueses, siempre se encontraba en el mismo banco
con una hogaza de pan para las palomas, el empresario que hacia su
ración de deporte diario mientras no paraba de berrear con algún
empleado suyo desde el pinganillo que tenía pegado a la oreja... En
otras palabras, nada fuera de lo ordinario.
Fue
pensar en eso y ver un búho, de un blanco impoluto y mirada bicolor,
posado en uno de los numerosos árboles que ahí habitaban, mirándome
fijamente. Mentiría si dijese que mi corazón no saltó unos cuantos
latidos al ver a aquel familiar ave plantado ante mí. Mentiría si
dijese que un escalofrío no me recorrió todo el cuerpo por la
impresión que me causó aquella aterradora visión. Recuerdos
vinieron en tropel a mi mente. Aquellos que durante tanto tiempo
había trabajado por exterminar. Y es que se parecía tanto a… "No
es él", me reprimí mentalmente, dándome un coscorrón
imaginario para ahuyentar ese estúpido pensamiento, "él no
existe. Todo es fruto de tu imaginación, Sarah. Es solo un búho
normal y corriente. Nada más ni nada menos". Pero eso no logró
que me tranquilizara completamente. Por dos simples razones: 1) Los
búhos son aves nocturnos y suelen dormir de día, y este estaba bien
despierto por cómo me miraba con los ojos abiertos. Y 2) No era la
primera vez que veía esa misma ave en ese mismo lugar. Siempre
alerta, siempre observándome silenciosamente, acechándome. O esa
era mi impresión por lo menos, por paranoica y estúpida que pudiese
parecer a los ojos de cualquier otro.
Desde
hacía un par de meses que lo venía viendo, siempre causándome
cierta aprensión en mi corazón al atisbarlo en una de las ramas del
árbol. Y, como siempre que mis ojos se posaban en él, no podía
evitar que mi mente se preguntase una y otra vez "¿será él?"
o “puede que haya venido a...”.
-
Idiota – murmuré. Por supuesto que no lo era. Él no era más que
el producto de un infantil sueño que no quería desprenderse de mí
y yo una loca por tan siquiera cruzarme la idea de que pudiese ser
real por la cabeza. Por el amor de Dios, al final resultaría que
tenían razón todos aquellos que durante años dijeron que había
perdido el juicio.
No
hay que decir que esa visión me alteró lo suficiente para que
decidiera dar por finalizada antes de tiempo mi sesión matutina de
footing.
Empecé
a caminar tranquilamente hacia mi piso, intentando sacar de mi mente
la imagen del dichoso búho, aunque no antes de pasar por una tienda
a comprarme una botella de agua. El ejercicio y la impresión de
verlo nuevamente me habían dejado con la boca reseca. Necesitaba
hidratarme con urgencia.
-
Aquí tiene sus vueltas, señorita – me dijo el hombre
alegremente-. Y que tenga un buen día.
-
Eso espero… - le contesté con una pequeña sonrisa mientras salí
del establecimiento, llevándome la botella a la boca tras salir de
allí, y volvía a retomar mi viaje.
No
sé por qué razón, pero algo en mi interior me advertía que algo
estaba por cambiar. Llamadme loca, pero desde que vi al ave no podía
quitarme esa sensación de mi cabeza. Que raro… ¿Por qué sería?
OoOOOOoooooOOOOooooOOOO
0OoooOOOOOoooOooooOoOooooooo
oOOOoooo
OoOOOOoooooOOOOooooOOOO
-
¡Su Majestad! ¡Su Majestad! – gritó un pequeño goblin, con
aquella armadura que le hacía verse como un niño que jugaba a ser
mayor, entrando estrepitosamente en la sala del trono. Una estampida
de elefante en una chatarrera habría montado menos jaleo que aquel
pequeño ser. Justo en ese momento preciso el monarca entraba en su
forma de ave por la ventana, tomando su forma una vez en la sala del
trono.
-
¿Qué pasa para armar tanto alboroto?
-
¡Ha vuelto a pasar! ¡Ha vuelto a pasar! – gritó asustado otro
goblin pequeño, aún más que el anterior, que había entrado junto
al otro en la habitación.
-
¡¿Cómo?! ¡Si es una de sus bromas os lanzaré directamente al
pozo del hedor eterno sin ninguna contemplación! – gritó a su vez
girándose hacia la ventana por la que acababa de entrar, para ver
sus dominios y… sí, había vuelto a pasar. Maldijo por lo bajo
mientras el monarca se llevaba una de sus enguantadas manos a su
frente, tapándose los ojos. Había vuelto a lo mismo. Cada vez
sucedía más a menudo. Los intervalos de un suceso se reducían
peligrosamente a cada año, cada mes, cada día... ¿Qué podía
hacer para remediarlo, para evitarlo? Pronto levantó la frente, con
una mirada decidida, como si se le hubiese ocurrido algo. Algo que
hacía que sus ojos apagados durante ocho largos y fatídicos años
volvieran a relucir con un peligroso brillo, consiguiendo que sus
súbditos temblasen en sus lugares –. Es la hora, no nos queda
mucho tiempo. Ya le he ofrecido más que suficiente tiempo para gozar
de su pequeña e insignificante victoria. He sido generoso,
benevolente incluso con ella al darle ocho años. Es hora de que
arregle lo que hizo, es hora de que vuelva a comenzar el juego… -
una malvada sonrisa se dibujo en sus facciones al decir aquellas
últimas palabras. Un cristal se materializó en su mano para verla
caminar tranquilamente por las calles de New York, con su chándal
deportivo, sin ser consciente de lo que venía encima –. Y esta
vez, Sarah, yo seré el vencedor…
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