Traductor

Páginas

lunes, 29 de junio de 2015

Capitulo 7: Tus Deseos Son Mis Órdenes

N/A: Hoy  aprovecho para subiros el nuevo capítulo. Se que lo estoy publicando antes de tiempo, pero es que tengo un buen día. Además, será un regalo por el primer comentario y los primeros seguidores que consigo. Eso anima alguien a adelantar capítulos.

Sarah y sus compañeros van a ir de fiesta, la que, según Jareth, será su última fiesta de nuestra querida protagonista, su gran fiesta de despedida. ¿Será Sarah capaz de ver las oscuras intenciones que Jareth esconde tras su máscara de cordialidad antes de que sea demasiado tarde para ella o se saldrá con la suya por primera vez nuestro monarca? Solo tenéis que continuar leyendo para descubrir lo que ocurre.

Deseo que sea de su agrado, permitiéndoos pasar un buen rato, y que, como siempre digo, me podáis mandar algún que otro comentario con vuestras opiniones y críticas constructivas para mejorar mi desempeño. ¡Los estaré esperando!

Aclaración: Los personajes de esta historia no son mías, sino de la película Labyrinth, aparte de Irina, Matt y su ahora ex novia. Es una pena que Jareth no sea mío, que sino… no estoy muy segura de que hubiera dicho las palabras adecuadas al final de la historia, como lo hizo Sarah. Es que, teniendo a semejante villano ofreciéndome todo lo que le ofrece a su cosa preciosa…

Y que conste, no lo hago con fines lucrativos, simplemente por el placer de emprender en bonito camino junto a los personajes de esta magnífica película.


Capitulo 7: Tus Deseos Son Mis Órdenes

Mi conversación con mi madrastra no había conseguido más que empujarme a intentar más duramente olvidarme de Matt, endureciendo mi determinación de dejar esa parte de mi pasado atrás. No es verdad, me corrijo. Lo que había endurecido las frías pero venenosas palabras de mi madre, era mi determinación de dar carpetazo a todo mi pasado. Incluyéndola a ella misma, especialmente ella. Borrón y cuenta nueva.

Cuando salí de mi habitación, les informé a mis compañeros de piso que estaba preparada para esa fiesta, que momentos antes me habían propuesto y yo me había negado. Sería una noche para olvidar los dolores del corazón y emprender un nuevo rumbo de vida. O eso es lo que yo deseaba dentro de mí. En definitiva, un nuevo comienzo.

- ¿Cuánto tardaremos en llegar? – preguntó Jareth.

- Eres peor que un niño pequeño de cinco años – le soltó Irina –. Ya te hemos dicho, hace apenas unos minutos, que solo quedan unos diez minutos aproximadamente para llegar a la discoteca. Ten un poco de paciencia, por el amor de Dios. Ni que te estuvieras meando encima.

Nos encontrábamos en un taxi. Habíamos preferido no coger nuestros coches. Estábamos seguros que, al final de la noche, ninguno de nosotros se encontraría en condiciones de manejar, pese a que Jareth jurase y perjurase una y mil veces que él nunca se emborrachaba con lo que ofrecerían en la discoteca. Ni Irina ni yo lo creímos. Aunque su aguante fuese legendario, ya nos aseguraríamos de que volviese caminando dando tumbos a casa, como lo haríamos nosotras. Aún si tuviésemos que vaciar todo el alcohol del lugar. Algo bueno debía tener el provenir de una familia pudiente. De modo que, con eso en mente, hicimos una colecta para pagar al conductor. Ya sabéis que este medio de transporte en especial no es conocido por ser barato que digamos. Yo había votado por coger un autobús o el metro, pero Jareth había dicho que él nunca se subiría en ellos. Al parecer, no le gustaba mucho estar en un lugar tan cerrado con tanta gente desconocida, oliendo su sudor y siendo aplastado por el tumulto. O eso es lo que nos dijo. Así que, la única forma que quedaba, si no queríamos arriesgarnos a tener un accidente a la hora de volver a nuestro piso, era coger un taxi que nos trasladara a nuestra discoteca preferida. Luz de Luna. Así se llamaba.

Era un lugar donde tocaban buena música, reinaba el buen ambiente y las bebidas que preparaban eran tan deliciosas que no podías parar de pedir más. Hacía unos años que lo habíamos encontrado Irina y yo y, desde entonces, siempre que teníamos ganas de fiesta íbamos a esa discoteca a bailar, a beber y a ligar con apuestos chicos. Era el lugar ideal para sus propósitos.

Cuando llegamos a nuestra meta, pagamos al taxista entre los tres, después de pedir su teléfono para poder llamarle cuando tuviésemos que volver a casa. Nos encontrábamos por fin frente a Luz de Luna y por lo que se veía no éramos los únicos que habíamos decidido pasárnoslo bien aquella noche. La gente se encontraba haciendo cola para entrar en pequeños y grandes grupos de compañeros, esperando su turno pacientemente y no tan pacientemente. Podías apreciar a más de uno intentando colarse o despotricando por lo despacio que iba la cosa. Eso se debía a que la fila era lo bastante larga como para plantear a cualquiera la idea de buscar otro lugar donde pasárselo bien. No a nosotros. Nosotros teníamos un as bajo la manga. Irina.

Nos dirigimos directamente al gorila que se encontraba con los brazos cruzados y con cara de pocos amigos protegiendo la entrada. Desoyendo las quejas e insultos muy imaginativos que oíamos a nuestro paso, por no esperar nuestro turno como todos los demás.

- Hola grandullón, ¿cómo va la noche? – le saludó Irina con una sonrisa encantadora.

- Dichosos sean mis ojos, pero si es Irina. Hacía mucho que no veía ese hermoso rostro, ¿qué te trae por aquí? ¿Acaso te has replanteado lo que te dije la última vez? – contestó abrazándola.

Hace un tiempo Jack, que así se llamaba el gorila, se le había declarado a mi amiga. Y aunque ella le había rechazado, pues según ella mantener una relación le distraería de su trabajo como pintora, él no se había rendido en su intento por conseguirla. Siempre que se volvían a encontrar, Jack no dudaba en volver a preguntarle lo mismo una y otra vez. Con la esperanza de que aquella fuera la vez que Irina dijese que sí. Otra cosa no sé, pero positivo sí que era el hombre. Alguien que no claudicaba, pasase lo que pasase. Eso debía de concedérselo por lo menos.

- Es posible – Irina le guiñó el ojo juguetona –, ¿qué te parece si te contesto dentro cuando acabes el turno?

- Eso está hecho, preciosa.

Nos abrió la puerta con una sonrisa bobalicona y sin apartar su mirada soñadora de mi amiga mientras entrábamos. Realmente lo había atrapado en sus redes. No me extrañaría descubrir que había estado contando cada segundo que faltaba hasta que viniese su reemplazo. Tal era su enamoramiento o el efecto del hechizo de Irina en él.

La música nos dio la bienvenida al traspasar la puerta. Era una música envolvente que te empujaba a bailar sin remedio. Así era que, allá donde mirase, la gente se encontraba bailando solos o en compañía, con bebidas o sin ellos. Yo misma sentí la necesidad de moverme al son de esa hipnótica música que te atrapaba sin remedio, pero me resistí. Lo primero era beber algo y entonces… ¡A bailar!

No sé cuanto bebí o baile aquella noche, hacía tiempo que había perdido la cuenta de ello.
Me encontraba sentada en uno de los numerosos taburetes que había al lado de la barra. Hacía un tiempo que a Jack le habían relevado de su puesto. Ahora podías ver a aquel hombretón bailando con Irina muy pegados el uno del otro. Lo cierto es que, viendo cuan arrimados bailaban, no me extrañaría que hoy a la noche tuviera que ponerme unos tapones en los oídos para no escuchar los ruidos que invadirían, inevitablemente nuestro querido piso. A no ser que lo decidieran hacerlo en los baños de aquí, como ya había visto hacer a unas cuantas parejas desde que vinimos. Mi paz mental agradecería la segunda opción.

- Aquí tienes tu Daiquiri – Jareth posó la bebida frente a mí, mientras se sentaba al lado mío con su respectiva bebida.

- Uff – me llevé una mano a la cabeza, empezaba a sentir los efectos del alcohol -. Creo que tengo que dejar de beber.

- Tonterías, esto es una fiesta y en las fiestas, que yo sepa, se bebe, y mucho.

- Está bien – le di un trago a mi baso sin perderle de vista –. Si no te conociese, pensaría que quieres emborracharme para aprovecharte de mí o sonsacarme información confidencial.

Se llevó una mano, teatralmente, al corazón, fingiendo que le habían dolido mis palabras. Cosa que me hizo soltar una risita tonta muy a mi pesar.

Mantuvimos una agradable charla de todo y de nada en particular. No sé cómo explicarlo mejor. Solo puedo decir que poco a poco me encontraba más y más a gusto con él. Podría haber estado así por toda la noche, pero algo me impidió.

- Oh dios mío – solté de sopetón.

- ¿Qué pasa?

- Creo que tengo que ir al baño urgentemente – me levanté tambaleante del taburete. Realmente el alcohol estaba afectándome.

- ¿Quieres que te acompañe? – se ofreció caballerosamente.

- No, puedo ir sola. Tú cuida de mi bebida mientras vuelvo. Te nombro su guardián oficial, que nadie me lo robe – hice una cruz en el aire de forma torpe, por el alcohol que circulaba para ese entonces en mi sangre, como si realmente lo estuviese nombrando guardián.

Ahora voy a saltarme el hecho que me tropecé con unas cuantas personas, que hice que a un chico se le cayese la bebida o el vergonzoso momento de encontrarme, al abrir la puerta del primer baño, a una pareja haciendo… bueno, ya podéis imaginaros lo que estaban haciendo. Respecto a esto último solo diré que se encontraban tan ensimismados que ni siquiera se percataron de que les había atrapado con las manos en la masa. Algo que no hubiese ocurrido si hubiesen echado el pestillo como cualquier persona con dos dedos de frente haría. Me abrían ahorrado aquella imagen no apta para menores. Desearía tener a manos una cuchara para sacarme los ojos en aquellos momentos. Esa imagen me perseguiría para el resto de mis días. Si por lo menos hubiesen sido agradable para la vista...

Pero volviendo al tema. Al terminar de hacer mis necesidades, salí con la intención de volver con Jareth y retomar nuestra agradable conversación. Y lo habría conseguido, pues me encontraba a solo unos metros de la barra, si no fuese porque me choqué contra el torso de alguien más.

- Lo siento, yo… – al alzar la mirada cual fue mi sorpresa al encontrarme a la última persona de la faz de la Tierra que querría ver aquella noche ante mí - ¿Qué demonios haces tú aquí?

- Intentar hablar contigo, obviamente.

- ¿Cómo sabias que estaría aquí? - inquirí.

- Un amigo mío te vio entrar aquí y me llamó para informarme – hizo un intento de acariciarme la cara, pero me aparté instantáneamente, como si su contacto fuese corrosivo o venenoso. Que lo era para mí. Podía estar un poco borracha, pero no era tan tonta como para dejarle tocarme después de lo que me hizo. Sus ojos me miraron suplicantes, pidiendo perdón y comprensión, cosas que los míos le negaron por muy anegados en alcohol que estuviesen –. Sarah, se que hice mal en ponerte los cuernos y ahora me doy cuenta de ello. Puede que sea demasiado tarde, pero recuerda…

- No sigas.

- … los buenos momentos que hemos pasado juntos durante todo este tiempo – siguió como si yo no hubiese hablado en ningún momento -. Yo te sigo queriendo y sé que tú también me quie…

Sentí una mano sobre mis hombros, envolviéndolos, antes de oír una voz familiar a mi lado.

- Querida, ¿esta rata te está molestando?

Era Jareth que, como siempre, había venido a mi rescate.

Los ojos de Matt se agrandaron por la sorpresa al principio para, acto seguido, ser reemplazados por una mirada achinada por el enfado.

- ¿De modo que ya te has buscado a otro con el que retozar? Y parece que a este sí que le das bien, para estar dispuesto a meterse en medio. Parece que has dejado de ser la frígida que solías ser.

- ¿Cómo te atreves a hablarle así a una dama?

La voz de Jareth estaba cargada de oscuras promesas de dolor y sufrimiento mientras daba un paso adelante. Estoy segura que, de no haberle parado, poniéndole una mano sobre el pecho para impedirle que continuara, habría hecho algo. Y no exactamente hablar. A menos que “hablar” con los puños valiese como hablar.

- Jareth, por favor, no te metas. Esto es entre Matt y yo.

- Pero…

- Por favor, confía en mí – esto último le dije mirándole fijamente a los ojos.

Como toda respuesta, le lanzó una amenazante mirada a Matt, como diciéndole que estaría observándole y que, si veía algo que le disgustase, no viviría para ver el siguiente amanecer. Aún así, se fue a la barra, donde se sentó a mirarnos. Dispuesto a intervenir si llegara el caso de hacerlo.

- Veo que no has perdido el tiempo en olvidarme. Y yo que creía que podríamos arreglar este pequeño error que he cometido…

- ¿Pequeño error? – cada vez me estaba enfadando más y más, y creer que una vez estuve enamorada con semejante idiota. Debía de estar loca de remate o algo así.

- … pero veo que no es así. Ya verás el disgusto que pillará tu madrastra cuando se entere de esto. No me cabe duda de que te quitará los ingresos que te meten en tu cuenta cada mes. A ver si así aprendes a apreciar lo que estas dejando escapar. A mí.

- Matt… - mi voz se estaba volviendo cada vez más oscura, cosa que él seguía ignorando, pues continuaba hablando como si yo no hubiese abierto el pico.

- Difícilmente encontrarás a otro chico que soporte tu locura como yo, porque ¿le has contado a tu nueva mascota sobre tu pasado? ¿le has contado que te llamaban Sarah la chiflada o que te tuvieron que meter todas esas pastillas para que dejaras de decir que habías viajado a un mundo fantasioso? Seguro que no, porque sino ya se habría largado. Como todas las personas de tu vida que saben la verdad. Que estas como una puta regadera.

No podía más. No podía oír ni una palabra más.

No me pidáis que os diga cómo se me ocurrió, fue algo instintivo, primitivo. Eché la pierna hacia atrás y le di una patada en sus partes viriles todo lo fuerte que pude, algo que le debió de doler bastante, pues se cayó al suelo sujetándose las joyas de la corona, hecho un ovillo. Lo que sí sé, y nunca se me olvidará, es lo a gusto que me quedé después de propinarle semejante patada. Como si hubiese depurado todos esos sentimientos negativos que había estado rondando alrededor de mi corazón desde la llamada de mi madrastra. Fue liberador de alguna manera. Y no me arrepentía, se lo merecía por todo lo que me hizo, desde acostarse con otra hasta las hirientes palabras que me lanzó con la intención de dañarme.

Con la cabeza bien alta me alejé de él, pero mientras más me alejaba intentando dar una imagen de fiereza, el veneno de sus palabras empezó a lastimar mi pobre corazón, ya de por sí bastante herido.

Era cierto. En el pasado, después de ese sueño sobre el Labyrinth que tan real me pareció en su momento, fui tachada de loca. Puede que al principio a la gente le hubiese parecido entrañable mi desbordante imaginación. Les gustaba mi historia, la que supuestamente había vivido en ese mundo de fantasía, pero no duró. Nada dura eternamente. Pronto las personas empezaron a susurras detrás de mi espalda. Loca, demente, desequilibrada, chiflada, lunánita... fueron algunas de las “bellas” palabras que empleaban para referirse a la joven que seguían viendo a seres imaginarios y creían haber viajado a otro mundo donde la magia estaba en el orden de la jornada. No había día que los que una vez la llamaron amiga no se le reían a la cara, cuchicheaban a su espalda o simplemente la ignoraban, como si su demencia fuese de alguna manera contagiosa. Pronto se encontró sola en ese hostil mundo, con la única compañía de la pastillas que su psiquiatra había comenzado a recetar.

Siempre sola...

Para cuando llegué al taburete que Jareth seguía guardando para mí, así como mi bebida, mi ánimo estaba por los suelos. Puede que yo le hubiese dado una patada en su punto débil, pero él me había asestado un golpe mortal. Me conocía bien, demasiado incluso. Sabía donde se encontraba mi punto débil, mi talón de aquiles, y no había dudado en ir a por ello.

- Recuérdame no hacerte enfadar nunca, cosa preciosa.

- Ya… - contesté a su broma con desgana. No estaba de humor. El jolgorio y las risas de aquella noche habían sido empañadas por palabras envenenadas.

- ¿Te pasa algo? ¿Te ha hecho algo esa desgraciada sabandija? – parecía preocupado, realmente lo parecía, pero ¿seguiría así si supiese que había tenido que ir a numerosos especialistas porque veía a seres que no existían realmente? ¿seguiría así si le dijese que casi me mandan a un psiquiátrico mis padres? No tenía todas conmigo.

- No es nada, solo me ha hecho pensar en el pasado – suspiré, dándole un largo trago al Daiquiri, pero sin mirarle a la cara en ningún momento –. Sabes, algunas veces me gustaría irme de aquí, escapar a algún sitio lejano donde nadie pueda seguirme. Donde ni Matt ni mi familia pudieran seguirme.

- ¿Y por qué no lo haces?

- Porque el lugar al que me gustaría ir no existe – le contesté tristemente pensando en el Labyrinth.

En momentos como este, cuando mi corazón estaba tan dolorido y me sentía tan sola en el mundo, siempre deseaba que el Labyrinth y el Underground existiesen realmente, así como mis amigos imaginarios, para poder escapar de aquí. Hasta deseaba que su malvado, pero sexy rey, fuese real para concederme mi más oscuro deseo. El deseo de volver a su tierra para siempre, dejando atrás todo el dolor y sufrimiento de mi vida. Por desgracia ese lugar no fuera real, sino un sueño.

- Desear es libre, mi Sarah. ¿Qué daño puede hacer un deseo? – me dijo con una pequeña pero traviesa sonrisa, una sonrisa que se reflejaba en sus ojos bicolor. Por un momento me pareció ver algo en ellos, algo como expectación, pero no podría estar segura pues de la misma forma que vino, desapareció. No le di mayor importancia.

Pedí otra copa, la cual ventilé de un solo trago, mientras pensaba en sus palabras.
- Ninguno, creo. Yo solo deseo que ojalá… ojalá…

oOoOoOoOoOoOoOo
oOoOoOoOo

Los goblins, que invisibles correteaban de arriba y debajo en aquella atestada discoteca haciendo alguna que otra travesura, de súbito se pararon quietos, como si si el tiempo se hubiese congelado y ellos con él. Todas las puntiagudas y peludas orejas estaban atentas a las palabras de la mujer. Expectantes. Su rey iba a conseguirlo. Nadie había dudado que la brillante mente de su monarca, tan acostumbrado a elucubrar malvadas estrategias y retorcido juegos, conseguiría su propósito. Y así fue está vez tambien. La chica había picado el anzuelo por fin y se disponía a decir las palabras. Era cuestión de tiempo, muy poco tiempo, que cometiera el mismo error que la primera vez. El creer que no eran más que cuentos, que no le podían hacer nada, que un deseo era eso, un inocente deseo. No tardaría en volver a descubrir lo erróneas que eran sus creencias.

De uno en uno, todos los goblins que se encontraban en aquel lugar, empezaron a acercase a la chica. Nadie quería perderse el triunfo de su rey, y por ende, el suyo propio.

Pronto todo habría acabado. Pronto todo habría comenzado.

oOoOoOoOoOoOoOo
oOoOoOoOo

- ¿Ojalá qué, querida? – viendo que no continuaba Jareth me empujó a seguir con una sonrisa.

- Ojalá… - estaba muy borracha, muy pero que muy borracha. Puede que fuese esa la razón por la que dije esas palabras exactamente, o porque, tanto las palabras de Matt como las de Jareth, me había hecho acordarme de mis sueños. Pero lo cierto es que los dije –. Ojalá vinieran los goblins y me llevaran de aquí para siempre – respiré hondo antes de continuar –. Ahora mismo.

Oí una triunfante risa salir desde la boca de Jareth mientras que, con un elegante gesto de mano, hacía aparecer una bola de cristal en su mano derecha.

- Tus deseos son mis órdenes, mi Sarah…

Sin parar de reírse, me lanzó aquella bola de cristal, el cual impactó en mi pecho, explotando en una lluvia de brillantes purpurinas. En ese instante mis ojos empezaron a pesar cada vez más y más, como si el sueño me estuviese reclamando a su lado.

La última cosa que recuerdo, mientras el sueño empezaba poco a poco a vencerme, haciéndome inclinarme peligrosamente hacia el suelo, eran unos fuertes brazos alzándome en vilo mientras extrañas criaturas correteaban por los alrededores chillando de felicidad y dicha. Como si estuvieran celebrando una gran victoria.

Luego todo fue sumergido en la más absoluta oscuridad…

No hay comentarios:

Publicar un comentario