N/A:
Hola
de nuevo. ¿Os ha recordado cierto primer encuentro el capitulo
anterior entre una niña y un rey? ¿Vosotros también habéis sentido ese deja vú mientras leíais el capítulo anterior? Jejeje Como supondréis Sarah no
dejará que la cosa termine en un "qué lástima". Ella no es de las que se rinden tan fácilmente. Algo se le ocurrirá, pero tendréis que seguir leyendo para saber que hará al respecto. Así como para
ver cómo reacciona nuestro querido rey.
Como
siempre, dedico este capítulo a Alexia y a los dos Anonimos. Os
lo merecéis por vuestros comentarios que me ha sacado una sonrisa.
Deseo
que este nuevo capítulo llegue a gustaros y que me podáis mandar
algún que otro comentario con vuestras opiniones y
críticas constructivas. ¡Los estaré esperando con ansias!
Aclaración: Los
personajes de esta historia no son mías, sino de la película
Labyrinth, aparte de Irina, Matt y su ahora ex novia. Es una pena que
Jareth no sea mío, qué sino… no estoy muy segura de que hubiera
dicho las palabras adecuadas al final de la historia, como lo hizo
Sarah. Es que, teniendo a semejante villano ofreciéndome todo lo que
le ofrece a su cosa preciosa…
Y
que conste, no lo hago con fines lucrativos, simplemente por el
placer de emprender un bonito camino junto a los personajes de esta
magnífica película que tanto marco mi infancia (sigo teniendo las
canciones en mi móvil).
Capitulo
9: Tengo que huir
-
¡TE ODIO!
Cogí
una silla blanca, como no, todo en esa dichosa habitación era de ese
color, y lo lancé contra el espejo del tocador, ocasionando que una
lluvia de cristal saliese despedida hacia el suelo. Por un momento
tuve una sensación de deja vu, recordando la última vez que rompí
un cristal con una silla, pero lo hice a un lado. No estaba para
recordar el pasado, sino para escapar de un oscuro futuro que se
alzaba ante mí, amenazante y aterrador.
Mientras
contemplaba los pedazos puntiagudos, que se habían desperdigado por
el suelo entapizado sin ningún patrón fijo, pensé: "Siete
años de mala suerte". Un bufido salió de mis labios. Como si
mi situación pudiese empeorar más. Como si las cosas no estuviesen
lo suficientemente mal de por sí.
Me
habían arrancado cruelmente de mi vida y llevada al castillo más
allá de la ciudad de los goblins en contra de mi voluntad, porque lo
dicho mientras estas borracha no cuenta realmente como una invitación
para ser secuestrada. A menos que fueras un lunático rey que siente
una inmensa dicha haciéndome a mí el ser más desdichado del mundo.
Mi suerte no podía ser peor.
-
¡TE DESPRECIO, REYEZUELO DEL TRES AL CUARTO!
No
sé cuánto tiempo estuve maldiciendo su nombre a voz en grito o
destrozando con mis propias manos cualquier cosa que estuviese al
alcance de mi mano, imaginando que era él aquello que destrozaba.
Estaba segura de que todo el castillo podía oír mi gran destrucción
y mis gritos furibundos. No me importaba. Si debía estar en esta
jaula de oro para siempre, lo mínimo sería poder desahogarme cómo,
cuándo y con lo que quiera. Al fin y al cabo, era mi habitación,
según lo que había dicho él, y podía hacer lo que quisiera con lo
que había ahí dentro, hasta destruirlo hasta las cenizas.
Si
cualquiera llegase en este momento y viese el lamentable estado en el
que se encontraba el lugar pensaría que por ahí había pasado un
huracán, el huracán Sarah.
Los
ojos se me anegaron de lágrimas. Mi habitación. Esta no era mi
habitación y nunca lo sería. La mía estaba lejos, muy lejos de
aquí, en otro mundo, esperando a que volviera para que pudiera
desordenar un poco más con mi caos ordenado. Los que sois un
desastre entenderéis de lo que hablo. Para una persona ajena mi
habitación podía parecer caótico, entre tantos apuntes, libros,
fotos con amigos, recuerdos de viajes, ropas, CDs... pero sabía
donde estaba cada cosa dentro de ese pequeño caos. Me dolía pensar
que nunca más volvería a ver esas cuatro paredes que tantos
recuerdos me traían a la memoria. Tanto buenos como malos, pero
recuerdos al fin al cabo.
Parpadeé
fuertemente para detener las lágrimas, que amenazaban con brotar y
era consciente que, de dejarlos libre, no podía parar. Además, no
le permitiría verme derrotada, vencida. No le daría ese placer a
ese despreciable reyezuelo. Ni por asomo. El juego no había
terminado, pese a lo que había afirmado él, y no lo haría mientras
tuviese fuerzas para seguir adelante. Aún debía de haber alguna
esperanza, aún había esperanza, y mientras lo hubiera no dejaría
de luchar. Porque tenía opción. Podía aceptar este destino, el de
una prisionera o podía luchar. Mi decisión estaba tan claro como el
agua. Tenía que huir. Solo debía de encontrar una forma de escapar
de esa elegante prisión y volver a casa. Cosa que haría. Si lo
había vencido una vez, quien me decía a mí que no podría volver a
hacerlo.
Y
con esa determinación, empecé a analizar por primera vez realmente
los alrededores, en busca de una salida. Debía de haber algo… Y
ahí estaba, una pequeña pero elegantemente tallada puerta, justo en
la otra parte de la habitación. La esperanza hinchó mi pecho. Sí.
¡Una puerta! Dirigí mis apresurados pasos hacia allí, acercándome
más y más, pero, cuando apenas me separaban un par de metros,
reducí la velocidad.
No
podía ser tan fácil, debía de haber algún truco escondido allí.
El Rey de los Goblins no podía dejarme al alcance de la mano una
forma de huir de él. No cuando había trabajado tan arduamente para
traerme aquí. Definitivamente aquí debía de haber gato encerrado.
A menos que… Nada es lo que parece en este mundo, eso es lo que
aprendí en mi primer viaje. Puede que el reyezuelo quisiese, que yo
creyera, que él había hecho algo a la puerta para que no lo
intentase abrir, cuando realmente no lo había hecho. Pero también
podía ser que él creyese, que yo creería, que él se estaba
echando un farol con la puerta, y que hubiese puesto algún extraño
y malévolo hechizo. O puede... Dios, que dolor de cabeza. Todo era
tan complicado en este mundo y más si tenía que ver con el Rey de
los Goblins. ¿Le mataría ponerle un poco más fácil las cosas?
Y
aquí estaba, no sabía qué hacer, si intentar abrir o no.
El
gato de Schrödinger. ¡Eso es! No sabría si el gato estaba vivo o
muerto hasta que abriese la caja. Mientras no abriese la caja el gato
estaría vivo y muerto. De la misma forma, no sabría si esa puerta
me conduciría a una muerte segura, una salida o las dos cosas hasta
que lo intentase abrir.
La
decisión estaba tomada entonces. Iba a intentar a abrir la puerta.
Di
los pocos pasos que aún me separaban de aquella puerta con
apariencia inocente, coloqué la mano en el pomo de plata y… Nada.
No pasó absolutamente nada. Ni descargas eléctricas, ni trampillas
que se abren, ni nada. Solté un suspiro, relajándome, y empujé.
Nada. No se movió ni un ápice. No importaba hacia donde tirase, si
hacia fuera o hacia dentro, hacia arriba o hacia abajo, hacia la
derecha o hacia la izquierda. La puerta no se abría. Intenté
imprimir más fuerza a mis extremidades, pensando que podría ser
cuestión de músculos, pero tampoco. Esto era muy frustrante. Puede
que no tuviese ningún hechizo letal, pero el maldito debió de
hacerle algo para que nada pudiese abrir esa maldita puerta. Por
muchos puñetazos y patadas lanzase, por muchos objetos utilizase
para hacer palanca o destruirlo, nada lograba mover ni rasguñar
aquella salida.
¡No
era justo! Él tenía toda esa magia que lo respaldaba y que podía
utilizar contra mí, mientras que yo no tenía nada más que mi
cabeza. Un desequilibrio increíble de poder.
Maldito
fuera…
No,
no me rendiría. Puede que lo de la puerta hubiese fracasado, pero
debía de existir otra forma de escapar de aquel lugar. Con lo
confiado y orgulloso que era, no me extrañaría descubrir que había
pasado por alto alguna que otra cosa. ¿Pero cuál?
Mis
ojos volvieron a escanear la habitación de arriaba abajo y…
¡bingo! Ahí estaba mi billete hacia casa. La ventana. La única
ventana de toda la habitación, la misma que momentos antes había
estado apoyado el Rey de los Goblins. Me acerqué y miré por él
para poder calcular a cuanta distancia del suelo me encontraba.
-
Wow.
A
este hombre le gustaba hacer todo a lo grande. No me cabía ningún
atisbo de duda sobre ello. Y es que, me encontraba en lo alto de una
torre muy elevada, tan alto en el cielo que casi asustaba mirar hacia
abajo. Casi. No me acobardo la visión que se encontraba ante mí,
como le hubiese ocurrido a cualquier otro, en especial a alguien que
padeciese vértigo. Puede que no fuese Rapunzel y que no tuviese su
largo cabello para descender por la ventana hacia el suelo, pero
tenía mi ingenio. Una cualidad que se había demostrado con
anterioridad que podría llegar a ser mucho más útil que el pelo
excesivamente largo. Mi mente empezó a barajar las posibilidades y a
pensar en lo que pudiese emplear. Podía hacer una especie de cuerda,
atar a una de las patas de la cama y escapar. Tal y como lo hacían
en numerosas películas. Tenía las mantas de seda blanca de la cama,
pero con eso solo no sería suficiente para hacer una cuerda. Estaba
demasiado lejos de la tierra como para que un par de mantas le
sirviesen para sus propósitos. Necesitaba algo más.
-
Piensa, Sarah, piensa – murmuraba para mí misma, mientras
masajeaba mis sienes para ayudarme a buscar una solución. Como si
así pudiese encender los procesos neurológicos pertinentes que
dieran con una brillante idea que salvasen ese día de mierda, solo
con frotar la cabeza con los dedos.
Mientras
estaba dándole vueltas a esa posible solución, algo de lo que me
dijo antes de marcharse filtró en mi mente, y casi pude ver como se
me encendía una bombilla en lo alto de la cabeza, cual dibujo
animado. La esperanza empezó a arder en mi corazón con un nuevo
fervor.
-
¡Sí, eso es! – una sonrisa que dividía mi cara en dos apareció
en mis labios – Vuelves a subestimarme, Rey Goblin.
Con
esa deslumbrante sonrisa dibujada en mi cara, fijé mi mirada en mi
salvación. Según él, había hecho confeccionar para mí vestidos
que, conociéndolo y escuchándolo, debían ser más de los que nunca
podría llevar. Seguramente, suficientes como para crear una inmensa
cuerda que me llevase hacia mi bien merecida libertad, lejos de aquel
lunático.
Cuando
abrí las puertas de un armario no muy grande, de mi altura
aproximadamente, la capacidad que tenía. Dentro podría haber
entrado perfectamente todo el piso que compartía con Irina. Era como
si las puertas del armario se abriesen a otra dimensión, como en
Narnia, pero en vez de llevarte al reino de la Reina de Hielo, te
llevase al reino de la ropa confeccionada a mano. Me sorprendí a mí
misma al ver cientos de vestidos alineados por colores, estilos y los
materiales empleado para su confección. Nunca había visto tanta
hermosa ropa junta en un mismo lugar. Habían más de los que había
esperado encontrar en un armario de semejantes proporciones, pero,
otra vez, nada es lo que parece aquí.
Aún
así, por muy bellas que fueran esas vestimentas, no lo dudé. Saqué
de sus colgadores tantos como podía, mientras mi asombro por
semejante descubrimiento daba lugar a una alegría apenas contenida
ante la inminente victoria. Hasta me permití el lujo de tararear una
de las canciones de David Bowie, mi cantante preferido, mientras
despedazaba aquellas hermosas creaciones y los empezaba a utilizar
para crear la cuerda que me sacaría de allí con mis ansiosas manos.
Cogí
un pintalabios del destrozado tocador (el mismo que había dejado en
ese lamentable estado por golpearlo con la silla) cuando vi que el
trabajo estaba finalizado y, sin parar de sonreír en ningún
momento, escribí con mi mejor caligrafía:
"Sarah
uno, Rey Goblin cero".
oOoOoOoOoOoOoOo
oOoOoOoOo
Me
senté cansadamente en mi trono.
Mi
magia no era tan poderosa como antaño lo fue y el haberme
teletransportado tres veces en un mismo día me había dejado
exhausto. Lejos quedaban los días en los que mi poder no conocía
límite alguno. Ahora en cambio, a nada que hiciese alarde alarde
hasta del más simple truco de mágica, mis fuerzas eran rápidamente
mermadas. Como era el caso en aquellos momentos. Pero había merecido
la pena. Sarah estaba aquí, en mi castillo, y aquí se quedaría por
siempre. Por primera vez yo había sido el ganador y, como lo había
supuesto, la victoria sabía muy bien en el paladar. Mi pueblo podía
estar tranquilo, nuestra salvación estaba cerca. Solo había que
esperar a que Sarah se rindiese a mí y mis indudables encantos, y
entonces todo volvería a como era antes. No, nada sería como antes.
Todo sería mejor aún, mucho mejor que antes.
"Nunca
se rendirá". Las palabras dichas por aquel entusiasta goblin
cuando Sarah se adentró por primera vez en mi Labyrinth resonaron en
mi mente sin previo aviso ni permiso, pero lo desestimé.
Ja.
Me reí para mí mismo pese al cansancio. Pronto se daría por
vencida cuando viese que no hay escapatoria posible para ella. Me
había asegurado de ello. La puerta era especial, sin las palabras
adecuadas, las cuales solo yo sabía, no podrían ser abiertos nunca,
ni por un ariete. Y aunque, si por algún guiño del destino
conseguía adivinar las palabras mágicas, cosa que dudaba, había un
pequeño destacamento de soldados goblins apostados al otro lado de
la puerta, con las estrictas órdenes de no dejarla salir bajo ningún
concepto, a menos que quisieran terminar dando una pequeña
zambullida en el Pantano del Eterno Hedor. En cuanto a la ventana,
estaba demasiado lejos del suelo como para escapar de él.
Todas
las salidas estaban cubiertas. Sarah estaba atrapada.
Pero
si era así, porque de repente empezaba a tener un terrible
presentimiento. No podía ser, no era posible que escapase, pero…
Me
levanté de mi trono, como impulsado por unos muelles, y dando
grandes zancadas, empecé a dirigirme hacia la habitación de la
bella, pero terca, Sarah. Una vez ante la puerta hechizada formulé
las palabras secretas.
-
Ábrete Sésamo – y la puerta se abrió. Me gustaba lo clásico,
que se le iba a hacer.
La
sonrisa que se me había creado al pensar en mi ingenio al
ocurrírseme esa clave para la puerta, se borró instantáneamente
cuando mis ojos vieron lo que tenía ante mí.
-
¡Maldición!
Lo
había hecho. Había cumplido su palabra. Se había escapado de mí,
tal como había dicho que haría, contra todo pronóstico. Dejando
tras de sí como único testigo de su fuga, la cuerda que había
construido, con las mantas y vestidos que le había regalado con toda
la generosidad del mundo, y que llegaba hasta mi jardín privado.
Nunca imagine que los vestidos pudiesen tener esa utilidad.
Una
vez más, había menospreciado a aquella joven. Pero no teniendo
suficiente con ello, con lograr escapar de mis garras, había tenido
que burlarse de mí. Debía regodearse en su pequeña e
insignificante victoria. No había más que leer lo que estaba
escrito en el tocador. Por fortuna, ninguno de mis goblins sabía el
arte de leer ni escribir. Nadie salvo yo sabría nunca de aquella vil
burla.
Estaba
enfadado, sí. Condenadamente enfadado. Mi mente no paraba de pensar
en imaginativas formas de hacerla escarmentar de una vez por todas
cuando la atrapase. Porque lo haría. La pregunta, la verdadera
pregunta, era, ¿la conseguiría atrapar antes o después de que
descubriese la razón por la que la había traído nuevamente a mis
dominios?
Maldita
sea. No tenía mucho tiempo. Si quería evitar que supiese la verdad
antes de tiempo debía andarme deprisa. En otros tiempos, cuando aún
estaba en la plenitud de mis poderes, hubiese invocado un cristal
para que me mostrase su paradero o me habría trasladado mágicamente
a donde se encontraba, pero en mi situación actual esa no era una
opción viable. Tan mermado como estaba mi magia tras haberlo gastado
tanto de ello hoy para traerla aquí.
Tendría
que emplear otros métodos más mundanos, por muy tedioso que fuese.
-
Apestosos inútiles, traed mi caballo – espeté a mis súbditos
mientras salía corriendo de la habitación, rezando para que no
fuera demasiado tarde.
oOoOoOoOoOoOoOo
oOoOoOoOo
Corrí
y seguí corriendo, como alma que lleva el diablo, sin fijarme en lo
que me rodeaba hasta que llegué a la ciudad de los goblins. Estaba
abarrotada. Por sus calles y callejuelas podías atisbar tanto a los
goblins de ciudad como los que normalmente moraban en el Labyrinth.
Puede que, en otro momento, me hubiese extrañado eso o que me
hiciese pensar el por qué tantos de aquellos singulares seres se
encontraban amontonados allí. Lo normal era que cada uno se limitase
a vivir en el mismo lugar siempre. Cada uno habitando su propio lugar
en el Labyrinth, sin moverse de allí. Ahora no era así según
parecía, pues desde pequeñas hadas que pululaban por los extremos
del Labyrinth hasta los moradores de los bosques encantados, se
encontraban en la ciudad goblin. Aunque hubiese sido interesante
desvelar el por qué, de descifrar ese misterio, no tenía tiempo
para pensar en esas pequeñeces. Mi libertad estaba en juego aquí.
No
me cabía la menor duda de que su rey, porque el mío no era aunque
él dijese lo contrario, ya se habría percatado de mi pequeña fuga.
Para este entonces ya debería de haber empezado a unir a sus tropas
con el fin de venir en busca la prófuga. Y, si no me daba prisa en
salir de aquí, en llegar al principio del Labyrinth, me volvería a
atrapar para encerrarme en algún oscuro y húmedo olvidadero lo que
me durase de existencia.
Con
todo el sigilo del que era capaz y con la cabeza baja, fui caminando
por estrechas callejuelas, escondiéndome en las sombras de algún
edificio cuando veía a alguien. Me sentía como uno de esos ninjas
que aparecen en las películas. Aunque ahí lo hacían parecer todo
extrañamente sencillo. En la vida real, aún estando en un mundo
donde ninguna ley lógica regía, no era una labor fácil pasar
desapercibida. Mis pies siempre encontraban alguna basura o piedra en
mi camino, cuando no era algún goblin que caminaba por las calles
dando un paseo agradable. Eso me obligaba a parar cada dos por tres y
esconderme tras las pilas de basura y barriles hasta que pasaban. Lo
que estaba haciendo que ralentizase un tanto mi marcha. Aún así,
me gustaba pensar que estaba haciendo condenadamente bien mi trabajo.
Más aún teniendo en cuenta que, al ser una humana, debo de destacar
entre esos seres al igual que una antorcha en medio de la oscuridad.
Pronto
llegué a las grandes puertas de la ciudad, pasándolas sin ningún
tipo de percance en el recorrido. Al parecer no había llegado hasta
aquí aún la noticia de mi fuga. Gracias a Dios. Suspiré aliviada
ante ese conocimiento.
Empecé
a hacer el recorrido que hice en mi primer viaje, aunque a la inversa
y, en vez de ir acompañada por fieles y queridos amigos, con mi
sombra como única compañero de travesía. Mi respiración se estaba
haciendo pesada, me estaba cansando por llevar ese ritmo
desenfrenado, pero no aminoré la marcha. Ni mucho menos. No
importaba que al día siguiente me despertase con agujetas, con tal
de que me despertase en mi cama, en mi mundo. No me importaba el
precio que debía pagar para lograr dicho fin.
Si
me hubiese fijado en algo más que en mi intento de fuga, si hubiese
observado a mi alrededor, estar más atenta de lo que me rodeaba, me
habría percatado que no había ninguna criatura del Labyrinth. Ni en
el vertedero, ni en el bosque… Seguramente me habría alarmado,
pero como ya dije mi mente solo estaba concentrado en una cosa. En
huir de él. Determinada en conseguirlo.
Estaba
corriendo por fin por el laberinto de setos, cuando sentí que no
había tierra a mis pies. Ni tierra, ni piedras, ni hierba. Solo la
nada. Y caí y caí hacia la oscuridad, pues en esta nada ni siquiera
había unas manos amigas que pudieran ayudarme.
Grité.
Oh, como grité. Como si mi vida me fuera en ello, que es lo que
realmente estaba pasando. Me encontraba precipitándome hacia lo que
yo sabía era una muerte segura, pues, no creía que me hubiesen
crecido alas en la espalda ni desarrollado el poder de volar desde la
última vez que lo comprobé. Por lo que, estaba justificado el
alarido de puro terror que escapó de mi boca mientras mis
extremidades se movían inútilmente en el aire, intentando asirse a
cualquier cosa y fracasando en ello. No había nada con el que parar
el descenso, ni raíz, saliente o piedra al que aferrarme. Solo la
absoluta y oscura nada.
Sentí
el tirón de la gravedad, reclamándome hacia mi inevitable futuro.
Quien tuviese unas manos amigas en aquellos momentos para parar la
caída, como la última vez que me encontré en una situación
similar. Desgraciadamente, ni siquiera ellos se encontraban en ese
vacío. Empecé a hacer lo último que le quedaba por hacer: rezar.
Rezar para que alguien me ayudase, para que alguien me salvase de
convertirme en papilla contra el suelo si es que ese vacío alguna
vez tenía algún fin. Nunca había sido muy devota a diferencia de
mis padres. No creía que hubiera un ente superior que decidiese
sobre nuestro sino y miraba impasiblemente como se cumplían sus
dictados. Aún así mandé una oración para que, si realmente
existía, se compadeciese de mí. Juré que haría las cosas mejor,
que creería en él, que sería mejor persona, que no comería
chocolate si era preciso si, en su misericordia, era capaz de
mandarme ayuda. Debía escucharme, si existía realmente, debía
escucharme. ¿Este no podía ser mi fin, verdad?
geniaaal!!!! :D ya esperaba el capitulo jaja haber como le va a Sarah xD
ResponderEliminarSaldos desde México :3