Traductor

Páginas

viernes, 10 de julio de 2015

Capítulo 9: Tengo que huir

N/A: Hola de nuevo. ¿Os ha recordado cierto primer encuentro el capitulo anterior entre una niña y un rey? ¿Vosotros también habéis sentido ese deja vú mientras leíais el capítulo anterior? Jejeje Como supondréis Sarah no dejará que la cosa termine en un "qué lástima". Ella no es de las que se rinden tan fácilmente. Algo se le ocurrirá, pero tendréis que seguir leyendo para saber que hará al respecto. Así como para ver cómo reacciona nuestro querido rey.

Como siempre, dedico este capítulo a Alexia y a los dos Anonimos. Os lo merecéis por vuestros comentarios que me ha sacado una sonrisa. 

Deseo que este nuevo capítulo llegue a gustaros y que me podáis mandar algún que otro comentario con vuestras opiniones y críticas constructivas. ¡Los estaré esperando con ansias!

Aclaración: Los personajes de esta historia no son mías, sino de la película Labyrinth, aparte de Irina, Matt y su ahora ex novia. Es una pena que Jareth no sea mío, qué sino… no estoy muy segura de que hubiera dicho las palabras adecuadas al final de la historia, como lo hizo Sarah. Es que, teniendo a semejante villano ofreciéndome todo lo que le ofrece a su cosa preciosa…

Y que conste, no lo hago con fines lucrativos, simplemente por el placer de emprender un bonito camino junto a los personajes de esta magnífica película que tanto marco mi infancia (sigo teniendo las canciones en mi móvil).


Capitulo 9: Tengo que huir

- ¡TE ODIO!

Cogí una silla blanca, como no, todo en esa dichosa habitación era de ese color, y lo lancé contra el espejo del tocador, ocasionando que una lluvia de cristal saliese despedida hacia el suelo. Por un momento tuve una sensación de deja vu, recordando la última vez que rompí un cristal con una silla, pero lo hice a un lado. No estaba para recordar el pasado, sino para escapar de un oscuro futuro que se alzaba ante mí, amenazante y aterrador.

Mientras contemplaba los pedazos puntiagudos, que se habían desperdigado por el suelo entapizado sin ningún patrón fijo, pensé: "Siete años de mala suerte". Un bufido salió de mis labios. Como si mi situación pudiese empeorar más. Como si las cosas no estuviesen lo suficientemente mal de por sí.

Me habían arrancado cruelmente de mi vida y llevada al castillo más allá de la ciudad de los goblins en contra de mi voluntad, porque lo dicho mientras estas borracha no cuenta realmente como una invitación para ser secuestrada. A menos que fueras un lunático rey que siente una inmensa dicha haciéndome a mí el ser más desdichado del mundo. Mi suerte no podía ser peor.

- ¡TE DESPRECIO, REYEZUELO DEL TRES AL CUARTO!

No sé cuánto tiempo estuve maldiciendo su nombre a voz en grito o destrozando con mis propias manos cualquier cosa que estuviese al alcance de mi mano, imaginando que era él aquello que destrozaba. Estaba segura de que todo el castillo podía oír mi gran destrucción y mis gritos furibundos. No me importaba. Si debía estar en esta jaula de oro para siempre, lo mínimo sería poder desahogarme cómo, cuándo y con lo que quiera. Al fin y al cabo, era mi habitación, según lo que había dicho él, y podía hacer lo que quisiera con lo que había ahí dentro, hasta destruirlo hasta las cenizas.

Si cualquiera llegase en este momento y viese el lamentable estado en el que se encontraba el lugar pensaría que por ahí había pasado un huracán, el huracán Sarah.

Los ojos se me anegaron de lágrimas. Mi habitación. Esta no era mi habitación y nunca lo sería. La mía estaba lejos, muy lejos de aquí, en otro mundo, esperando a que volviera para que pudiera desordenar un poco más con mi caos ordenado. Los que sois un desastre entenderéis de lo que hablo. Para una persona ajena mi habitación podía parecer caótico, entre tantos apuntes, libros, fotos con amigos, recuerdos de viajes, ropas, CDs... pero sabía donde estaba cada cosa dentro de ese pequeño caos. Me dolía pensar que nunca más volvería a ver esas cuatro paredes que tantos recuerdos me traían a la memoria. Tanto buenos como malos, pero recuerdos al fin al cabo.

Parpadeé fuertemente para detener las lágrimas, que amenazaban con brotar y era consciente que, de dejarlos libre, no podía parar. Además, no le permitiría verme derrotada, vencida. No le daría ese placer a ese despreciable reyezuelo. Ni por asomo. El juego no había terminado, pese a lo que había afirmado él, y no lo haría mientras tuviese fuerzas para seguir adelante. Aún debía de haber alguna esperanza, aún había esperanza, y mientras lo hubiera no dejaría de luchar. Porque tenía opción. Podía aceptar este destino, el de una prisionera o podía luchar. Mi decisión estaba tan claro como el agua. Tenía que huir. Solo debía de encontrar una forma de escapar de esa elegante prisión y volver a casa. Cosa que haría. Si lo había vencido una vez, quien me decía a mí que no podría volver a hacerlo.

Y con esa determinación, empecé a analizar por primera vez realmente los alrededores, en busca de una salida. Debía de haber algo… Y ahí estaba, una pequeña pero elegantemente tallada puerta, justo en la otra parte de la habitación. La esperanza hinchó mi pecho. Sí. ¡Una puerta! Dirigí mis apresurados pasos hacia allí, acercándome más y más, pero, cuando apenas me separaban un par de metros, reducí la velocidad.

No podía ser tan fácil, debía de haber algún truco escondido allí. El Rey de los Goblins no podía dejarme al alcance de la mano una forma de huir de él. No cuando había trabajado tan arduamente para traerme aquí. Definitivamente aquí debía de haber gato encerrado. A menos que… Nada es lo que parece en este mundo, eso es lo que aprendí en mi primer viaje. Puede que el reyezuelo quisiese, que yo creyera, que él había hecho algo a la puerta para que no lo intentase abrir, cuando realmente no lo había hecho. Pero también podía ser que él creyese, que yo creería, que él se estaba echando un farol con la puerta, y que hubiese puesto algún extraño y malévolo hechizo. O puede... Dios, que dolor de cabeza. Todo era tan complicado en este mundo y más si tenía que ver con el Rey de los Goblins. ¿Le mataría ponerle un poco más fácil las cosas?

Y aquí estaba, no sabía qué hacer, si intentar abrir o no.

El gato de Schrödinger. ¡Eso es! No sabría si el gato estaba vivo o muerto hasta que abriese la caja. Mientras no abriese la caja el gato estaría vivo y muerto. De la misma forma, no sabría si esa puerta me conduciría a una muerte segura, una salida o las dos cosas hasta que lo intentase abrir.

La decisión estaba tomada entonces. Iba a intentar a abrir la puerta.

Di los pocos pasos que aún me separaban de aquella puerta con apariencia inocente, coloqué la mano en el pomo de plata y… Nada. No pasó absolutamente nada. Ni descargas eléctricas, ni trampillas que se abren, ni nada. Solté un suspiro, relajándome, y empujé. Nada. No se movió ni un ápice. No importaba hacia donde tirase, si hacia fuera o hacia dentro, hacia arriba o hacia abajo, hacia la derecha o hacia la izquierda. La puerta no se abría. Intenté imprimir más fuerza a mis extremidades, pensando que podría ser cuestión de músculos, pero tampoco. Esto era muy frustrante. Puede que no tuviese ningún hechizo letal, pero el maldito debió de hacerle algo para que nada pudiese abrir esa maldita puerta. Por muchos puñetazos y patadas lanzase, por muchos objetos utilizase para hacer palanca o destruirlo, nada lograba mover ni rasguñar aquella salida.

¡No era justo! Él tenía toda esa magia que lo respaldaba y que podía utilizar contra mí, mientras que yo no tenía nada más que mi cabeza. Un desequilibrio increíble de poder.

Maldito fuera…

No, no me rendiría. Puede que lo de la puerta hubiese fracasado, pero debía de existir otra forma de escapar de aquel lugar. Con lo confiado y orgulloso que era, no me extrañaría descubrir que había pasado por alto alguna que otra cosa. ¿Pero cuál?

Mis ojos volvieron a escanear la habitación de arriaba abajo y… ¡bingo! Ahí estaba mi billete hacia casa. La ventana. La única ventana de toda la habitación, la misma que momentos antes había estado apoyado el Rey de los Goblins. Me acerqué y miré por él para poder calcular a cuanta distancia del suelo me encontraba.

- Wow.

A este hombre le gustaba hacer todo a lo grande. No me cabía ningún atisbo de duda sobre ello. Y es que, me encontraba en lo alto de una torre muy elevada, tan alto en el cielo que casi asustaba mirar hacia abajo. Casi. No me acobardo la visión que se encontraba ante mí, como le hubiese ocurrido a cualquier otro, en especial a alguien que padeciese vértigo. Puede que no fuese Rapunzel y que no tuviese su largo cabello para descender por la ventana hacia el suelo, pero tenía mi ingenio. Una cualidad que se había demostrado con anterioridad que podría llegar a ser mucho más útil que el pelo excesivamente largo. Mi mente empezó a barajar las posibilidades y a pensar en lo que pudiese emplear. Podía hacer una especie de cuerda, atar a una de las patas de la cama y escapar. Tal y como lo hacían en numerosas películas. Tenía las mantas de seda blanca de la cama, pero con eso solo no sería suficiente para hacer una cuerda. Estaba demasiado lejos de la tierra como para que un par de mantas le sirviesen para sus propósitos. Necesitaba algo más.

- Piensa, Sarah, piensa – murmuraba para mí misma, mientras masajeaba mis sienes para ayudarme a buscar una solución. Como si así pudiese encender los procesos neurológicos pertinentes que dieran con una brillante idea que salvasen ese día de mierda, solo con frotar la cabeza con los dedos.

Mientras estaba dándole vueltas a esa posible solución, algo de lo que me dijo antes de marcharse filtró en mi mente, y casi pude ver como se me encendía una bombilla en lo alto de la cabeza, cual dibujo animado. La esperanza empezó a arder en mi corazón con un nuevo fervor.

- ¡Sí, eso es! – una sonrisa que dividía mi cara en dos apareció en mis labios – Vuelves a subestimarme, Rey Goblin.

Con esa deslumbrante sonrisa dibujada en mi cara, fijé mi mirada en mi salvación. Según él, había hecho confeccionar para mí vestidos que, conociéndolo y escuchándolo, debían ser más de los que nunca podría llevar. Seguramente, suficientes como para crear una inmensa cuerda que me llevase hacia mi bien merecida libertad, lejos de aquel lunático.

Cuando abrí las puertas de un armario no muy grande, de mi altura aproximadamente, la capacidad que tenía. Dentro podría haber entrado perfectamente todo el piso que compartía con Irina. Era como si las puertas del armario se abriesen a otra dimensión, como en Narnia, pero en vez de llevarte al reino de la Reina de Hielo, te llevase al reino de la ropa confeccionada a mano. Me sorprendí a mí misma al ver cientos de vestidos alineados por colores, estilos y los materiales empleado para su confección. Nunca había visto tanta hermosa ropa junta en un mismo lugar. Habían más de los que había esperado encontrar en un armario de semejantes proporciones, pero, otra vez, nada es lo que parece aquí.

Aún así, por muy bellas que fueran esas vestimentas, no lo dudé. Saqué de sus colgadores tantos como podía, mientras mi asombro por semejante descubrimiento daba lugar a una alegría apenas contenida ante la inminente victoria. Hasta me permití el lujo de tararear una de las canciones de David Bowie, mi cantante preferido, mientras despedazaba aquellas hermosas creaciones y los empezaba a utilizar para crear la cuerda que me sacaría de allí con mis ansiosas manos.

Cogí un pintalabios del destrozado tocador (el mismo que había dejado en ese lamentable estado por golpearlo con la silla) cuando vi que el trabajo estaba finalizado y, sin parar de sonreír en ningún momento, escribí con mi mejor caligrafía:

"Sarah uno, Rey Goblin cero".
oOoOoOoOoOoOoOo
oOoOoOoOo

Me senté cansadamente en mi trono.

Mi magia no era tan poderosa como antaño lo fue y el haberme teletransportado tres veces en un mismo día me había dejado exhausto. Lejos quedaban los días en los que mi poder no conocía límite alguno. Ahora en cambio, a nada que hiciese alarde alarde hasta del más simple truco de mágica, mis fuerzas eran rápidamente mermadas. Como era el caso en aquellos momentos. Pero había merecido la pena. Sarah estaba aquí, en mi castillo, y aquí se quedaría por siempre. Por primera vez yo había sido el ganador y, como lo había supuesto, la victoria sabía muy bien en el paladar. Mi pueblo podía estar tranquilo, nuestra salvación estaba cerca. Solo había que esperar a que Sarah se rindiese a mí y mis indudables encantos, y entonces todo volvería a como era antes. No, nada sería como antes. Todo sería mejor aún, mucho mejor que antes.

"Nunca se rendirá". Las palabras dichas por aquel entusiasta goblin cuando Sarah se adentró por primera vez en mi Labyrinth resonaron en mi mente sin previo aviso ni permiso, pero lo desestimé.

Ja. Me reí para mí mismo pese al cansancio. Pronto se daría por vencida cuando viese que no hay escapatoria posible para ella. Me había asegurado de ello. La puerta era especial, sin las palabras adecuadas, las cuales solo yo sabía, no podrían ser abiertos nunca, ni por un ariete. Y aunque, si por algún guiño del destino conseguía adivinar las palabras mágicas, cosa que dudaba, había un pequeño destacamento de soldados goblins apostados al otro lado de la puerta, con las estrictas órdenes de no dejarla salir bajo ningún concepto, a menos que quisieran terminar dando una pequeña zambullida en el Pantano del Eterno Hedor. En cuanto a la ventana, estaba demasiado lejos del suelo como para escapar de él.

Todas las salidas estaban cubiertas. Sarah estaba atrapada.

Pero si era así, porque de repente empezaba a tener un terrible presentimiento. No podía ser, no era posible que escapase, pero…

Me levanté de mi trono, como impulsado por unos muelles, y dando grandes zancadas, empecé a dirigirme hacia la habitación de la bella, pero terca, Sarah. Una vez ante la puerta hechizada formulé las palabras secretas.

- Ábrete Sésamo – y la puerta se abrió. Me gustaba lo clásico, que se le iba a hacer.

La sonrisa que se me había creado al pensar en mi ingenio al ocurrírseme esa clave para la puerta, se borró instantáneamente cuando mis ojos vieron lo que tenía ante mí.

- ¡Maldición!

Lo había hecho. Había cumplido su palabra. Se había escapado de mí, tal como había dicho que haría, contra todo pronóstico. Dejando tras de sí como único testigo de su fuga, la cuerda que había construido, con las mantas y vestidos que le había regalado con toda la generosidad del mundo, y que llegaba hasta mi jardín privado. Nunca imagine que los vestidos pudiesen tener esa utilidad.

Una vez más, había menospreciado a aquella joven. Pero no teniendo suficiente con ello, con lograr escapar de mis garras, había tenido que burlarse de mí. Debía regodearse en su pequeña e insignificante victoria. No había más que leer lo que estaba escrito en el tocador. Por fortuna, ninguno de mis goblins sabía el arte de leer ni escribir. Nadie salvo yo sabría nunca de aquella vil burla.

Estaba enfadado, sí. Condenadamente enfadado. Mi mente no paraba de pensar en imaginativas formas de hacerla escarmentar de una vez por todas cuando la atrapase. Porque lo haría. La pregunta, la verdadera pregunta, era, ¿la conseguiría atrapar antes o después de que descubriese la razón por la que la había traído nuevamente a mis dominios?

Maldita sea. No tenía mucho tiempo. Si quería evitar que supiese la verdad antes de tiempo debía andarme deprisa. En otros tiempos, cuando aún estaba en la plenitud de mis poderes, hubiese invocado un cristal para que me mostrase su paradero o me habría trasladado mágicamente a donde se encontraba, pero en mi situación actual esa no era una opción viable. Tan mermado como estaba mi magia tras haberlo gastado tanto de ello hoy para traerla aquí.

Tendría que emplear otros métodos más mundanos, por muy tedioso que fuese.

- Apestosos inútiles, traed mi caballo – espeté a mis súbditos mientras salía corriendo de la habitación, rezando para que no fuera demasiado tarde.

oOoOoOoOoOoOoOo
oOoOoOoOo

Corrí y seguí corriendo, como alma que lleva el diablo, sin fijarme en lo que me rodeaba hasta que llegué a la ciudad de los goblins. Estaba abarrotada. Por sus calles y callejuelas podías atisbar tanto a los goblins de ciudad como los que normalmente moraban en el Labyrinth. Puede que, en otro momento, me hubiese extrañado eso o que me hiciese pensar el por qué tantos de aquellos singulares seres se encontraban amontonados allí. Lo normal era que cada uno se limitase a vivir en el mismo lugar siempre. Cada uno habitando su propio lugar en el Labyrinth, sin moverse de allí. Ahora no era así según parecía, pues desde pequeñas hadas que pululaban por los extremos del Labyrinth hasta los moradores de los bosques encantados, se encontraban en la ciudad goblin. Aunque hubiese sido interesante desvelar el por qué, de descifrar ese misterio, no tenía tiempo para pensar en esas pequeñeces. Mi libertad estaba en juego aquí.

No me cabía la menor duda de que su rey, porque el mío no era aunque él dijese lo contrario, ya se habría percatado de mi pequeña fuga. Para este entonces ya debería de haber empezado a unir a sus tropas con el fin de venir en busca la prófuga. Y, si no me daba prisa en salir de aquí, en llegar al principio del Labyrinth, me volvería a atrapar para encerrarme en algún oscuro y húmedo olvidadero lo que me durase de existencia.

Con todo el sigilo del que era capaz y con la cabeza baja, fui caminando por estrechas callejuelas, escondiéndome en las sombras de algún edificio cuando veía a alguien. Me sentía como uno de esos ninjas que aparecen en las películas. Aunque ahí lo hacían parecer todo extrañamente sencillo. En la vida real, aún estando en un mundo donde ninguna ley lógica regía, no era una labor fácil pasar desapercibida. Mis pies siempre encontraban alguna basura o piedra en mi camino, cuando no era algún goblin que caminaba por las calles dando un paseo agradable. Eso me obligaba a parar cada dos por tres y esconderme tras las pilas de basura y barriles hasta que pasaban. Lo que estaba haciendo que ralentizase un tanto mi marcha. Aún así, me gustaba pensar que estaba haciendo condenadamente bien mi trabajo. Más aún teniendo en cuenta que, al ser una humana, debo de destacar entre esos seres al igual que una antorcha en medio de la oscuridad.

Pronto llegué a las grandes puertas de la ciudad, pasándolas sin ningún tipo de percance en el recorrido. Al parecer no había llegado hasta aquí aún la noticia de mi fuga. Gracias a Dios. Suspiré aliviada ante ese conocimiento.

Empecé a hacer el recorrido que hice en mi primer viaje, aunque a la inversa y, en vez de ir acompañada por fieles y queridos amigos, con mi sombra como única compañero de travesía. Mi respiración se estaba haciendo pesada, me estaba cansando por llevar ese ritmo desenfrenado, pero no aminoré la marcha. Ni mucho menos. No importaba que al día siguiente me despertase con agujetas, con tal de que me despertase en mi cama, en mi mundo. No me importaba el precio que debía pagar para lograr dicho fin.

Si me hubiese fijado en algo más que en mi intento de fuga, si hubiese observado a mi alrededor, estar más atenta de lo que me rodeaba, me habría percatado que no había ninguna criatura del Labyrinth. Ni en el vertedero, ni en el bosque… Seguramente me habría alarmado, pero como ya dije mi mente solo estaba concentrado en una cosa. En huir de él. Determinada en conseguirlo.

Estaba corriendo por fin por el laberinto de setos, cuando sentí que no había tierra a mis pies. Ni tierra, ni piedras, ni hierba. Solo la nada. Y caí y caí hacia la oscuridad, pues en esta nada ni siquiera había unas manos amigas que pudieran ayudarme.

Grité. Oh, como grité. Como si mi vida me fuera en ello, que es lo que realmente estaba pasando. Me encontraba precipitándome hacia lo que yo sabía era una muerte segura, pues, no creía que me hubiesen crecido alas en la espalda ni desarrollado el poder de volar desde la última vez que lo comprobé. Por lo que, estaba justificado el alarido de puro terror que escapó de mi boca mientras mis extremidades se movían inútilmente en el aire, intentando asirse a cualquier cosa y fracasando en ello. No había nada con el que parar el descenso, ni raíz, saliente o piedra al que aferrarme. Solo la absoluta y oscura nada.

Sentí el tirón de la gravedad, reclamándome hacia mi inevitable futuro. Quien tuviese unas manos amigas en aquellos momentos para parar la caída, como la última vez que me encontré en una situación similar. Desgraciadamente, ni siquiera ellos se encontraban en ese vacío. Empecé a hacer lo último que le quedaba por hacer: rezar. Rezar para que alguien me ayudase, para que alguien me salvase de convertirme en papilla contra el suelo si es que ese vacío alguna vez tenía algún fin. Nunca había sido muy devota a diferencia de mis padres. No creía que hubiera un ente superior que decidiese sobre nuestro sino y miraba impasiblemente como se cumplían sus dictados. Aún así mandé una oración para que, si realmente existía, se compadeciese de mí. Juré que haría las cosas mejor, que creería en él, que sería mejor persona, que no comería chocolate si era preciso si, en su misericordia, era capaz de mandarme ayuda. Debía escucharme, si existía realmente, debía escucharme. ¿Este no podía ser mi fin, verdad?

1 comentario:

  1. geniaaal!!!! :D ya esperaba el capitulo jaja haber como le va a Sarah xD
    Saldos desde México :3

    ResponderEliminar