N/A:
Lo
sé, lo sé. Ahora mismo me tenéis que estar odiando por como os
dejé en el capítulo anterior. Pero que os voy a decir, no soy mala,
soy maléfica, como nuestro Jareth. He aprendido del mejor maestro posible.
Aunque hasta que empecé a escribir
el anterior capitulo no lo hubiese descubierto. No sabía que dentro de mí existiese esa vena sádica. Y pensar que siempre
he maldecido cuando, mientras estoy leyendo una novela o fanfiction o veo una de mis series, me dejan con las ganas de más al final o terminan de una forma que me hace gritar "¡WTF!". Como cuando dejan al protagonista al borde de la muerte y te dejan con la incertidumbre de si va a sobrevivir o no, y cómo. Y mira por donde, voy yo y hago lo mismo que tantas veces he maldecido. Qué gran y graciosa ironía, qué vueltas da la vida.
Pero
no quiero demorarme más que la pobre Sarah está ahí esperando en
el abismo a que le rescate un caballero de brillante armadura jejeje
Ya veremos qué le pasa.
Deseo
que este nuevo capítulo llegue a gustaros tanto como los anteriores
y que me podáis mandar algún que otro comentario con vuestras
opiniones y críticas constructivas. Hasta los de ahora me encantan y
me animan, de modo que… ¡estaré esperando por más!
Aclaración:
Los
personajes de esta historia no son mías, sino de la película
Labyrinth, aparte de Irina, Matt y su ahora ex novia. Es una pena que
Jareth no sea mío, qué sino… no estoy muy segura de que hubiera
dicho las palabras adecuadas al final de la historia, como lo hizo
Sarah (seguramente si porque quiero mucho a mi hermanito, aunque lo
hubiese dicho con mucho dolor por perder a nuestro querido monarca).
Es que, teniendo a semejante villano ofreciéndome todo lo que le
ofrece a su cosa preciosa…
Y
una , no lo hago con fines lucrativos, simplemente por el placer de
emprender un bonito camino junto a los personajes de esta magnífica
película que tanto marco mi infancia (sigo teniendo las canciones en
mi móvil, me encanta oír cantar a Jareth XD).
Capítulo
10: Caballero De Brillante Armadura
"Que
alguien me salve, que alguien me saque de esta muerte segura".
Era lo único que atinaba a pensar mientras caía gritando como una
posesa, sin encontrar ningún asidero al alcance de mi mano. Un grito
desgarrador tras otro salían de mis labios. El Grito de Monet
sentiría envidia de la intensidad de ese sentimiento de terror que
transmitía. A una soprano le desgarrarían los celos por los
registros agudos de los que estaba haciendo alarde en esos momentos
tan aciagos.
Iba
a morir. Oh Dios, iba a morir en aquel mundo, tan lejos de mi hogar y
seres queridos. Aún así, lo peor no era eso. Lo peor era que nunca
nadie sabría lo que había sido de mí. Me encaminaba hacia mi fin y
nadie sabría si estaba viva. Tendrían que vivir con la
incertidumbre de no saber lo que me pasó realmente, si los había
abandonado, había sido secuestrada o me encontraba muerta en la
cuneta.
Si
debía sacar algo positivo de esa situación, mi psicólogo me solía
insistir en mirar el lado bueno de las cosas, era que me servía para
desmentir leyendas urbanas. Suelen decir que cuando estas tan cerca
de la muerte ves tu vida pasar ante tus ojos. Pues era mentira
cochina. Cuando solía oír esa afirmación, me acuerdo que pensaba
que debía de ser algo así como un cortometraje o una presentación
de power-point con grandes efectos que pasaba a gran velocidad por lo
menos. La cruda realidad, en cambio, es que no ves nada, salvo la
cercanía de tu fin. Un fin que veía acercarse más a cada segundo
que pasaba pensando en esas cosas.
En
un momento me estaba cayendo hacia la absoluta oscuridad, pensando
que moriría aplastada contra el suelo, al igual que un mosquito que
se estampa contra el parabrisas de un coche en movimiento, y al
siguiente alguien, Dios lo bendiga, me había agarrado de la mano.
Una mano me sostenía, impidiéndome acudir a mi cita con la muerte.
Estaba
salvada. Alguien me había salvado. Gracias a Dios, no iba a morir.
Alivio.
Estaba más que aliviada cuando vi que no seguía descendiendo hacia
lo desconocido. Todo el miedo, que momentos antes embargaba mi pobre
corazón a punto de sufrir un infarto de un momento a otro, empezó a
disolverse poco a poco bajo la certeza de que mi existencia no sería
arrancada por la parca aquel día. Estaba ilesa, estaba viva. Nunca
había estado más feliz de escuchar los latidos de mi frenético
corazón o la respiración entrecortada de mis pulmones. Eran dos
cosas que, momento antes, había dado por hecho que nunca volvería a
escuchar y me alegré de haberme equivocado.
Sentí
como esa mano fuerte, que me agarraba de la muñeca salvándome la
vida que tanto apreciaba, se tensaba para hacer fuerza y sacarme de
aquel infierno. Y poco a poco fui subiendo hacia la libertad. En mis
labios empezaron a acumularse palabras de pura gratitud que solo
estaban esperando a ver a mi caballero de brillante armadura, que
había venido a socorrerme cuando más lo necesitaba, para salir de
mis labios y agradecerle sinceramente el haberme rescatado de lo que
habría sido mi pase al otro barrio. Iba a abrazarlo, a decirle que
era mi salvador, pero las palabras murieron en mis labios cuando
aquella mano me devolvió a la tierra y pude ver por primera vez a
quien pertenecía aquella mano protectora.
-
¡Tú!
Era
él. El temible Rey de los Goblins, ni más ni menos. Mi raptor, la
persona que me había arrancado de mi ordinaria pero tranquila vida,
me había rescatado. Maldita sea. Me reprendí a mí misma. ¿Cómo
no pude adivinar que era él nada más sentir aquel tacto? Sus manos
eran suaves y firmes, masculinos incluso, como los de una persona
normal, en vez de escamosas, rugosas o peludas como los de cualquier
habitante de aquel peculiar mundo. No es como si en el Labyrinth
hubiesen más manos de tacto humano, que yo supiera al menos. Solo
los de aquel despreciable hombre. De haber sabido que le pertenecían
a él me habría soltado nada más sentir su mero roce. La
perspectiva de una caída era preferible al hecho de vivir encerrada
por siempre y para siempre en uno de sus olvidaderos en completa
soledad hasta mi último aliento o en una jaula de oro y deber
aguantar su compañía por lo que me quedaba de existencia. Estaba
segura que uno de esos terribles destinos se encontraba ante mí,
pues no me cabía duda de que había venido a devolverme a mi
cautiverio.
Si
os digo la verdad, por un microsegundo se me pasó por la cabeza
saltar a la nada, de terminar el trabajo que había dejado a medias
cuando me salvó, pero no lo hice por ese maldito instinto de
auto-conservación que todo ser vivo posee en su interior. Ese
instinto era el que me insistía en no precipitarme a mi muerte, ya
que mientras haya vida hay esperanza.
Sus
ojos brillaban con humor mientras me miraba.
-
¿Así es como me agradeces a la persona que te ha salvado otra vez
la vida, mi querida Sarah? ¿Qué hay de un "gracias" o un
beso de agradecimiento como mínimo?
-
Vete a la mierda – le solté.
-
Esa boquita… – me reprendió con una dura mirada – Las damas no
deberíais hablar de esa forma y menos a su rey.
-
Yo no soy una dama, ni tú súbdita, ni siquiera tu hija para que me
regañes. Por lo que voy a decir lo que yo quiera, cuando quiera y a
quien quiera. Y tú no me lo vas a impedir.
Muchos
pensareis, "¡Que dura! Pero si te acaba de salvar el pellejo".
Es posible que fuera cierto, pero eso no quita que me haya raptado en
primera instancia. De no haberlo hecho, yo seguiría en mi piso,
estudiando para algún parcial que se avecinaba o haciendo algún
trabajo cuyo plazo se me venía encima, en vez de estar cayéndome
por agujeros en donde me espera la muerte con las manos abiertas. Así
que sí, todo aquello, toda aquella horrible situación, bajo mi
humilde opinión, era completamente culpa suya. Y tenía todo el
derecho del mundo, de este y de cualquier otro, de estar
endemoniadamente resentida con él si me placía.
Le
di la espalda enfadada, no queriéndolo ver ni en pintura. Si por mí
fuese, borraría de mis recuerdos su sola existencia con una enorme
goma de borrar mental, hasta no dejar ni un rastro de su presencia.
Desde
que había despertado en su castillo, he llegado a desear incontables
veces que mis psicólogos y mi familia tuviese razón y que este
mundo no fuese real, que fuese fruto de mi imaginación. Yo vivía
medianamente bien mi vida creyendo eso, pero debía venir él y
desmoronar mi vida, volviendo mi mundo del revés nuevamente.
Lo
odiaba, lo despreciaba, lo…
¿Pero
qué demonios?
Por
primera vez desde que salí del castillo más allá de la ciudad de
los goblins, me percaté de los alrededores, de lo que me rodeaba. Lo
que vi me quitó el habla. Ante mi se desplegaba un inmenso abismo de
nada en donde antaño hubo el laberinto de setos, el de piedra y
demás. Era como si hubiesen desaparecido por arte de magia, dejando
tras de sí un inmenso abismo, un abismo por el que casi caí en mi
ceguera. Pero la pregunta era, ¿cómo demonios había pasado eso? No
había estado así la última vez que pasé por aquellos lares, de
eso no me cabía ninguna duda. ¿No sería que…?
-
¿Qué has hecho? – le solté de sopetón, volviendo hacia él
frunciendo el ceño con suspicacia.
-
¿Qué qué he hecho? – parecía sorprendido por mi inesperado
arrebato.
-
Ya sabes de lo que hablo. El Labyrinth. ¿Qué le has hecho? –
extendí mis manos para abarcar todo aquel desolado paisaje. Pensar
que, hace no mucho, ese era un lugar tan vivo y alegre. Me partía el
corazón verlo en ese lamentable estado ahora. Tan muerto y triste
como estaba ahora, nadie podría decir que aquello una vez fue un
lugar que solía encontrarse rebosante de vida, alegría y travesuras
– Sé que es por tu culpa, que el causante eres tú. ¿Quién más
podría ser? ¿Quién más tiene el poder de hacerlo salvo tú con
tus bolas de cristal? Solo quiero saber el por qué. Quiero saber por
qué llegaste hasta el extremo de destruir tu Labyrinth. ¿Acaso lo
hiciste para que no pudiera escapar por segunda vez, para quitarme
hasta esa vía de escape? ¿Llegarían a tales extremos solo para
retenerme contra mi voluntad junto a tu persona? – no contestó, no
dijo nada. Sus ojos se volvieron fríos y distantes, glaciares
incluso, mientras me contemplaban impasible desde su lugar - ¡Di
algo, maldita sea!
-
No sabes nada. No sabes de lo que hablas…
Esperé
a que dijese algo más, a que se explicase a sí mismo y sus
aborrecibles acciones. Esperé y esperé, pero ninguna respuesta
salió de sus perfectos labios. Se limitó a estar ahí, de pie ante
mí, sin moverse ni un ápice, como una estatua viviente.
La
furia me invadió ante su impasibilidad.
-
Pues olvídate de la absurda idea de que me voy a rendir pese a este
contratiempo. Voy a seguir intentándolo, aunque la vida me vaya en
eso, y lo conseguiré. Metete en la cabeza que voy a esc…
No
pude terminar mi pequeña rabieta, algo me detuvo. Más que algo,
alguien. El maldito Rey de los Goblins.
Sin
previo aviso, y sin dejarme concluir mi pequeño monologo, me cogió
y me hecho al hombro. ¡Al hombro! ¿Os lo podéis creer? ¡Ni que
fuese un saco de patatas! ¿Cómo se atrevía?
Como
podréis imaginaros, no me quedé de brazos cruzado ante esa terrible
humillación gratuita. Cual niña en medio de una pataleta, empecé a
agitar mi cuerpo, a golpear su cuerpo con puños y pies,
retorciéndome para escapar de su férreo agarre. Utilicé cada truco
que tenía al alcance de mi mano para hacerlo soltarme. Le pellizque
con todas mis fuerzas, amenacé, me sacudí como si estuviese
padeciendo un ataque epiléptico para que me dejase, le ordené
bajarme con mi mejor tono autoritaria, supliqué apelando a su
compasión mientras lagrimas de cocodrilo escapaban de mis ojos... Le
lancé mi arsenal completo. Nada funcionó. Lo único que conseguí a
cambio de todo eso, fue que me agarrase más fuerte si cabe y que me
azotase el culo para que me tranquilizara.
Esto
era degradante y tenía que terminar. Si no era por otra cosa, por lo
menos por mi dignidad. Además, ¿cómo se atrevía a darme un
cachete en el trasero? Será descarado…
-
¡Bájame! ¡Esto es denigrante! ¡Que me bajes te digo, so burro!
¡¿Qué crees que haces, desgraciado?!
-
Llevarte al castillo – fue su escueta respuesta –. Y cuida de esa
boquita tuya, a menos que quieras que me ocupe yo de ti.
-
Ni lo sueñes, no me llevarás ahí otra vez. Me niego rotundamente -
chasqueo la lengua –. Y de mi boca saldrá lo que yo quiera, que te
quede claro, reyezuelo del tres al cuarto.
-
Sarah – dijo plantándome en el suelo ante él y mirándome con una
dura mirada mientras me sujetaba por los hombros, impidiéndome
apartarme de él –, esto lo podemos hacer por las buenas o por las
malas. Puedes venir tranquilamente y dejar que te vuelva a llevar a
tu habitación, donde podrás por fin desayunar en condiciones, o
puedes luchar contra mí todo lo que quieras y terminar en un
olvidadero hasta que comprendas tu situación. El resultado es el
mismo, terminarás en mi castillo. En tus manos está decidir en qué
condiciones.
Me
quedé callada. No era justo, pero sabía en mi interior que era
cierto. No podía vencerlo en esos momentos. No con el poder que
poseía y con la única salida que conocía cortada. Él, en cambio,
era poderoso, fuerte y obstinadamente decidido a mantenerme allí en
contra de mi voluntad. Si quería algo, no se detendría ante nada
hasta lograrlo. Y en estos momentos, lo que su corazón más ansiaba,
por encima de todo, era llevarme a su loco castillo. Lo podía ver en
su mirada bicolor. No le importaba cómo se llevara eso a cabo,
mientras se llevara a cabo.
No
dudaba de su palabra, sabía que cumpliría con todo lo prometido. Él
no solía mentir por regla general, como bien me había dicho con
anterioridad. Puede que omitiese la verdad, pero jamás mentía. Por
eso no tuve ninguna duda de que me encerraría en el olvidadero si no
cooperaba con él por el momento. El pensamiento de aquel oscuro y
húmedo lugar, en la que mi única compañía fuese el cadáver de
otro triste desgraciado que había visto el fin de sus días en esa
celda subterranea, me hizo estremecer de miedo y repulsión. No
quería volver allí, ni loca volvería allí. Si la última vez
logré salir ilesa de un olvidadero, fue por la ayuda de mi querido
amigo Hoggle. Sin su inestimable apoyo, dudaba que lograse encontrar
la forma de escapar nuevamente de aquella terrible celda.
Bajé
la mirada al suelo. No me quedaba plegarme a su voluntad... por
ahora.
-
Está bien – murmuré entre dientes.
-
¿Cómo has dicho, cosa preciosa? – su humor había vuelto, mi
resignación le estaba haciendo gracia al parecer. Sería malnacido…
-
Ya me has oído. Que sí, que iré contigo por las buenas. ¿Estás
contento?
-
Mucho – me dedicó una pequeña reverencia, señalándome el camino
que había seguido para venir aquí y donde nos estaba esperaba un
majestuoso caballo negro con brillantes crines de color azabache –
Las damas primero…
- Y
los maricones después – lo dije en una voz muy baja, pasando de
largo el oscuro corcel, para que no lo oyera.
Era
una frase que solía soltar siempre Irina cuando algún chico
empezaba a hacerse el caballeroso y le abría la puerta con esas
mismas palabras, cosa que la hacía sentir como una inútil damisela.
Algo que le sacaba de quicio, pues ella se consideraba de todo menos
inútil. Dicho sea de paso, mi amiga no era lo que se dice una
persona dada al romanticismo. Como lo habréis podido deducir. No
creía en príncipes azules que salvan a sus princesas en sus
corceles blanco. Se podría decir que no era de las que le gustan eso
de los inmensos ramos de flores y cajas de bombones con forma de
corazón. Era una joven moderna, un poco alocada, cuya única lema
era Carpe Diem, vive el día. Una mujer cuya vida y felicidad no
dependía, ni nunca pensaba depender, de los hombres.
Ay,
la echaba de menos y eso que aún no había pasado ni un día desde
que me arrancaron de su lado. ¿Qué pasaría cuando fuesen semanas,
meses, incluso años? Estaba segura que la añoraría locamente, de
igual forma que ella haría. Quería que estuviese aquí a mi lado.
De seguro que, para este entonces, ya habríamos unido fuerzas para
reducir a este engreído rey y sacado a palos la forma de salir de
aquí. Si tan solo estuviese a mi lado… pero no lo estaba. Me
encontraba sola en campo enemigo y sin ninguna idea de como huir de
aquella situación.
Vi
como arqueaba la ceja. Debió de oír lo que dije. Qué más daba,
que lo escuchase, eso le daría una idea de lo que sentía por él y
por esta nada deseada situación, en el caso de que mis palabras
anteriores no hubiesen sido lo suficientemente claras para su
cuadriculado mente.
Sin
dirigir ni una sola mirada en su dirección, empecé a caminar con la
cabeza bien alta. Yo seguía teniendo cierta dignidad, pese a que
parte de ello se hubiese desvanecido cuando me puso sobre sus
hombros. Puede que hubiese fracasado y perdido esta pequeña
escaramuza, pero la guerra aún no había terminado. Aún no pensaba
rendirme.
Deshicimos
nuestros pasos en un silencio incómodo, un silencio sobrecogedor.
Ninguno de los dos habló mientras llegábamos al castillo, aunque
pude sentir sus ojos sobre mí en todo momento. Me escoltó a mi
prisión de oro, porque me negaba a llamarlo mi habitación. Se
encontraba exactamente igual a como estaba en un principio, antes de
que empezase a destruir todo lo que encontrase a mi alrededor. Los
goblins habían tenido una mañana ajetreada según parecía para
reconstruir, pues, cuando escapé de allí, más que la habitación
de una dama parecía el escenario de un violento asesinato al que
únicamente le faltaban chorretones de sangre por las paredes y
suelo. Aunque no se habían limitado a reponer el mobiliario y a
recoger los escombros. Habían puesto un añadido reciente a aquella
estancia, a petición de su monarca, no me cabía ninguna duda. La
ventana, por la que me di a la fuga, lo recorrían barrotes de acero
inoxidable de apariencia indestructible. Ese pequeño adorno le
confería la apariencia de una prisión real. Lo que era. Ahora sí
que no me cabía ninguna duda de mi nuevo estatus en aquel lugar, el
de prisionera. Y si, en algún momento llegara a olvidar ese hecho,
solo tendría que echar un breve vistazo a la ventana para
recordármelo.
No
me sorprendí. Lo cierto es que lo esperaba, pero eso no disminuyó
mi confianza. Lo lograría. Puede que no por la ventana, pero
encontraría otra manera de hacerlo. Siempre lo hacía. Esta no sería
la excepción que confirmase la regla.
El
Rey de los Goblins me dejó sola después de avisarme que, en unos
minutos, llegaría mi desayuno. Dicho y hecho. Al de unos minutos,
cuando estaba tumbada en la cama leyendo Guerra y Paz, sentí como
entraba un goblin con una bandeja recubierta con una tapa metálica y
lo deja en la mesilla de noche. Mi estómago gruñó furiosamente
ante aquella imagen. Estaba realmente hambrienta. Eso de escapar
escalando por un castillo y el estar a punto de morir le abriría el
apetito a cualquiera. No me había percatado de ese hecho hasta que
vi aparecer esa comida frente a mi. De modo que, cuando siento que
vuelvo a estar sola levanto la tapa.
-
¿Qué demonios?
Y
ahí, en la bandeja, esta un bol lleno de duraznos, iguales al que me
hizo comer a traición la primera vez, junto con una carta
pulcramente escrita en tinta negra recién secada. Me dispuse a leer.
"Querida
Sarah,
Espero
que disfrutes del desayuno que he hecho preparar expresamente para
ti. Aún me acuerdo cómo te gustó la última vez esta encantadora
fruta. Pero descuida, no se encuentran hechizados ni envenenados. Por
lo que puedes comerlos con total tranquilidad.
Así
mismo, quisiera informarte mediante esta carta, que cenaras conmigo
esta noche en el comedor. Prepárate para la ocasión con alguna de
las ropas que aún quedan intactas en el vestidor.
Esperando
verte,
Tu
Rey, Jareth
P.D.:
Si intentas escapar o no haces lo que te he pedido tan amablemente
aquí, descubrirás realmente cuan cruel puedo llegar a ser. Algo que
no te conviene evitar. Tenlo presente a la hora de escoger tu
siguiente paso".
mira esto: http://kiarajareth.deviantart.com/art/The-Taming-of-the-Shrew-468567627
ResponderEliminarxD me quede enamorada de tu fic
eeyy vi este fic en la pág. de fanfition :D lo vas a continuar por aquí?
ResponderEliminarMe encanta como Jareth es tan dulce y amenazador (? Jaajjajajaajja
ResponderEliminar