N/A: Como
todos habías supuesto el "caballero de brillante armadura"
era Jareth, aunque caballero lo que se dice caballero no sea jeje.
¿Quién más podría haber sido? Pero, aunque Sarah por ahora ha
fracasado en su huida hemos descubierto algo importante. ¡Parte del
Labyrinth ha desaparecido! ¿Qué estará pasando? Según Sarah es
cosa de Jareth, siempre creyendo lo peor de él. A cada rato vamos
consiguiendo una pieza más del puzle que va explicándonos la
situación actual del Labyrinth. Veamos lo que nos lleva. Aunque por
ahora a donde nos lleva es a una cena entre nuestros dos queridos
protagonistas, a la que "tan buenamente" Jareth ha
"invitado" a Sarah. XD
Alexia
me ha encantado el dibujo del link. Me ha sorprendido, pues refleja
exactamente la forma que me había imaginado que habría sido la
escena. Algo verdaderamente cómico, en especial para nosotros y para
Jareth. No creo que Sarah comparta nuestra opinión al respecto,
siendo para ella un momento tan vergonzoso.
Por
último, solo me queda desearos que este nuevo capítulo llegue a
gustaros tanto como los anteriores y que me podáis mandar algún
comentario con vuestras opiniones y críticas constructivas. Hasta
los de ahora me encantan y me animan, de modo que… ¡estaré
esperando por más!
Aclaración: Los
personajes de esta historia no son mías, sino de la película
Labyrinth, aparte de Irina, Matt y su ahora ex novia. Es una pena que
Jareth no sea mío, qué sino… no estoy muy segura de que hubiera
dicho las palabras adecuadas al final de la historia, como lo hizo
Sarah. Es que, teniendo a semejante villano ofreciéndome todo lo que
le ofrece a su cosa preciosa…
Y
que conste, no lo hago con fines lucrativos, simplemente por el
placer de emprender un bonito camino junto a los personajes de esta
magnífica película que tanto marco mi infancia (sigo teniendo las
canciones en mi móvil).
Capítulo
11: Tierra Trágame
Volvía
a estar en aquella blanca prisión, aburrida y con la voz un poco
ronca de tanto gritar maldiciendo el nombre de ese prepotente rey.
Dios,
cuanto lo odiaba…
Había
pasado todo el día encerrada ahí, leyendo alguno de los libro que
aún seguían intactos después de mis innumerables arrebatos de
furia. Algo que empecé a hacer cuando mi voz ya no dio más de sí.
Y no, no había comido nada. Ni los duraznos que tan malvadamente me
había traído aquel goblin a petición de su rey, ni la comida que
habían puesto en la mesita al llegar al medio día. No pensaba
probar bocado. Aunque tuviese que morir de inanición. ¿Quién
comería algo viniendo de la persona que, la última vez que estuvo
en el Underground, le ofreció un fruto envenenado que lo hizo
olvidarse de todo y de todos? ¿Quién podía asegurarle que esos
platos, aunque con una apariencia más que apetecibles, no estuvieran
envenenados asimismo, pese a que él afirmase lo contrario en su
carta? Nadie. De modo que, mientras no tuviese la certeza absoluta,
no pensaba correr el riesgo de caer en su malvado juego. Además, no
es que tuviese tanta hambre tampoco.
Su
estómago gruñó con tanto ímpetu ante ese último pensamiento,
como si se encontrase mostrando su protesta y disconformidad. Algo
que la sobresaltó. Aquel sonido más se asemejaba a un león
famélico que a un estómago humano. Me llevé la mano a la tripa,
para apaciguar los sonidos involuntarios que salían de allí sin
mucho éxito.
Vale,
lo admito, era mentira cierto, realmente tenía mucha hambre. Tanta
que hubiese comido hasta un plato de verduras. Tanta que hubiese
comido hasta las pezuñas de un buey. Aún así, prefería morir de
hambre a comer cualquier cosa que él me ofreciese. No me fiaba de él
ni un pelo. Quien sabía lo que contenían o qué efectos podía
producir en mí. Por lo poco que sabía, podía volverme en uno de
sus goblins. Dios no lo quiera. Esa sería peor que cualquier
pesadilla que me hubiese acosado alguna vez, pues no podría volver
jamás con esa horrible apariencia a mi antigua vida. No sin que las
autoridades me atrapasen para hacer extraños experimentos con mi
persona. Algo que me gustaría evitar tanto como pudiese, más que
nada porque no me agradaba la idea de que me diseccionasen. Aunque
fuese en nombre de la ciencia y el conocimiento.
No,
estaba decidido, no comería nada de aquello.
Así
pasaron las horas. Yo leyendo un libro mientras intentaba hacer oídos
sordos a las súplicas de mi lastimero estómago, esperando que nunca
llegase la hora de la cena. Pero, aunque hay muchas cosas que podemos
controlar en nuestra vida, lo que haremos, lo que comeremos… el
tiempo no es uno de ellos. El tiempo sigue avanzando a grandes
zancadas e imperturbable como siempre, sin hacer caso a tus estúpidas
súplicas.
No
quería ir. Se me ocurrían otras mil cosas que prefería hacer antes
que pasar una velada junto a él. Entre otras cosas, tirarme de
cabeza en el Pantano del Hedor Eterno. Quien sabe, de esa forma, a
causa de mi repugnante olor, puede que me dejase marchar. Pero no
tenía alternativa. Debía ir. Me encontraba obligaba a ir. No es
como si su nota me hubiese dado la oportunidad de rechazar el
susodicho evento. Había sido una orden tajante que, de no cumplirlo,
me hacía saber que lo pagaría con creces. Cosa que quería evitar
en la medida de lo posible, pues perdería toda oportunidad de huir
cuando llegase el momento indicado. Pero eso no quería decir que no
prestaría batalla esa misma noche, ni mucho menos. Andaba claro si
pensaba que me mostraría dócil después de hacerme soportar su
presencia. Ya le quitaría yo las ganas de volver a cenar conmigo. Le
demostraría quien era la verdadera Sarah Williams. Sí señor.
Y,
con esos pensamientos, me dirigí al armario en busca de algo que
ponerme, algo que aún no hubiese arruinado cuando escapé empleando
vestidos como cuerdas.
Me
puse un vestido, color negro azulado hecha con tela de gasa tan fina
al tacto como las plumas, que susurró suavemente cuando me lo
enfundé. Me quedaba como un guate. Se ceñía a mi curvilínea
figura, resaltando todo lo que tenía que ofrecer. Era precioso.
Aunque me costase admitir a mí misma, me encantaba el exquisito
trabajo hecho por los goblins del monarca.
Era un vestido simple, pero elegante, que dejaba al descubierto los
hombros, con un escote corazón sin tirantes, y parte de su espalda.
Además, poseía un corte en la falda del vestido que mostraba parte
de su pierna. Creando una imagen condenadamente sexy, aunque esté
mal decirlo por mí misma. El conjunto completo me aportaba una
apariencia elegante, pero inalcanzable. Como lo era ella para él.
Algo que nunca sería suya, algo
que nunca doblegaría, pese a mantenerla encerrada en aquella
prisión. Sería como mostrarle el caramelo que jamás sería capaz
de degustar. Que sufriese. Esa sería mi jugada. La única pequeña
venganza que podía llevar a cabo por ahora.
A
continuación, decidí hacerme un recogido en el pelo, adornándolo
con algunos zafiros que encontró en su tocador, porque nada de ello
era mio. Los cuales me quedaban perfectos, porque mentir. Con cada
movimiento de mi cabeza brillaban como pequeñas estrellas atrapados
en mi cabellera, como en una tela de araña oscura. También me pinté
los labios, me puse un poco de colorete y delineé mis ojos. ¿Quería
que estuviese preparada para la cena? Pues lo estaría. No soy de las
que se arreglan en exceso, pero cuando lo hago soy capaz de quitar el
hipo al sexo opuesto.
Cuando
terminé de prepararme, pude oír con facilidad por detrás de la
puerta el tranquilo deslizar de unos zapatos por el pasillo. Venían
a por mí, para llevarme a la cena. Bien, era la hora de la función.
Era hora de sacar a la Reina de Hielo que llevaba dentro, de poner en
práctica todas las horas que empleé de pequeña como actriz,
ensayando para funciones imaginarias en el parque junto con mi perro
Merlín. Este no sabía a quién se enfrentaba.
La
puerta se abrió justo en cuanto finalizaron las pisadas. Me encaminé
hacia allí, encontrándome con que no sería uno de sus siervos
quien me escoltaría hacia el comedor, sino el mismísimo rey. No
dejé que en mi cara se reflejase la sorpresa que sentí. En vez de
eso, le mostré mi mejor cara de póquer, acompañado de una
indiferente mirada. Eso debió de desconcertarle momentáneamente,
esperando como estaba a una monumental rabieta que no ocurrió. Estoy
segura que esperaba palabras malsonantes hacia su persona, junto con
iracundas miradas que lo querían fulminar. No, había decido no
darle ese regocijo, había decidido no demostrarle lo que causaba en
mi, el daño que me hacía. O puede que lo que le sorprendió fuese
mi inmejorable apariencia. No lo sabía decir, aunque tampoco me
importase descubrir la razón de aquella expresión. Pero supo
sobreponerse rápidamente a la sorpresa inicial.
Se
inclinó ante mí por la cintura, ofreciéndome una elegante
reverencia.
-
Estas deslumbrante, cosa preciosa, me alegra que vayamos a cenar
juntos – sus ojos brillaban sin poder evitar recorrer todo mi
cuerpo. Que lo hiciera, sería lo único que haría. Mirar.
-
Diría que siento lo mismo, pero no me gusta mentir – le dediqué
una fría sonrisa. Toma ahí, una golpe bajo hacia su gran ego
empleando las mismas palabras que utilizó contra Matt.
No
le gustó, como yo bien sabía, pese a no decir nada. El único
indicio de su disgusto ante esas palabras fue el casi imperceptible
tensión en su fuerte mandíbula. Algo que hubiese pasado por alto de
no ser que hubieses estado observándolo a conciencia, esperando
cualquier tipo de reacción.
Se
limitó a guiarme por el pasillo con un mutismo total. Mejor para mí,
no quería entablar una conversación con él. Por no querer no
quería estar en su presencia, pero eso era algo sobre el que no
tenía ningún poder de decición. Por ahora. Si mis planes
funcionaban, para cuando terminásemos de cenar me mandaría a mi
celda y no sabría más de ese reyezuelo de pacotilla. Hasta puede
que, harto de mí, me devolviese con los míos. Quién sabe. Soñar
es libre.
Entré
tras él, con la cabeza bien alta, en un elegante comedor donde la
pieza reinante era una inmensa mesa con docenas de sillas y
candelabros. ¿Para qué necesitaba él una mesa tan grande cuando, a
buen seguro, no compartía su mesa con nadie más, a excepción de mí
el día de hoy? Me parecía un desperdicio de dinero y madera, estaba
claro su función era hacer alarde de las riquezas y poderío de su
dueño. Qué más me daba a mí. Esto me permitía poner cierta
distancia entre los dos. Como de seguro él comería en la cabecera
de la mesa, yo podría situarme en el otro extremo, evitando estar
con él más de lo necesario.
Era
una gran idea, pero él debió de notar mis intenciones o suponer por
lo menos lo que estaba pensando, pues me retiró la silla que se
encontraba a la derecha de su asiento, en un supuesto intento de
caballerosidad. Aunque bien sabía yo, que de caballero tenía lo
mismo que yo de monja. Es decir nada. Todo lo que hacía, cada gesto,
cada movimiento, estaba cuidadosamente premeditado. Siempre llevando
a cabo por alguna razón. En este caso el dejarme claro quien
ostentaba el poder aquí. Así como para controlarme.
-
Sarah.
Como
no, era una orden. Me ordenaba sentarme junto a él. Despreciable e
inmunda rata… Levanté aún más la frente y, sin dirigir ni una
sola mirada ni una palabra de agradecimiento, cosa que debía de
estar esperando, me senté en el sitio que había escogido para mí.
Pronto
llegaron nuestros platos. A los cuales no les presté ninguna
atención. Ni siquiera hice el amago de coger los cubiertos que
estaban ante mí o bebí del vaso que él me sirvió.
-
Sarah – llegó su voz a mi lado –. Deberías comer algo. No lo
has hecho en todo el día. Debes estar famélica.
-
Gracias, pero no tengo hambre – fue ese el momento que empleó mi
estómago para revelarse ante mis palabras.
Una
sonrisa divertida apareció en sus labios.
-
Pues esos ruidos me indican lo contrario, cosa preciosa.
-
No voy a comer nada de lo que me ofrezcas – sentencié, firme.
-
¿Por qué no? ¿Acaso no te gusta? Si quieres puedo hacer que
traigan algo que sea más de tu agrado. Solo dilo y lo tendrás –
dijo solícito mientras acercaba una de sus manos a las mías, el
cual aparté con un manotazo contundente, lo que lo sorprendió -
¿Qué pasa, Sarah?
-
¿Crees que soy estúpida? – bien, a la porra con la fachada de
reina de hielo, había aguantado demasiado y necesitaba dejarle claro
a ese rey un par de cosas – ¿Crees que confiaría en la comida que
me ofrece alguien que ya me envenenó previamente?
-
Encantado. Era un fruto encantado – intentó defenderse en vano. No
hice caso a sus palabras.
- Y
para colmo, después de encerrarme en una prisión, porque eso es lo
que es y no te atrevas a decir lo contrario, me obligas a venir en
contra de mi voluntad a cenar contigo.
-
Podías negarte.
-
Ya claro, y terminar en un olvidadero para siempre. Sí, que
grandiosa alternativa la que me ofreces. No sé por qué no la escogí
– le contesté sarcástica.
Nuestras
miradas se cruzaron, dando lugar a una batalla de voluntades. Ninguno
de los dos dio marcha atrás en un buen rato, ninguno de los dos
pensaba rendirse, pero a terca no me gana nadie a mí. Si algo se me
metía entre ceja y ceja, no había quien me parase. En esta ocasión
me había propuesto no perder aquella batalla de miradas. Así pues,
fue él quien apartó primero su mirada pasado un buen rato. Se
encontraba pensativo, mientras ideaba algo.
Su
gran, gran idea fue intercambiar nuestros platos y vasos.
-
¿Qué crees que haces?
-
Crees que he "envenenado" tu comida. Por lo tanto, he
cambiado nuestros platos, pues, como supondrás, en caso que fuera
cierto tu acusación, que no lo es, no sería tan estúpido como para
envenenar el mío propio, ¿verdad?
-
Esto… supongo – me había pillado con la guardia baja, no me
había esperado aquello.
-
Pues está todo dicho.
La
cena, después de aquello, siguió siendo tan incomodo como el
trayecto hasta allí. Aunque él intentaba aligerar el ambiente
reinante proponiendo temas de conversación o jugueteando con una
bola de cristal en sus manos, yo me mantenía en mis trece, dispuesta
a ignorarlo deliberadamente mientras comía de mi plato. Debía
admitir algo, aunque sea solo para mí misma, estaba excelente. Para
chuparse los dedos. Todo estaba más que sobresaliente. Lo único que
cambiaría habría sido la compañía, pero qué se le iba a hacer.
Ni
habíamos acabado de tomar nuestros respectivos postres, cuando
aparecieron unos cuantos goblins con instrumentos de música a sus
espaldas. Y, situándose en una diminuta plataforma que se encontraba
alejada de nuestro lugar, a una orden de su majestad empezaron a
tocaron. Pero no cualquier canción, sino La
Canción.
Con mayúsculas. La misma que se escuchaba en el Ballroom cuando
bailé por vez primera con él. La canción As The World Falls Down.
Se
levantó tendiéndome galantemente una mano, con un brillo de
diversión en la mirada.
-
¿Me harías el honor de bailar nuestra canción, querida?
-
No.
-
¿No? – arqueó una ceja en mi dirección.
-
No me gusta bailar – fue la primera escusa que se me vino a la
mente.
-
Mientes. Ayer por la noche y hasta hoy a la madrugada, si mal no
recuerdo y mi memoria es excelente, antes de traerte aquí cumpliendo
tus
deseos
–
esto último lo dijo haciendo especial hincapié en las últimas dos
palabras –, has estado bailando como nunca. Sé que te gusta, que
te encanta. No mientas, Sarah, y ven conmigo – volvió a ofrecerme
su mano.
-
Bien, me gusta bailar, pero no lo haré contigo.
-
Qué lástima – una malvada sonrisa empezó a expandirse en su
rostro –, porque no tienes otra que obedecerme como tu rey –
mientras hablaba se iba acercando a mí hasta que sus labios se
quedaron a escasos centímetros de mi oreja – o sino…
Un
escalofrío me recorrió la columna vertebral cuando sentí su fresco
aliento en mi oreja, prometiendo cumplir con sus amenazas que sabía
que sería capaz de cumplir. De modo que, resignándome por el
momento a mi destino, cogí la mano que me ofrecía y me dejé llevar
por él.
Empezamos
a dar vueltas por la sala en los brazos de Jareth. Sus ojos, que
transmitían triunfo, en ningún momento se apartaban de mí mientras
bailábamos. Podía sentir el roce de su mano sobre mi cuerpo. Y,
pese a mí, debo admitir que bailar con él hacía que cualquier
movimiento pareciera sencillo y natural. Por un momento me vi
trasladada a otro lugar y otra época en la que una vez sonó esa
misma música. Era como si estuviera de vuelta a ese sueño, como si
todo lo que me rodeara no fuera real. Cuantas más vueltas dábamos,
mayor era esa sensación de irrealidad. Lo único auténtico en esa
bruma era él, tan brillante y fabuloso como la primera vez que lo
vi. No solo eso, como aquella última vez, había algo en su rostro
que indicaba que estaba disfrutando sinceramente aquel momento. Sin
la burla o el secretismo que había visto en tantas ocasiones allí
presentes. Y esa sonrisa, era como el canto de una sirena, que roba
cualquier atisbo de razón con su hechizante voz.
Era
todo tan extraño y tan…
-
Me siento… me siento como… no… no sé lo que siento.
Eso
al parecer le hizo cierta gracia.
-
¿No lo sabes? – negué con la cabeza despacio, pues el mareo
empezaba a hacer acto de presencia en mi mente, desorientándome,
haciendo que todo pareciera tan poco real – Tranquila, lo sabrás
pronto. De la misma forma que pronto descubrirás tu papel en todo
esto. Y cuando lo sepas, quédate conmigo, hazle frente junto a mí,
mi querida Sarah – los ojos del monarca miraban directamente a los
míos, como si quisiera decirme algo más, pero no pudiera. Su rostro
se encontraba serio – Créeme. Si quieres ser libre de verdad,
completamente tu misma… Porque es lo que quieres, ¿no?
Asentí.
Tenía razón, eso era lo que quería, ¿verdad?
-
Entonces, encontrarás lo que buscas solo si permaneces en tus
sueños, si permaneces aquí, conmigo. Si vuelves a abandonarlo, a
abandonarme, volverás a estar a merced de malvadas personas y sus
injusticias. Harán de nuevo contigo lo que quieran. Arrebatándote
los últimos atisbo de tus esperanzas, sueños y deseos. Algo que yo
nunca permitiría – me apretó más vigorosamente con uno de sus
fuertes brazos, a la par que, con la otra, acariciaba mi mentón con
infinita ternura –. Olvidalos, Sarah. Confía tus sueños y deseos,
tu corazón mismo, a mí. Tu rey, tu esclavo.
Y,
aunque parezca extraño, me encontraba embelesada de su pequeño
monologo. Olvidado ya todo, mi enfado, mi secuestro, mi familia y
amigos… solo estaban él y sus dulces palabras. ¿Sería a causa de
alguno de sus encantamientos o es posible que su comida fuese el que
realmente estaba envenenada y no la mía? No lo sabía, ni me
importaba en aquellos momentos.
-
Confía en mí, cosa preciosa – dijo mientras acercaba su cara a la
mía - ¿Puedes hacerlo?
Debía
de haber caído en alguna especie de retorcido hechizo, pues me vi a
mí misma asintiendo y levantando la vista hacia él con expectación.
Iba a besarme, lo podía ver por su mirada, por la inclinación de su
cabeza, por como sus apetitosos labios se acercaban peligrosamente a
los míos. Y, mientras que en cualquier otro momento seguramente le
hubiese cruzado la cara de un guantazo, hice lo impensable. Cerré
los ojos, esperándolo, ansiando incluso ese contacto tan íntimo.
Y
así fue como sus labios se encontraron con los míos por primera
vez. Un contacto que no había sido consciente de haberlo ansiado
tanto. Fue un beso dulce y cariñoso que habría logrado derretir a
cualquiera, capaz de causar el calentamiento global licuando los
polos. Si mi raciocinio había comenzado a evaporarse poco a poco
cuanto más bailábamos, en ese momento desapareció por completo.
Fue como si en mi mente hubiese habido un cortocircuito, apagando
todo el su sistema con él. Solo estábamos él, yo y ese tremendo
beso.
Su
lengua comenzó a acariciar mis labios con adoración, como si me
pidiese permiso para entrar. Primero pasó por el labio de arriba,
luego el de abajo, un mordisquito juguetón y… mi cuerpo reaccionó
por iniciativa propia dejándole vía libre para explorar como más
le placiese mi boca. Era toda suya.
Nuestros
cuerpos empezaron a acercarse más y más, hasta que fue imposible
decir donde empezaba el suyo y terminaba el mío. No había espacio
ni para el aire. Para ese momento nos habíamos dejado llevar por
nuestros instintos más bajos. Solo éramos brazos que no paraban de
moverse de arriba y abajo, cuerpos que se retorcían para encontrar
la manera de estar más cerca el uno del otro, y lenguas que luchaban
una encarnizada batalla en nuestras bocas donde ambos bandos salían
venciendo.
En
definitiva, todo un espectáculo apasionado que, de no parar pronto,
algo que a ninguno de los dos se le había pasado por la mente en
ningún momento, parecía que pronto se volvería en no apto para
menores.
No
sé lo que fue, puede que el hecho de enterarme que la música hacía
mucho que había cesado o que mi cerebro hubiese decidido por fin
hacer acto de presencia después de sus largas vacaciones, pero
pronto fui consciente de lo que estaba haciendo y con quien lo estaba
haciendo, algo más importante aún. Los colores subieron a mi cara,
no sé si de vergüenza o ira. Lo aparté bruscamente de mí,
propinándole un fuerte empujón en el pecho.
Tierra
trágame. Tierra trágame. Era lo único que era capaz de pensar
mientras intentaba calmar mi agitada respiración después de
semejante beso, que, aunque había comenzado como algo tierna pronto
se tornó en algo salvaje. Él, mientras tanto, hacía lo mismo.
Aunque la diferencia radicaba en la sonrisa orgullosa y para nada
avergonzada que se dibujaba en aquel rostro. Sería…
No
podía estar más tiempo ahí. El solo ver sus hinchados y húmedos
labios me hacía recordar lo que habíamos compartido, lo nos
habíamos hecho el uno al otro, lo que pudo haber pasado de no haber
parado a tiempo. Era vergonzoso. Tenía que irme de allí. Dándome
la vuelta empecé a huir de aquel lugar. ¿A dónde? No sé, solo sé
que no podía permanecer más tiempo junto a él, junto a la persona
que más odiaba en el mundo y al que le acababa de besar. ¿Qué
demonios estaba mal conmigo?
Antes
de desaparecer por la puerta, sin mirar en ningún momento en su
dirección, pude oír la voz del monarca.
-
Puedes huir de este comedor, Sarah, pero no puedes escapar de mí, de
lo que ocurrido aquí o de cómo lo has disfrutado mientras ha
durado. Lo sabes tan bien como yo – pude oír su risa, tan pagado
estaba consigo mismo por aquel logro, mientras corría como alma
llevada por el diablo por el interminable pasillo recitando mi nuevo
mantra: Tierra trágame.
AHHHH TE ODIIOOOOO!!! La chica podria fingir estar enamorada para cuando el se cofie ella le pida salir de ahi y el otro le haga caso..
ResponderEliminarAhhhhhh el beso <3 esperé tanto por leer eso :') simplemente hermoso!
ResponderEliminar