N/A:
Pero
que malo es Jareth jejeje. Siempre planeando, siempre haciendo
trampas. Y lo peor de todo, o lo mejor de todo (según a quien se lo
preguntes), es que normalmente se sale con la suya. No hay más que
ver cómo ha conseguido convencer a Sarah para que le dé una segunda
oportunidad "sincerándose" con ella. Yo creo que nuestro
querido rey tiene que volver a leer la palabra sinceridad en un diccionario, porque o
yo estoy equivocada, que dudo mucho, o dista mucho del concepto que
yo tengo de la sinceridad. Y es que, las medias verdades nunca los he
considerado como tal. Llamadme extraña, loca incluso, si queréis, pero es así
jeje.
Ahora
viene el cortejo, ver cómo se camela a Sarah para que acepte su
tercera opción. Espero que esta vez no haga que la chica huya de él,
como la última vez que se le declaro (porque para mí lo fue) con
eso de: Témeme, ámame y yo seré tu esclavo…
Ya lo siento Alexia por dejarte con la intriga, pero gracias por estar siempre ahí. Siempre me alegra leer tus comentario tas publicar una nueva entrada. Animándome a seguir escribiendo.
Ampa_Labyrinth me sacaste una sonrisa cuando leí que esto para ti es como una droga, de la misma forma que para mí vuestros comentarios lo son. Parece que podremos ser compañeras yonkis en esta travesía. Por ello, aquí te dejo algo de tu droga particular ;)
@ImposibleGirlAB, me encanta charlar contigo por el twitter. Se nota que adoras esta historia, y al rey que en él aparece, tanto como yo (aunque, ¿a quién no le puede gustar Jareth?) y, como te prometí aquí tienes una nueva entrega de mi fanfic que espero que te guste.
Una
vez más deseo que este nuevo capítulo llegue a gustaros tanto como
los anteriores y que me podáis mandar algún que otro comentario con vuestras opiniones y críticas constructivas.
Hasta la fecha, los que he recivido me encantan y me animan, de modo que… ¡estaré
esperando por más!
Disclamer:
Los
personajes de esta historia no son mías, sino de la película
Labyrinth, aparte de Irina, Matt, su ahora ex novia, que por ahora no
volverán a aparecer, aunque quien sabe si en el futuro sí, y un
nuevo personaje que pronto aparecerá. Es una pena que Jareth no sea
mío, qué sino… no estoy muy segura de que hubiera dicho las
palabras adecuadas al final de la historia, como lo hizo Sarah. Es
que, teniendo a semejante villano ofreciéndome todo lo que le ofrece
a su cosa preciosa… Pufff
Y
que conste, no lo hago con fines lucrativos, simplemente por el
placer de emprender un bonito camino junto a los personajes de esta
magnífica película que tanto marco mi infancia, y lo que no es la
infancia XD (sigo teniendo las canciones de la película en mi móvil,
¡me encantan!).
Pero bueno, no os entretengo más, que querréis saber lo que pasará a continuación con nuestra entrañable pareja.
Capitulo
13: Sorpresa
Una
semana. Habían pasado exactamente siete días, con sus respectivas
noches, desde que di a parar a este extraño mundo que nada tenía
que ver con el mío. Estaba ante un nuevo mundo. Una nueva vida. Una
vida que me correspondía vivir de ahora en adelante en aquel lugar
de locos a causa de mis estúpidos deseos, dichos en un momento de
debilidad y embriagadez casi extrema. Si algo había aprendido de
aquella vivencia era que hay que tener cuidado con lo que uno desea,
pues se puede hacer realidad. Y no de la forma que uno espera. Bien
había descubierto su peligrosidad y su similitud con una rosa –
hermosa, pero espinosa – de la peor forma posible.
Al
día siguiente de la charla con el monarca, este insistió en que
desayunaran juntos. Así como almorzar y cenar. Es decir, que
compartiesen cada comida en mutua compañía. Algo que pronto se
convirtió en costumbre y, una vez que dejé atrás mi miedo a ser
envenenada, me encontré a mí misma, aunque parezca sorprendente,
disfrutando de su compañía. Por increíble que pareciese era un
gran conversador y mejor oyente, además de que, con sus incontables
chiquilladas, siempre conseguía hacerme sonreír muy a mi pesar.
Otra de las cosas que me sorprendió de él. Desde nuestro primer
encontronazo, aquella vez que pedí que se llevaran a mi hermano muy
lejos de mí, siempre le había visto como alguien tenebroso,
maligno, que nada tenía que ver con el hombre que aquellos días
estaba junto a mí. Siempre dispuesto a complacerme y entretenerme de
cualquier forma posible.
Y
que Dios me coja confesada, pero lo cierto es que empezó a agradarme
mi estancia allí. Es cierto que aún añoraba mi piso, mis amigos y
mi familia, en especial al pequeño Toby. No había día que no me
acordase de él y de su sonrisa mellada. Pero lo cierto es que, poco
a poco, empecé a hacerme a la idea de que aquel sería mi vida. No
quiero decir con ello que me había dado por vencida con la idea de
escapar. Si se presentase la oportunidad, lo cogería sin pensármelo
dos veces. Es solo que me estaba acomodando y que, a medida que los
días que pasaban, me gustaba más aquel peculiar mundo donde todo
era posible y nada era lo que parecía.
Cada
día el rey de los goblins me llevaba a un nuevo lugar que yo, a
causa de las prisas por recuperar a mi hermano en mi anterior viaje,
no había tenido ocasión de apreciar como merecía. Me llevó a ver
unas cataratas, en medio del bosque salvaje, donde el agua, de color
rojo pues era vino, iba contra corriente y del que bebimos los dos. O
esa vez que me mostró un árbol milenario que sabía hablar y que si
acertabas una de sus adivinanzas te regalaba una de sus mágicas
ramas, que según me confesó traía fortuna y amor a su portador. Y
cómo olvidar de la vez que me llevó a la ciudad de los goblins
donde, al parecer, aquellos seres iban a representar una cómica obra
de teatro al aire libre, en el que casi me morí de la risa.
En
definitiva, me estaba empapando de aquel sitio. Nunca, ni en mis
mejores sueños infantiles, creí que vería tantas cosas
maravillosas juntas con mis propios ojos.
-
¿Estás preparada?
El
monarca había aparecido por la puerta, impecablemente vestido como
siempre. Era una figura resplandeciente, rubia y erguida, con una
levita verde esmeralda, adornado con brillantes en el cuello, los
hombros y los puños. Llevaba un cuello almidonado de seda gris
pálida y los puños resaltaban la palidez aristocrática de su piel.
En las piernas, como siempre, llevaba unas mallas negras que dejaban
poco a la imaginación y unas botas relucientes del mismo color.
-
¿Para qué?
-
Para llevarte una sorpresa – me contestó divertido. – Y, antes
de que me lo preguntes, no te pienso desvelarte nada más. Ni a dónde
iremos, ni que te espera una vez allí. Es una sorpresa y, si mal no
recuerdo, a ti te encantan las sorpresas.
-
Venga, solo una pequeña pista.
-
No, mis labios están sellados – hizo el amago de coserse la boca
con aguja e hilo imaginarios, con la clara intención de robarme una
sonrisa.
Nuestra
relación había mejorado, poco a poco, desde la charla de aquel
primer día. Puede que hubiese ayudado el hecho de que no volviese a
besarme una vez más. Aunque me quedó bastante claro que lo hacía
por mí, por no agobiarme, no porque no lo quisiera o deseara. Lo
podía ver en sus ojos. En la forma que, a veces, se quedaba
hechizado mirando a mis labios, cuando creía que no lo estaba
observando. Y le agradecía aquel gesto, aquella contención de su
parte. Puede que hubiesen pasado siete días, pero respecto a ese
tema aún seguía más confusa que al principio. Además, y a pesar
de que ya no lo tratase como el villano del cuento, más bien como un
amigo o algo así, no me encontraba preparada para pensar en
semejantes cosas. Tenía suficiente con hacerme a la vida a aquel
lugar por ahora. Más que suficiente realmente.
-
Por lo menos dime qué tipo de ropa debo ponerme. No seas tan malo.
-
Algo elegante – fue su escueta respuesta –. Te espero fuera
mientras te cambias. No tardes.
Dicho
esto volvió a desaparecer tras la puerta.
Así
pues, empecé a escoger lo que llevaría aquella noche, sin poder
dejar de cavilar sobre a donde me pensaba llevar en aquella ocasión.
Me decanté por un vestido grisáceo, con mangas cortas, y falda
abullonadas. También me puse un collar de perlas y trencé mi pelo
decorándolo con sartas de dicho adorno. No me maquillé mucho, solo
me limité a pintarme un poco los labios y la raya de los ojos. Como
ya tengo dicho, no soy muy dada a esas cosas. Cuando terminé de
trabajar en mi apariencia, mirándome de arriba abajo al espejo,
dándome un repaso completo, me di el visto bueno. Estaba
malditamente elegante, aunque este mal decirlo.
En
el momento que me vi a mí misma preparada, toqué la puerta con
suavidad para hacer saber que estaba lista para partir. Aún no había
descubierto la forma en la que se abría la dichosa puerta y, aunque
podría preguntárselo a él directamente, mi orgullo me lo impedía.
Lo descubriría por mí misma, de la misma forma que resolví su
Labyrinth.
-
Estas espectacular, mi Sarah – manifestó Jareth, tras abrir la
puerta, obsequiándome con una elegante reverencia al verme
nuevamente.
-
Gracias, pero no soy tuya. Harás bien en recordarlo, Rey Goblin.
-
¿Preparada? – me contestó, no haciendo caso de mis últimas
palabras. Como siempre hacía cuando oía algo que no quería o
deseaba escuchar.
-
Sí.
-
Pues agárrate fuertemente a mí. La teletransportación es la forma
más rápida de llegar a nuestro destino.
Dicho
y hecho. Me acerqué a él, un poco suspicaz muy a mi pesar, y me
sujeté fuertemente a su levita. No sea que me soltase en algún
momento y me perdiese para siempre en algún plano paralelo donde
reinaba la oscuridad. Sí, lo admito, he visto muchas películas,
pero eso no lo convertía en menos cierto. Al mismo tiempo, sentí
como él, a su vez, pasaba las suyas por mi cintura, acercándome aún
más a él. Le miré frunciendo el ceño ante tanta cercanía.
-
Es por tu integridad física, cosa preciosa, las primeras veces
suelen ser difíciles y no querrás que algo te pase – negué con
la cabeza tímidamente, tenerlo tan cerca me ponía nerviosa. ¿Por
qué? No lo sé –. Ahora cierra los ojos y, antes de que te des
cuenta, estaremos ahí – me susurró en la oreja quedamente.
Tan
pronto como cerré los ojos, sentí una extraña sensación, un
tirón, que me hizo pegarme más a su cuerpo. Sentía como si todo
hubiese comenzado a dar vueltas a mí alrededor a una velocidad
vertiginosa. Como cuando vuelves de fiesta, con tanto alcohol en
sangre que de estornudar en una herida serías capaz de
desinfectarlo, y te tumbas en la cama. En ese momento tu cama es la
que empieza con ganas de fiesta, empezando a girar sobre sí misma
como una noria que ha bebido más redbulls de lo que debería, porque
no hay otra razón para esa velocidad infernal. Así terminas tú,
con tu maltrecho cuerpo, cuyo único deseo es que te dejen dormir
tranquilamente, teniendo que levantarte de aquella atracción para no
vomitar en la cama. Pues la sensación, en aquel instante, era la
misma.
No
niego que me asusté un poco, puede que más que un poco, y que
estuviese por echar hasta mi primera papilla, pero, por fortuna,
aquella terrible sensación pronto cesó. Mi mareo en cambio parece
ser que no tenía la intención de desaparecer así por así. Seguía
sintiéndome francamente mal. Aún tuve que apoyarme un poco más en
el Rey Goblin, antes de ser capaz de mantenerme por mí misma, cuando
por fin la indisposición decidió desaparecer. Gracias a dios.
-
Tranquila, uno se acostumbra a estos saltos. Ahora abre los ojos y
mira.
No
sé lo que me esperaba, pero no aquello. Ni por asomo. Volvía a
estar en el Ballroom. Todo seguía tal y como lo recordaba, o casi.
Poco era lo que había cambiado después de todos estos años.
Como
la última vez, pensé que aquel salón había conocido la opulencia
hacia tiempo. Entre las titilantes cornisas había colgadas muchas
lámparas de araña, donde la cera, que había estado goteando quien
sabe cuánto tiempo, había creado estalactitas. La seda que cubría
las paredes se había desteñido y, por algunas partes, se encontraba
raída. La sala estaba decoraba con burbujas contenidas dentro de una
gran burbuja iridiscente. Un alto y dorado reloj de trece horas
ocupaba el centro. Como si fuese el epicentro de la fiesta. Supongo
que como un pequeño gesto para rememorar el pasado que compartíamos
o algo similar.
Contemplé
el baile que tenía lugar ante mis ojos y aquellos que bailaban, nos
observaron con sumo interes a nosotros tras sus extrañas máscaras.
Se podría decir que no pasamos desapercibidos por nadie de los allí
presentes. No era para menos, no lucíamos como ellos. Los hombres
lucían camisas de seda abiertas hasta la cintura y calzas ajustadas
de terciopelo. Algunos llevaban sombreros de ala ancha con plumas,
otros iban con capas o portaban bastones elaborados. Los vestidos de
las mujeres, no obstante, dejaban al descubierto sus hombros y tenían
un gran escote que terminaba en sus pechos, para deleite de los
hombres, quienes las miraban con ojos lujuriosos. Cuando no lo
estuvieran mirando a ellos dos por lo menos. Llevaban el pelo
recogido hacia arriba y muchas usaban guantes largos, al estilo cena
con diamantes.
-
Te trae recuerdos, ¿verdad? – su voz sonaba muy cerca de mí, se
había inclinado para poder ser escuchado sobre la música, algo que
le daba al ambiente un toco íntimo – . Lo hice edificar después
de que rompieras el antiguo Ballroom. Aunque esta vez te agradecería
que te mantuvieras alejada de las sillas. Por precaución – bromeó.
-
¿Qué se celebra? – hice oídos sordos a lo que decía. No podía
apartar la vista de aquellos que bailaban al son de la música en
círculos perfectos con sus respectivas parejas. Mis ojos eran
atraídos una y otra vez a ellos, a la hermosa imagen que formaban,
de la misma forma que una polilla es atraída por la luz de una
bombilla.
-
Tu retornó. La vuelta del la vencedora del Labyrinth – cogió un
par de máscaras que le entregaba un pequeño goblin que hacía de
camarero. Supuse que ese era su papel por el diminuto traje que
llevaba encima. Me ofreció una de ellas, la que tenía pinta de
haber sido hecha con plumas de cisne negro. Era simplemente hermoso.
Poseía detalles diseñados para llamar la atención de todos a los
ojos. Las curvas de ribete de pluma de cisne negro maravillosamente
colocado sobre la frente y la parte superior de la cabeza, para
crear una línea suave pero astuta. No solo eso. Estaba adornado con
pequeños diamantes creando sinuosas imágenes, que reflejaba cada
partícula de luz de aquella sala. ¿Había dicho hermoso? Quería
decir que era maravillosamente perfecto.
-
Me alagas, pero no era necesario…
-
Sí que lo es – atajó él, colocándome el precioso antifaz con
extrema delicadeza –. Todo es poco cuando se refiere a ti, mi
querida Sarah.
No
dijimos nada más, pues pronto la gente empezó a acercarse a
nosotros en grandes masas. Todos querían saber si yo era la
Legendaria Sarah de la que todos hablaban, la única persona que
resolvió el Labyrinth desde que el Underground era Underground.
Muchos se paraban a hablar con el monarca sobre políticas de ese
mundo que ni siquiera intenté comprender. Que si los trasgos habían
hecho una incursión por las tierras del norte, que si los reyes del
este le habían declarado la guerra a los del oeste por no sé qué
tontería de unos pollos… En fin, era una completa locura que no me
competía en absoluto. Al fin y al cabo, por mis sangres no corría
ninguna pizca de sangre azul, solo era una plebeya. Además, aunque
me interesase el tema en cuestión, me resultaría incomprensible. No
conocía los reinos que existían aparte del Labyrinth, los reyes que
los gobernaban, ni su geografía o historia. Tenía un vacío de
conocimientos, que me impedía entender ni la mitad de lo que hablaba
mi acompañante con sus interlocutores en sus agradables charlas. Y,
aunque en cierta medida me molestase, puede que bastante, no lo di a
entender. Cualquier interés por mi parte podría ser interpretado
como que ya me estaba haciendo a la idea de vivir para el resto de mi
vida en aquel lugar. Por lo que no abrí el pico.
Hubo
una sucesión de personas, por llamarlos de alguna manera, infinita.
Los nombres y títulos me daban vueltas en la cabeza por la
saturación de información. Cada vez que una nueva persona se
acercaba a nosotros, el monarca me los presentaba con grandes
florituras y empleando incomprensibles títulos que, al segundo
siguiente, se me olvidaban. Lo mio nunca habían sido lo de memorizar
los nombres.
Me
sentía fuera de lugar.
Como
pude, conseguí escapar de ese grupo de locos que no paraban de
hablar y de hacer preguntas. Me asfixiaban y me aburrían. Precisaba
salir de allí con urgencia y tomar un poco de aire. El Rey Goblin,
al estar tan ensimismado en aquellas absurdas charlas o poniéndose
al día con las noticias de los reinos vecinos, no se entero como,
sigilosamente como un gato, empecé a caminar hacia lo que me pareció
que sería un pequeño y desierto balcón donde nadie me molestaría.
Eso esperaba por lo menos.
Así
fue, por lo menos durante un pequeño intervalo de tiempo.
La
vista era hermosa. Desde aquel lugar era capaz de ver un bello
crepúsculo que teñía el horizonte con preciosos naranjas, rojos y
morado. Era como si el cielo sangrase de pena con la llegada de la
noche mientras el sol hacía un último esfuerzo para permanecer en
su eterno trono en el cielo. Siempre me ha gustado aquel momento del
día. Era tan conmovedor. El fin de un día…
-
Es precioso – dije para mí misma, sin percatarme siquiera que lo
había dicho en voz alta.
-
Sinceramente, no tanto como tú lo eres a mis ojos.
Sobresaltada,
pues había creído estar sola en aquel apartado sitio, me di la
vuelta para encarar a…
-
¿Tú? ¿No se suponía que hablabas con aquellas personas sobre una
revolución en un reino de nombre impronunciable? ¿Y por qué te has
cambiado de ropa? ¿Te han manchado?
Ahí
estaba ante mí, el Rey Goblin, con la misma ropa pero, en vez de ser
de color verde ahora lucía de color negro de cabeza a los pies.
-
¿Por qué, mi cisne negro? ¿Acaso no te gusta mi ropa? – me
contestó guasón, acercándose a mi cual depredador acechando a su
presa.
Paso
que daba él hacia delante, paso que daba yo hacia atrás. Algo le
pasaba, había algo extraño en él. No sabría decir el qué, pero
algo no me cuadraba en todo esto. ¿Sería cosa del ambiente o acaso
le había afectado algo de lo que había bebido como me pasó a mí?
No, no era eso, era algo más, estaba segura, pero ¿el qué?.
Mi
cuerpo, en un momento dado, se encontró con que no era posible
seguir replegándose más. Se debía a que, tras de mí, se
encontraba una barandilla de mármol blanco que, a no ser que
saltase por encima de él, me impedía alejarme más de él. Estaba
atrapada. Mierda.
-
¿Te han dicho alguna vez lo bella y hermosa que estás a la luz del
atardecer, mi cisne? – su voz era sedosa, suave, pero no me dejé
engañar por su aterciopelado tono. Algo extraño ocurría, lo sabía
muy dentro de mí.
-
No te acerques más – advertí, pero parece ser que mi advertencia
cayó en saco roto, pues sus ojos me indicaban sus verdaderas
intenciones y entre ellas no estaba el de alejarse por desgracia.
Vi
como inclinaba lentamente su cabeza hacia la mía para besar mis
labios. ¿Qué se creía aquel, que por montarme una fiesta,
conseguirme aquella hermosa y cara máscara y llamarme preciosa
volvería a besarme? Pues lo tenía claro. En especial desde que una
vocecita dentro de mi cabeza no paraba de susurrarme que algo extraño
le pasaba a aquel Jareth que tanto había cambiado desde que me alejé
de él en la fiesa. Con la agilidad que te da la práctica,
demasiados babosos y moscardones habían intentado apropiarse de mis
lábios para aprender de la experiencia, le hice una perfecta cobra,
impidiendo que nuestras bocas se juntaran. Cosa que le sorprendió.
Lo pude apreciar por la forma que arqueó una de esas bien delineadas
cejas. Parece ser que no estaba acostumbrado a que lo rechazaran.
-
¿Qué has hecho?
-
En mi mundo, del que me sacaste, a esto se le llama hacer la cobra.
Lo solemos hacer las mujeres cuando no queremos que los hombres se
propasen con nosotros.
-
¿Y si intentará besarte una vez más, me volverías a hacer "la
cobra"?
-
Tú ponme a prueba y lo veras, reyezuelo, y te aseguro que no te
gustará el resultado – amenacé.
Lo
normal es que, cuando le dices eso a un hombre, más aún cuando se
lo dices con ese tono de voz que no anuncia nada bueno para su salud,
el hombre capte la indirecta y no te toque ni con un puntero láser.
¿Pues no va el muy merluzo y lo intenta nuevamente? Volvió a
inclinarse con la clara intención de atrapar mis labios en un húmedo
beso, pero, nuevamente, fui más rápida que él. Doblé mi rodilla
derecha y, justo cuando sus labios estaban a escasos centímetros de
mí y creía que conseguiría el ansiado contacto entre nosotros dos,
le solté un buen rodillazo en sus partes nobles. Debo admitir que
era mi golpe estrella. El que siempre empleaba cuando los hombres que
se pasaban de listo. Cien por cien efectivo, lo tenía comprobado.
Como a todos los de su género cuando le golpean sus preciadas joyas,
el dolor se apoderó de él de forma súbita. Se agarró sus queridos
y dañados huevos con muchísimo cariño, inclinándose por la mitad
mientras los ojos le empezaban a brillar. No importa de qué mundo
sea el hombre en cuestión, un rodillazo bien dado en las partes
bajas deja tan fuera de combate tanto a uno de mi mundo como los de
aquí. Solo había que ver al reyezuelo que bufaba con la cara roja,
reflejando su horrible sufrimiento. Me sentí poderosa allí de pie,
tan fuerte e invencible como una gigante, mirando como se retorcía
por un tiempo en el suelo.
Desde
mi posición le dediqué una pagada y maligna sonrisa.
-
La que avisa no es traidora.
Soltó
una pequeña risa entrecortada.
-
Ya me advirtió mi hermano en su carta. Eres tal como te describió,
alguien a quien hay que tener en cuenta. Lo tendré presente para la
próxima.
-
¿Carta? ¿Hermano? - ¿de qué demonios hablaba Jareth? ¿El Rey
Goblin tenía un hermano? ¿Y qué era eso de una carta? No entendía
nada en absoluto. ¿Se podía saber a quien acababa de dejar
incapacitado para procrear?
-
Permíteme presentarme – contestó volviendo a su posición erguida
cuando el dolor remitió un poco y le fue posible, para acto seguido
obsequiarme con una pequeña pero elegante inclinación de cabeza.
Estoy segura que habría sido más elaborado de no tener que evitar
movimientos bruscos para no agravar el daño de su ingle – Soy
Bargas, Rey de los Gancanagh y hermano mayor del Rey de los Goblins
por dos minutos. Encantada de conocerte, Lady Sarah, vencedora del
Labyrinth, poseedora de una patada mortal y la humana que derrotó a
mi hermano en su juego – y, con una encantadora sonrisa, añadió
guiñándome un ojo –. Ya era hora de que alguien le bajase los
humos a ese reyezuelo, ¿no te parece?
impresionante!!! un hermano??? mejor aun jajaja me ha encantado en serio, por cierto, yo soy @ImposibleGirl_A en tw ;)
ResponderEliminar