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viernes, 14 de agosto de 2015

Capítulo 14: Mujer De Armas Tomar

N/A: Aparece un nuevo personaje, Bargas, el hermano mayor de nuestro monarca, un ligón empedernido como veis (es la marca de la familia según se ve) y rey de los Gancanagh. Y que conste que no me inventado a estos seres, me informado apropiadamente y aparecen en la mitología celta si mal no recuerdo. 

Parece que esa familia tiene un extraño fetiche con Sarah, de dos familiares dos han intentado flirtear con ella o puede que sea cosa de gemelos, que los dos tengan el mismo gusto en mujeres. Eso sí, Jareth salió mejor parado del beso que Bargas. El pobre aún debe de estar buscando sus bolas mágicas después del rodillazo que le propinó Sarah XD Me dio hasta un poco de pena y todo. Aunque se lo merecía por hacerse pasar por su hermano e intentar robar un beso que no le correspondía.

Sobre Bargas por ahora solo puedo deciros respecto a este nuevo personaje que llevará a su hermanito por el camino de la amargura. Es decir, que le causará más que un problema y quebraderos de cabeza. Ya lo iréis viendo según vaya avanzando la historia, en especial en este capítulo, que está lleno de revelaciones y un poco de acción. No os lo podéis perder ni jarta de vinos XD

Ampa_Labyrinth sorprendida por este descubrimiento, no? Solo te advierto que eso no es nada, pronto se descubrirán otras cosas interesantes jejeje Por cierto, no sabía que eras @ImposibleGirl_A. Me alegra saberlo :D

Una vez más deseo que este nuevo capítulo llegue a gustaros tanto como los anteriores y que me podáis mandar algún que otro comentario con vuestras opiniones y críticas constructivas. Hasta los de ahora me encantan y me animan, de modo que… ¡estaré esperando por más!

Aclaración: Los personajes de esta historia no son mías, sino de la película Labyrinth, aparte de Irina, Matt, su ahora ex novia, que por ahora no volverán a aparecer, aunque quien sabe si en el futuro sí, y Bargas, el gemelo de nuestro rey. Es una pena que Jareth no sea mío, qué sino… no estoy muy segura de que hubiera dicho las palabras adecuadas al final de la historia, como lo hizo Sarah. Es que, teniendo a semejante villano ofreciéndome todo lo que le ofrece a su cosa preciosa… Pufff

Y que conste, no lo hago con fines lucrativos, simplemente por el placer de emprender un bonito camino junto a los personajes de esta magnífica película que tanto marco mi infancia, y lo que no es la infancia XD (sigo teniendo las canciones de la película en mi móvil, ¡me encantan!).


Capítulo 14: Mujer De Armas Tomar

- Yo… Lo siento, es que te pareces tanto a… y yo…

- Tranquila, mi precioso cisne negro, suele pasarme muy a menudo. Es lo que tiene el ser el gemelo de Jareth – en ningún momento desapareció de sus labios esa sonrisa que, de seguro, haría estragos en las féminas –. Además, déjame añadir que siento mucho mi osadía. Hiciste bien en detenerme, algunas veces me dejo llevar demasiado y una patada a tiempo nunca viene mal – rió divertido.

Ahora que lo miraba más detenidamente me fijaba en las sutiles diferencias que, a primera vista, se me escaparon. El más grande de esas desigualdades, y la que saltaba a la vista si prestabas un mínimo de atención, eran sus ojos. Aunque, ambos hermanos tenían unos insólitos ojos bicolores, mientras que uno tenía el ojo derecho azul y el izquierdo de color avellana, el otro lo tenía al revés. No era de extrañar que me hubiera confundido, porque, quitando esa pequeña diferencia, se podría decir que eran el perfecto clon el uno del otro. Siendo prácticamente imposible diferenciarlos de llegar a tener los ojos tapados. Era impresionante. Durante estos años había visto a numerosos gemelos, tenía un par en algunas de mis clases de universidad, pero ninguno de ellos llegaba a ese nivel de semejanza. Impresionante era un eufemismo.

- Y dime, ¿qué hace la homenajeada aquí sola, cuando debería de estar pasando una magnífica velada? Si yo fuera mi hermano, no dejaría que algo tan hermosa corretear sola, quien sabe quien le puede echar el ojo.

- Me alagas, pero lo cierto es que empezaba a agobiarme. Estar rodeada de tanta gente que no conozco y que se empeñan en hablar de cosas que no comprendo me estaba abrumando. De modo que, decidí salir por un momento, aprovechando un despiste de tu hermano, para tomar el aire y estar sola.

- Si lo que quieres es estar sola, mi querida cisne, te dejaré tranquila. No quisiera importunarte – se apresuró en decir, haciendo un amago como para alejarse.

- No, tranquilo – le contesté mientras situaba un mechón de pelo, que había escapado de su lugar, tras la oreja para apartarlo de la cara – Y dime, ¿a ti que te trae por aquí?

Se colocó a mi lado en la barandilla con los brazos apoyados en él, con gesto relajado. Nada denotaba el dolor que momentos antes le había infligido. Se había repuesto completamente. Y lo mejor, ni siquiera parecía molesto conmigo. Algo que me alivió inmensamente. Había aprendido que no conviene tener como enemigo gente poderosa ni que posea poderes. No me cabía ningún atisbo de duda de que él, al igual que su gemelo, tendría algún que otra habilidad que prefería no ver siendo utilizadas en mi contra.

- Tú – contestó tranquilamente. Su mirada volvió a posarse de nuevo en mí –. Te vi salir y no pude reprimir el impulso de seguirte y hablar contigo. He oído hablar tanto de tu persona que... aquí estoy – abrió las manos de forma teatral, haciendo que sonriera.

- ¿Y de qué querías hablarme, pues?

- Sólo sentía curiosidad por lo bien que llevas el estar con mi hermano, teniendo en cuenta la situación. Otra mujer ya habría huido de él, pero se ve que tú no eres como las demás. Debes poseer un gran sentido de la responsabilidad.
Esas palabras me extrañaron. ¿Situación? ¿De qué situación hablaba? ¿Estaría hablando de mi secuestro acaso? Solo había una forma de saberlo. Preguntándolo directamente.
- Si hablas del del secuestro, debo decirte que intenté escaparme, pero es condenadamente difícil. Más teniendo en cuenta que hizo desaparecer la mitad del Labyrinth para impedírmelo. Debo admitir que, al principio, me enfadé con él y mucho. No tienes más que preguntarles a los goblins que tuvieron que remodelar mi cuarto. Pero ahora, después de hablar con tu hermano relajadamente y ver que, por ahora, no puedo salir de aquí por mí misma, solo intento relajarme, acostumbrarme a este estilo de vida mientras siga aquí, y, si aparece otra oportunidad de huir, no dudes que lo cogería.

Sus ojos se abrieron por la sorpresa y dio un paso hacia atrás. No comprendía qué había podido causar tal reacción en él. Empecé a rememorar mis palabras, una en una, en mi mente para dar con el causante, pero no veía cual podía ser. Desde mi punto de vista todo lo que había dicho era de lo más inofensivo. El único que podría haberlo sorprendido podía ser que mi determinación de huir en un futuro de aquí no había muerto. Aunque eso tampoco podría haberlo sorprenderlo tanto. Era normal que una prisionera, aunque fuese una que la tratasen tan bien, quisiera volver a casa. Pronto descubrí que aquel no había sido lo que lo sorprendió.

Reponiéndose como buenamente pudo habló con los ojos como platos aún.

- ¿Ese hermano mío no te ha comentado la situación en la que se encuentra su reino y la razón por la que te trajo aquí?

- ¿De qué hablas? – esto no sonaba bien.

Sentí como todos los pelos de mi cuerpo se ponían en punta con la anticipación y suspense. Mi corazón se contrajo dentro de mi cuerpo, a causa de la tensión del momento. Empezaba a tener un mal presentimiento, uno muy malo. El peor que había tenido en tiempo. Algo me decía que no me gustarían sus siguientes palabras. Estaba segura de ello, pero no pude más que callar y escuchar, por mucho que algo dentro de mí lo único que quisiese era taparse los oídos y huir de ahí. Segura de que, lo que descubriese de los labios de aquel desconocido, podría destruir la frágil tregua que habíamos alcanzado a erigir entre el Rey Goblin y yo durante aquella semana. Esta paz era tan endeble como un castillo de naipes, capaz de ser destruido con un leve soplo de viento. Que era lo que las siguientes palabras del hermano del monarca iban a lograr.

Me cogió de las manos, para darme fuerzas creo yo, mientras me dirigía una triste mirada.

- El Labyrinth desaparece. Desde hace ocho años el reino de mi hermano, junto a sus habitantes, están desapareciendo poco a poco. Llegará un momento en el que no habrá nada que pueda desvanecerse, donde lo que una vez fue un esplendoroso reino admirado por unos, envidiado por otros, deje de existir... Para siempre.

- ¿Y qué tiene eso que ver conmigo? – pregunté con voz estrangulada. Empecé a calcular mentalmente los años que habían transcurrido desde mi última visita a este mundo mágicamente loco. No podía ser que…
- No eres una de esas mujeres sin cerebro que pululan por ahí. Veo que sabes sumar dos y dos. En tus ojos aprecio, que acabas de darte cuenta de lo que te intento dar a entender. Sí, todo esto comenzó el día que mi hermano perdió contra una muchacha, contra ti. Tú eres la que le arrebató sus poderes, la que llevó a su reino a este horrible destino. Un sino que se acerca inexorablemente a su temible fin.

- Eso no es posible, yo le he visto utilizar su magia. Yo…

- Sí, aún le queda una ínfima parte de lo que una vez tuvo, pero no la suficiente para mantener a su querido Labyrinth con vida. Los reinos de este mundo se alimentan del poder de su monarca. Si un rey pierde esos poderes, entonces…

- El reino pierde ese sustento y… muere – murmuré en estado de shock. Acababa de darme cuenta de lo que le había ocasionado yo a aquel alocado pero hermoso laberinto. Había sentenciado a muerte a todos ellos. Y todo por haber deseado que se llevasen a mi hermano. Si no hubiese dicho esas malditas palabras, nada de esto estaría ocurriendo. Era mi culpa.

- Efectivamente – asintió hacia a mí –. Pero eso no es todo, hay tres formas de que el reino sobreviva a su nefasto futuro y conseguir que vuelva a ser lo que una vez fue. Que es donde tú apareces. Tú eres la salvación del Labyrinth. de una forma u otra.

Mi corazón dio un vuelco en su lugar. A mi mente vino la imagen de aquel paraje donde lo único que reinaba era la nada absoluta. Había tenido un pequeño vislumbre de ese futuro y no era para nada agradable. Un escalofría me recorrió la columna vertebral. Yo había traído eso al Labyrinth. Yo había sido la que había destrozado aquel mágico lugar. Me sentía fatal. A causa de un deseo egoísta, que me obligó a adentrarme en el Labyrinth y derrotar a su monarca, había traído la desgracia a ese hermoso reino. Quería arreglarlo, quería enmendar mi error. Enmendaría mi error.

Con una mirada determinada, le miré a los ojos.

- ¿Cuáles son las tres opciones? – le exigí saber.

- No soy yo el que debe hacértelo saber, sino…

- Dímelo – le ordené con cara de malas pulgas. A mí nadie me dejaba en la inopia. No señor.

- Está bien – dijo alzando los manos en señal de rendición –. Nunca he podido negar nada a hermosas mujeres como tú – al ver que no reaccionaba a su alago, es más, al ver que le miraba con una mirada asesina que le hizo recordar la patada que le di hace unos momentos, decidió continuar sin más –. Antes de nada, permíteme aclarar que solo soy el mensajero, que yo no soy quien ha hecho estas reglas.

- Vete al grano, no te andes por las ramas.

- Vale, vale, como lo ordenes – respiró profundamente antes de proseguir –. Veamos, la primera opción, una que mi hermano nunca llevaría a cabo por su orgullo y ansias de poder, sería abdicar a favor de aquel que le arrebató sus poderes. Es decir, tú – mis ojos se ampliaron por la sorpresa. No me esperaba aquello para nada. ¿Yo reina? Imposible. Nunca, ni en los sueños más alocados de mi infancia se me hubiese ocurrido algo semejante –. Si te legase el trono del Labyrinth, no solo tendrían un incómodo sillón y un pueblo que gobernar, también te traspasaría el poder que aún tiene. Siendo así tu capaz de sanar el mal que corroe este reino. Pero, como ya te he dicho, él no está dispuesto a dejar de ser rey. De modo que, nos quedan las otras dos opciones que Jareth podría llegar a escoger. Una, matarte para arrebatarte la magia que le robaste y seguir siendo el monarca, cosa que en mi opinión sería un gran desperdicio de belleza, o hacer que te cases con él. Ya sabes, lo tuyo es mío y lo mío es tuyo, y toda esa parafernalia. De esa forma, al atarte de por vida a él, conseguiría compartir contigo tanto el poder como el trono – aclaró –. Aunque debo advertirte que mi hermano no es muy dado a dejar a otros lo que es suyo. Una característica que, aún siendo gemelos, no compartimos entre nosotros, y menos si fuese con alguien como tú...

No oí más. Sé que siguió hablando, alabando mi belleza e inteligencia, pero mi mente se quedó paralizada. ¿Cómo es que el Rey Goblin no me había dicho nada de aquello? Por tiempo no sería. Llevaba una semana en ese mundo, ¡maldita sea! Había tenido tiempo suficiente de encontrar el momento oportuno para hacerme saber sobre la verdadera situación del Labyrinth y la forma de repararlo. Por lo tanto, ¿por qué se lo habría guardado para él en vez de compartirlo conmigo?

Yo comprendía que quisiera que su gente y su tierra volvieran a lo que una vez fueron. Era lógico. Era su rey y un rey se debe a su pueblo, o eso había leído yo en muchas de mis novelas sobre historias medievales. Comprendía también la razón por la que me hubiese traído a su mundo. Para reparar lo que yo rompí en un principio. Lo que no comprendía, no obstante, era su silencio.

Si se hubiese decantado por la primera o la última opción no habría tenido inconveniente en decirme la verdad. Cosa lógica, ya que tanto si quería dejarme el trono como casarse conmigo, yo debería estar al tanto de la situación. Me habría contado lo que estaba pasando realmente, lo que debía ser hecho y cómo. Si hubiera decidido esas opciones, lo sabría. Pero mantuvo ese secreto para él. Decidió no abrir el pico sobre todo ese asunto. Eso solo podía significar una cosa. El monarca quería matarme. Por eso me mantenía en la inopia. Solo estaba esperando el momento propicio para llevar a cabo su maquiavélico plan, mi asesinato. Pero con todo, a él le gusta jugar con su presa antes de matarlo, como un búho que caza a un pequeño ratón, y por eso decidió hacer que primero yo confiase en él para que el triunfo le supiese mejor. Deseaba su venganza por haberlo humillado al ganarle y por destruir su reino. ¿Y qué mejor venganza que ser traicionada? No había otra explicación posible. Y yo, tonta de mí, había caído en su trampa. Puede que a veces sea alguien que juzga a las personas demasiado rápido y que, por ello, errase a veces. Pero esta vez estaba segura. Todos los indicios estaban ahí. Solo tenías que mirarlo para darte cuenta de lo que ocurría realmente. Y creer que había empezado a pensar que no era el monstruoso villano que creí que era en un principio… Estúpida y más que estúpida, me recriminé mentalmente. Había vuelto a ser engañada.

Esto no quedaría así. Este rey no me conocía a mí, si creía que no opondría batalla.

Mi mirada llameaba. Si hubiese sido un dibujo animado, no me cabía duda de que me saldrían llamas por los ojos y humo por las orejas, por cómo me encontraba en aquellos precisos instantes. Ese malnacido maldeciría el día que conoció a Sarah Williams. Vaya que sí. De eso me aseguraría yo. Si quería guerra lo tendría y veríamos quien mata a quien en el proceso, pues yo no me dejaría vencer, y mucho menos asesinar, sin llevarme a él por delante.

- Gracias por tu ayuda, Rey Bargas, pero ahora si me disculpas hay alguien con el que debo hablar.

Me di la vuelta hacia la puerta de aquel balcón, dispuesta a aclarar una par de cosas con el estúpido Rey Goblin, pero una mano me paró a mitad de un paso.

- ¿Qué piensas hacer, preciosa?

- Matar a tu hermano. Nadie juega conmigo – estaba que echaba humos.

- Piensa en lo que vas a hacer, hermosa Sarah, ahí dentro hay mucha gente que podría ponerse a su favor. Si tu fin es matarlo, necesitas amigos, aliados, personas que deberán estar dispuestos de terminar en un olvidadero, o peor, muertos, si la cosa termina mal por tenderte una mano amiga y ayudarte.

Maldije como el peor de los moteros. Algo que realmente sorprendió al monarca. No esperaba que alguien con mi apariencia pudiese soltar semejantes barbaridades por la boca. No me cabía ninguna duda que, de llegar a esta mi madrastra ahí, me habría limpiado la boca con jabón por esos improperios tan poco recomendables en los labios de una dama. Y aunque hubiese estado, no me importaría. Mientras echaba sapos y culebras, pensé en tres entrañables criaturas que consideraba mis amigos en aquel mundo y que, en su momento, me ayudaron más de lo que nunca podría agradecerle alguna vez. Ludo, Sir Didymus y Hoggel. Desde que había vuelto al Labyrinth no había sabido nada de ellos, cosa que me sorprendió en su momento, pero que ahora comprendía gracias a las palabras de Bargas. ¡Ese villano los había encerrado en un olvidadero por socorrerme hace ocho años atrás!

Esto sí que no. Esto sí que pasaba de castaño oscuro a claro. Esto sí que no pensaba perdonarle en mi vida.

Una cosa era que me hiciera algo a mí, la persona que había destrozado el futuro de su reino, pero otra muy distinta hacer daño a unos amigos que lo único malo que habían hecho era echarme una mano en mi desesperación de recuperar a mi hermanito. Su único crimen fue compadecerse de la situación en la que se encontraba una pobre niña, la misma que se encontraba muy arrepentida por las palabras que dijo, fruto de los celos y que deseaba retractarse. Ellos eran inocente. No merecían nada de todo aquello, ni mucho menos.

Yo lo mataba, juro que lo mataba por osar hacer algo semejante. El pensar que desde hacía aproximadamente ocho años que podrían encontrarse encerrados en un olvidadero, hacía que mi sangre hirviera de ira justificada.

Mi liberé del brazo del Bargas, después de volver a darle las gracias por su ayuda, y, mirando únicamente hacía delante, me encaminé hacia el salón de baile, cual toro miura, hacia mi objetivo.

De esta no saldría vivo.

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Sonreí mientras veía a la preciosura que era Sarah alejarse hacia mi "querido" hermano. No había nada mejor que los planes saliesen bien.

Cuán fácil podía resultar manipular las mentes humanas. Sembrar semillas de dudas y verlos florecer era uno de los grandes placeres de la vida, junto al gozo carnal, de la mía por lo menos. Solo había necesitado unas cuantas palabras, junto con una gran dosis de verdades a medias y una pequeña pizca de verdad, un ligero toque de mis manos, un poco de mi magia y… ahí ante mi tenía una bomba de relojería dispuesta a llevarse a mi hermanito por delante. Puede que mi poder no fuese gran cosa, apenas una sombra de lo que poseía Jareth, pero durante los siglos había perfeccionado algún que otro truco para suplir mis carencias. Pronto aprendí que, con las palabras adecuadas, podía hacer aparecer una llama de rencor en los corazones de los demás. Una vez encendida dicha llama, solo había que avivarlo con magia. De esa forma, la persona en cuestión se podría ver llevando a cabo acciones que jamás habrían llevado a cabo de otra forma. Como puede ser asesinar a Jareth.

Puede que mi pequeña cisne no hubiese sido capaz de hacerlo en otras circunstancias, no tenía lo que hay que tener, no era una asesina. La había mandado investigar durante mucho tiempo para llegar a la conclusión de que, sin la persuasión adecuada, no sería capaz de matar ni a una mísera mosca. No había más que ver como había perdonado tan fácilmente a ese subdito de mi hermano que, por orden suya, la había envenenado. Yo no hubiese cometido el mismo error. De ser a mi a quien traicionasen, el culpable ya habría sido convertido despellejado vivo por alguno de los míos. A ella, en cambio, ni siquiera se le había cruzado semejante idea por la cabeza en ningún momento. Tan inocente como era aún. Pero, gracias a mi empujón mágico, eso había sido arreglado. Esta nueva Sarah no poseía esos reparos. Aunque era un hechizo temporal, no aguantaría más de diez minutos a lo sumo, tendría suficiente tiempo para matar a mi hermano, solo había que observar la decisión y velocidad con la que se acercaba a él a grandes zancadas, antes de que volviese en sí y su conciencia le impidiese hacerlo.

Por fin me desharía de ese desgraciado. No me arrepentía de lo que acababa de hacer, pues nunca debió de haber nacido en primer lugar. A mis ojos, era una aberración de la naturaleza. Dios, cuanto lo odiaba por el simple hecho de existir, de respirar siquiera. Se merecía lo que le pasaría a continuación y más, muchísimo más, por todo lo que me había hecho en el pasado. Yo me encargaría de que mis queridos peones le hagan pagar su atroz pecado.

- A ver cómo te la arreglas con esto, hermanito – una maquiavélica sonrisa invadió mi rostro. Me dispuse a entrar para disfrutar del espectáculo, que yo mismo había provocado con mi pico de oro y mis grandes dotes. Esto no me lo perdería ni loco. Prometía ser la exhibición más impresionante de los últimos años.

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La música y la multitud me envolvieron en el momento en el que di un paso dentro de la sala una vez más, pero no me dejé distraer por esas menudencias. Tenía un objetivo en mente y pensaba alcanzarlo a la mayor brevedad posible.

Escaneé la sala con ojos de halcón en su busca. Ahí estaba él, cerca de una mesa llena de comida, hablando plácidamente con una jovencita con un hermoso vestido, que lo miraba con ojos soñadores y una sonrisa que no dejaba lugar a dudas lo que le gustaría hacer con él en la soledad de una habitación cerrada. Una vez habiendo localizado el foco de esa ira apenas contenida que corroía en esos momentos mi corazón, enfilé el salón sin importarme la gente que me rodeaba, si se quejaban por empujarlos o exigían disculpas cuando, sin querer o queriendo, me chocaba con alguno. En mi mente no había lugar para nada que no fuese rebanarle el pescuezo a ese impresentable.

Él debió de notar que me estaba acercando, pues se volvió hacia a mí con una radiante sonrisa. La sonrisa de un seductor. Eso no serviría conmigo, ni esta vez ni nunca . No soy de esas que, viendo una bonita sonrisa de dientes perfectos, puedes llegar a embaucar y menos sabiendo lo que sabía yo en aquellos momentos. Cualquier embrujo que pudiese causar estaba fuera de lugar. En mi corazón y mente había erigido una gran muralla como el de Troya, con la salvedad de que yo no dejaría que ningún caballo de madera, ni sonrisa de casanova, penetrase esas barreras. Asimismo, erradiqué todo sentimiento o pensamiento positivo que pude haber albergado sobre él, como quien erradica una plaga mortal. Con fuego. Y, para asegurar que no volviese a engañarme o embaucarme, eché sal sobre las cenizas para evitar que nada volviera a crecer allí nuevamente. Hasta allí me había obligado a ir él.

Al llegar a su altura, me hice cargo de borrar ese gesto engatusador de la cara del tremendo guantazo que le di con toda la mano abierta. Mi palma latía por el golpe, parecía que tuviese su propio corazón, pero eso no le restó placer al ver como giraba el rostro con cara de dolor después de cruzarle la cara. No se había esperado eso. Puede que un saludo, que le correspondiese con otra sonrisa o algo semejante, pero nunca aquel bofetón.

- ¿Pero a qué ha venido eso, cosa preciosa? – preguntó sorprendido llevándose una mano a su mejilla derecha. Se encontraba tan roja que parecía un tomate listo para ser cosechado.

- Ni se te ocurra llamarme cosa preciosa, listillo, a menos que quieras que te iguale la otra mejilla de otro tortazo – le solté fuera de mí, muy dispuesta a llevar a cabo mi amenaza. No me andaba de farol.

- Creía que ya habíamos superado la fase en la que me veías como el villano del cuento, mi Sarah. ¿Qué ha pasado para que vuelvas a las andadas y me pegues delante de mis invitados?

- No te hagas el tonto conmigo, que no tengo el chichi para farolillos – cuando me enfadaba de verdad, como en esta ocasión, salía a relucir mi lado vulgar y macarra. No podía evitarlo –. Lo sé todo. Sé la verdad del Labyrinth, esa verdad que te has empeñado en esconderme con tanta maestría. De la misma manera que sé la forma en la que piensas arreglar esa situación y lo que les has hecho a mis queridos amigos. Así que no me mientas.

- ¿Cómo? ¿Quién…?

- Quien me lo ha dicho es lo de menos, porque debería de haberlo sabido por ti, no por terceros…

- Déjame explicarme, Sarah, yo… – me cortó suplicante casi, pero no le hice ni el menor caso y seguí con lo mío.

- No, guapito de cara, déjame explicarme yo. Si creías que con este juego de "no soy el rey malo que creías que era" bajaría la guardia para que pudieras apuñalarme por detrás y recuperar tu magia, lo llevas claro. Porque antes de que puedas llegar a matarme te mato yo a ti, ¿te queda claro? Y me importa un comino que no sea una asesina, que me pesará en la conciencia o que me quede atrapada en este mundo en el proceso por ello. Por lo menos seguiré viva, con las manos manchadas, pero viva para encontrar una salida, ya que, mientras haya vida hay esperanzas. Tu no me arrebatarás eso. No esta vez.

- Mi Sarah, lo estas entendiendo todo mal. Déjame hablar contigo tranquilamente y… – en su voz se notaba la desesperación y en sus ojos una súplica a la que hice oídos sordos. No se merecía que le prestase mis oídos. Los había tenido durante una semana y no lo había aprovechado, pues ahora que se atuviera a las consecuencias. Además, seguramente utilizaría aquella oportunidad para envenenar mi mente. No podía permitirme ese lujo.

- ¡Qué no! Que yo no pienso hablar contigo, ni tranquilamente ni de otra manera. Si eso, los que hablarán serán nuestros puños, pues yo soy una mujer de armas tomar.

Esta persona que se erguían en su mediana estatura era Sarah/Terminator. La Sarah buena que siempre intentaba pensar lo mejor de la gente, aunque dicha persona no lo tuviera, acababa de morir en ese preciso instante para dejar lugar a esta nueva persona. Alguien en cuyo corazón había desaparecido cualquier indicio de confianza que aún albergara en él. Marchito y destruido irremediablemente bajo tanta traición.

Con la mirada tan encendida que no me extrañaría prender fuego al lugar y una cabreo que asustaría hasta al mismísimo Chuck Norris, cogí unas de las botellas de champán que vi situadas en la mesa que se encontraba ahí al lado y, al igual que en las películas de acción que solía arrastrarme mi ex a ver cada vez que salía alguno de sus actores favoritos, lo golpeé contra la mesa rompiéndolo, haciendo que el cristal y el líquido se desparramara en el suelo con un ruido atroz. Ahora lo que tenía en la mano no era una simple botella, sino un arma. Se había roto de tal forma que tenía la forma adecuada, estaba muy dentada, para lo que tenía en mente. Ante los sorprendidos rostros de los cientos de invitados que se habían quedado de piedra al ver toda la escena que tenía lugar ante sus incrédulos ojos, me dirigí hacia el Rey Goblin.

- Quien juega con fuego se quema. Y déjame decirte, rey de pacotilla, que yo, en estos momentos, soy un volcán en erupción.

No sé si hubiese contestado algo o no. Seguramente nunca lo sabría, pues, en un rápido movimiento se la clavé en el pecho con una sangre fría que asustó a más de uno e hizo desmallar a unas cuantas señoritingas que por ahí se encontraban. Puede que en otro momento o en otra situación me hubiese sentido mal o que mi conciencia me empezase a martirizar, pero no en esta. Era él o yo. No se lo que habríais hecho vosotros en mi lugar, pero no pensaba dejarle una oportunidad para matarme. Mejor ser yo la que diese el primer paso. De esa forma, en el mejor de los casos, podía terminar con la amenaza de una vez por todas o, en el peor de los supuestos, yo decidía cuando tendría lugar el enfrentamiento final entre los dos. En definitiva, yo tenía el poder sobre mi vida o mi muerte. No le daría el dominio de escogerlo a él y tener que estar cada día preguntándome, si aquel sería el último amanecer que mis ojos alcanzarían a atisbar tras los barrotes, antes de que mi existencia llegase a su fin.

La sangre teñía su hasta ahora impoluta ropa verde, manchándolo de color rojo escarlata. Vi como se llevaba una mano al epicentro desde el que emanaba el líquido de la vida y como se volvía roja para su asombro. Sin dudarlo, con una malvada sonrisa que haría competencia al de Cruela de Vil, me puse de puntillas para susurrarle con una voz cargada de ira y desprecio a partes iguales.

- Esto por mí y por mis amigos.

Dicho lo cual, comencé a caminar con la cabeza bien en alto hacia la puerta por la que había entrado mientras veía como la gente se alejaba de mí con cara de autentico terror. Sí, temedme insensatos, pensé, puedo se humana, pero se presentar batalla cuando es necesario.

Ya en la puerta se me acercó un Bargas con cara preocupada y, agarrándome de la mano, me dijo más que preocupado por lo que había pasado en aquella sala.

- Será mejor que nos marchemos de aquí lo antes posible. No creo que la Corte Suprema siga sin tomar cartas en el asunto de demorarnos más en nuestra partida.

Dicho y hecho. Agarrándome de su brazo, desaparecimos los dos en una nube negra antes de que a alguien tuviese la brillante idea de hacerme pagar mi osadía de atacar un monarca.

2 comentarios:

  1. Sarah se volvió locaaaa!!!! xD que intensa y Jareh como esta D:
    me imagino que algo así no va a terminar con el tan fácil XD pero igual quiero saber si por lo menos esta bien

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  2. No me esperaba que lo haga de verdad D:

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